Profr. Luis Felipe Rodríguez Palacios
Cronista de San Miguel de Allende
-La ciudad de San Miguel de Allende, fiel a su tradición, celebra casi cada fin de semana con festejos o rememoraciones, siendo la festividad de muertos un ejemplo notable.
-El poeta Octavio Paz, en El laberinto de la soledad, define al mexicano como un ser solitario que ama las fiestas y reuniones públicas, ritualizando el tiempo y los acontecimientos.
-Los paisanos que emigran a Estados Unidos suelen coincidir en la tristeza que les causa la dificultad de celebrar allá las grandes fiestas religiosas que dejaron en su tierra natal.
-Las fiestas religiosas de México son espectáculos únicos con colores violentos, danzas, ceremonias, fuegos artificiales, trajes insólitos y una inagotable variedad de dulces y objetos.
-Para los antiguos mexicanos, la muerte no era un fin, sino una fase de un ciclo infinito de regeneración cósmica, donde la vida solo trasciende al realizarse en la muerte.
-El mexicano moderno frecuenta, burla, acaricia, duerme, festeja y juega con la muerte, a diferencia de otras culturas donde es una palabra que jamás se pronuncia por temor.
-El culto indígena a los muertos fue prohibido por los frailes en su versión pagana, lo que resultó en el sincretismo con las fiestas cristianas, dando origen al Día de Muertos.
-La fiesta cristiana de Todos los Santos y la de los Fieles Difuntos se unieron a las fiestas nahuas Miccailhuitontli (muertos pequeños) y Huey Miccailhuitl (muertos grandes).
-En México persiste la creencia prehispánica de que los difuntos vuelven al mundo de los vivos: primero los niños el 1 de noviembre y al día siguiente, el 2, todos los demás muertos.
-Los altares u ofrendas buscan "retroalimentar" a los difuntos con un festín de esencias aromáticas, viandas y fragancias, un elemento prehispánico para darles la bienvenida.
-El pan de muerto, cuyo origen se remonta a la época colonial, es uno de los elementos más preciados del altar, simbolizando fraternidad y afecto hacia los seres queridos.
-La UNESCO declaró la festividad del Día de Muertos como Patrimonio Cultural de la Humanidad en el año 2008, reforzando su valor en el sentir del pueblo mexicano.
-La promoción de concursos de altares por la Secretaría de Educación Pública a mediados de los setenta buscó rescatar la tradición ante la creciente influencia del Halloween.
-La Catrina, creada por José Guadalupe Posada, es el símbolo popular de la muerte, concebida como burla a la clase alta, recordándoles que la muerte empareja a todas las clases sociales.
-La película *Coco* (2017) de Disney ha contribuido a fortalecer y divulgar la tradición del Día de Muertos a nivel internacional, mostrando magistralmente su significado y simbolismos.
La Muerte charla - Reflexión
Casi cada domingo en el espacio que me concede la XESQ empiezo diciendo que, para variar, San Miguel está de fiesta. La verdad es que en nuestra ciudad cada fin de semana algo tenemos que festejar o rememorar. Algunas festividades, como la que hoy nos reúne, es una muestra.
Para entrar en materia, permítanme leer un fragmento de un poema náhuatl:
Dice:
“Nadie en verdad vive por siempre.
Aunque fuera de jade se quiebra,
aunque de oro se rompe,
aunque plumaje de quetzal se desgarra.
Nadie en verdad vive por siempre.
Solo un poco aquí.”
Y como los mexicanos, en su gran mayoría, somos mestizos, vaya un fragmento de Gustavo Adolfo Bécquer, su rima LXXIII: dice,
Cerraron sus ojos
que aún tenía abiertos,
taparon su cara
con un blanco lienzo,
y unos sollozando,
otros en silencio,
de la triste alcoba
todos se salieron.
La luz que en un vaso
ardía en el suelo,
al muro arrojaba
la sombra del lecho;
y entre aquella sombra
veíase a intervalos
dibujarse rígida
la forma del cuerpo.
Despertaba el día,
y, a su albor primero,
con sus mil ruidos
despertaba el pueblo.
Ante aquel contraste
de vida y misterio,
de luz y tinieblas,
yo pensé un momento:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!
De la alta campana
la lengua de hierro
le dio volteando
su adiós lastimero.
El luto en las ropas,
amigos y deudos
cruzaron en fila
formando el cortejo.
Del último asilo,
oscuro y estrecho,
abrió la piqueta
el nicho a un extremo.
Allí la acostaron,
tapiáronle luego,
y con un saludo
despidiose el duelo.
La piqueta al hombro
el sepulturero,
cantando entre dientes,
se perdió a lo lejos.
La noche se entraba,
el sol se había puesto:
perdido en las sombras
yo pensé un momento:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!
En las largas noches
del helado invierno,
cuando las maderas
crujir hace el viento
y azota los vidrios
el fuerte aguacero,
de la pobre niña
a veces me acuerdo.
Allí cae la lluvia
con un son eterno;
allí la combate
el soplo del cierzo.
Del húmedo muro
tendida en el hueco,
¡acaso de frío
se hielan sus huesos...!
¿Vuelve el polvo al polvo?
¿Vuela el alma al cielo?
¿Todo es sin espíritu,
podredumbre y cieno?
No sé; pero hay algo
que explicar no puedo,
algo que repugna
aunque es fuerza hacerlo,
el dejar tan tristes,
tan solos los muertos.
En un libro que, estoy seguro, todos hemos abrevado, dice: El solitario mexicano ama las fiestas y las reuniones públicas. Todo es ocasión para reunirse. Cualquier pretexto es bueno para interrumpir la marcha del tiempo y celebrar con festejos y ceremonias hombres y acontecimientos. Somos un pueblo ritual dice Octavio Paz en El laberinto de la soledad.
Todos aquellos paisanos que se van como una prueba de su hombría hacia los Estados Unidos lo han vivido. Platicando con varios de ellos, un lugar común es comentar lo triste que se vive allá, por cuanto la dificultad de las fiestas que dejaron en su tierra.
Porque en pocos lugares del mundo se puede vivir un espectáculo parecido al de las grandes fiestas religiosas de México, con sus colores violentos, agrios y puros, sus danzas, ceremonias, fuegos artificiales, trajes insólitos y la inagotable cascada de sorpresas de los frutos, dulces y objetos que se venden esos días en plazas y mercados. ¿Quién no ha comprado su calaverita, sus borreguitos?
Para los antiguos mexicanos la oposición entre muerte y vida no era tan absoluta como para nosotros. La vida se prolongaba en la muerte. Y a la inversa. La muerte no era el fin natural de la vida, sino fase de un ciclo infinito. Vida, muerte y resurrección, eran estadios de un proceso cósmico, que se repetía incansablemente. La vida solo se justifica y trasciende cuando se realiza en la muerte.
Para los cristianos la muerte es un tránsito, un salto mortal entre dos vidas, la temporal y la ultramundana; para los aztecas, la manera más honda de participar en la continua regeneración de las fuerzas creadoras siempre en peligro de extinguirse si no se les provee de sangre, alimento sagrado. En ambos sistemas vida y muerte carecen de autonomía; son las dos caras de una misma realidad.
La muerte moderna no posee ninguna significación que la trascienda o refiera a otros valores, en casi todos los casos es, simplemente, el fin inevitable de un proceso natural.
Para el mexicano moderno la muerte carece de significación. Ha dejado de ser tránsito, acceso a otra vida más vida que la nuestra. Pero la intrascendencia de la muerte no nos lleva a eliminarla de nuestra vida diaria. Para los habitantes de Nueva York o París o Londres, la muerte es la palabra que jamás se pronuncia porque quema los labios. El mexicano en cambio, la frecuenta, la burla, la acaricia, duerme con ella, la festeja, es uno de sus juguetes favoritos y su amor más permanente. Cierto, en su actitud hay quizá tanto miedo como en la de los otros; mas al menos no se esconde, ni la esconde; la contempla cara a cara con impaciencia, desdén o ironía:
“Si me han de matar mañana,
que me maten de una vez”
Calaveras de azúcar o de papel de China, esqueletos coloridos de fuegos de artificio, nuestras representaciones populares son siempre burla de la vida, afirmación de la nada e insignificancia de la humana existencia. Adornamos nuestras casas con cráneos, comemos el Día de Muertos panes que fingen huesos y nos divierten canciones y chascarrillos en los que ríe la muerte pelona, pero toda esa fanfarrona familiaridad no nos dispensa de la pregunta que todos nos hacemos: ¿qué es la muerte? No hemos inventado una respuesta. La muerte mexicana es estéril, no engendra como la de los aztecas y los cristianos.
Los ritos cristianos
Desde los primeros momentos, el culto indígena a los muertos fue prohibido por los frailes en su versión pagana, y las fiestas cristianas de difuntos, van a fundirse sincréticamente, generando poco a poco la típica fiesta mexicana de Día de Muertos.
Con la llegada de la población europea, este ritual sufrió un proceso de aculturación. La fiesta del dios del inframundo se unió junto con la celebración de los difuntos y se reinventó el proceso hasta ser concebido como lo conocemos ahora.
Los europeos cristianos tenían la fiesta de Todos los Santos y la de los Fieles Difuntos. Ambas coincidían, aunque en fechas distintas con fiestas indígenas: El Miccailhuitontli, la Fiesta de los muertos pequeños y el Huey Miccailhuitl, la fiesta de los muertos grandes. Los grupos indígenas asimilaron prontamente los nuevos ritos e instauraron nuevos significados a las fiestas cristianas. La fiesta de los Fieles Difuntos la dedicarían a los muertos pequeños y la de Todos los Santos a los muertos grandes.
En México existe la creencia de que los dos primeros días de noviembre, los difuntos vuelven al mundo de los vivos. Primero llegan los niños y al día siguiente, todos los demás muertos. Esto viene desde las culturas prehispánicas.
La asimilación obligatoria de las costumbres católicas generó una transformación en las celebraciones nahuas. El resultado fue un festejo híbrido que mantiene los días del calendario católico con el trasfondo prehispánico. En estos días, se realizan rituales mortuorios para cuando las entidades divinas obtienen el permiso de volver a visitar el mundo terrenal.
A pesar de que se impusieron las prácticas católicas, muchos elementos de las costumbres prehispánicas permanecen hasta nuestros días. Entre ellas los altares del Día de Muertos tienen el objetivo de “retroalimentar” a los muertos su presencia intangible en un festín de cromáticos bálsamos, esencias sonoras, aromáticas viandas y fragancias embriagadoras que les proponen los vivos.
Las ofrendas son parte representativa de la celebración mexicana y es un elemento prehispánico para dar bienvenida a los difuntos. La idea de que los hombres tienen una esencia también aplicaba para las cosas. Por eso, al poner los platillos, bebidas, dulces y menesteres que gustaban a los muertos, se espera que al irse se lleven la esencia de la ofrenda.
Las ofrendas del Día de Muertos son altares de origen prehispánico. Estos eran dedicados a distintas deidades y se colocaban en fechas diferentes. Sin embargo, la del señor de los muertos, Mictlantecuhtli, se celebraba en el mes que ahora conocemos como noviembre.
Esta coincidencia fue aprovechada por los evangelizadores durante la colonia para hacer un sincretismo entre el cristianismo y las creencias religiosas autóctonas.
Originalmente, los altares se ponían un par de días antes del 1 y 2 de noviembre, es decir, el 30 o 31 de octubre y permanecían hasta el 3. Ahora, es muy común que, debido al esfuerzo creativo que se invierte en colocarlas, se pongan antes y se quiten después. Aunque el 1 y 2 de noviembre no han dejado de ser los días principales.
El altar tiene un origen mixto pues tanto los europeos como los americanos tenían por costumbre hacer ofrendas. En ellas se ponen aquellos objetos y alimentos que más disfrutaban los difuntos cuando estaban con vida: mole, tacos, mezcal, tequila, pulque, dulces y golosinas.
Festividad del Día de Muertos
En esta ocasión el tema de la fiesta del Día de Muertos se aborda brevemente, pues no es la intención profundizar en el tema, sino solo resaltar los elementos principales que le han dado forma a esta manifestación ancestral que hunde sus raíces en los mitos y creencias de nuestros antepasados indígenas y que se vincula con nuestro presente por medio de la tradición, el folclor vivo y en el espíritu alegre del mexicano, que se ha ocupado por mantenerlo vigente a pesar de los embates de influencias de tradiciones y costumbres extranjeras.
Los días uno y dos de noviembre de cada año, en nuestro país se lleva a cabo una de las tradiciones que cada vez toma más fuerza en el sentir del pueblo mexicano por el simbolismo que representa en la honra a sus difuntos. Para la iglesia católica es la conmemoración de los Fieles Difuntos, para el grueso de la población simplemente es el Día de Muertos, festividad que la UNESCO en el año de 2008 declaró como Patrimonio Cultural de la Humanidad. Don Félix Luna agrega también al último día de octubre, el 31, como parte de estas celebraciones, al que le da el nombre de Día de los Abrojos y que, asegura, era festejado en varias comunidades para recordar a los niños no natos, o sea no nacidos.
La celebración en sus diferentes facetas esconde mensajes, en principio de corte espiritual, que inicialmente nada tenía que ver con el Dios Cristiano, que resulta y revelador por su contenido, teniendo muchas aristas que pudieran analizarse, y cada una de ellas daría pie a extensos debates desde las más variadas disciplinas: social, antropológica, psicológica, religiosa, pagana, mercadológica, esotérica, etc.
Desde que el hombre apareció sobre la faz de la tierra, en cuanto hubo conciencia sobre la muerte, siempre se ha visto empujado a la reflexión sobre ella. El pueblo mexicano tiene una forma muy particular de convivir y celebrar con el tema de la muerte, le teme, la respeta, la festeja, la desafía, la reta, la enaltece en todas las manifestaciones del arte, la ridiculiza, la viste con elegancia, la canoniza, la añora, se burla de ella, la festeja, la canta:
“Viene la muerte
bajando,
por entre la nopalera
¿En qué quedamos
pelona?
Me llevas o no me llevas”
Tomás Méndez.
El Día de Muertos es una fiesta. Y como tal, está sujeta a una serie de actividades previas que adquieren el carácter de ritual.
A principios de los años sesenta, niños, mis amiguitos y yo, nunca vimos ni escuchamos hablar de los altares de muertos. No era una costumbre aquí, aunque indudablemente pudo haberlos de manera aislada y poco difundida. Fue a mediados de los setenta que el gobierno federal, a través de la Secretaría de Educación Pública se dio a la tarea de rescatar “nuestras tradiciones”, ante los embates de la costumbre sajona del Halloween que tenían en los almacenes comerciales transnacionales sus principales focos de divulgación.
Para tal fin se comenzaron a promover concursos de altares en escuelas secundarias y bachilleratos, con evidentes resultados positivos según el objetivo trazado.
Poca información encontramos acerca de la forma de realizar esta celebración en esta región. Pero por fortuna tenemos el testimonio de don Félix Luna que vivió esta celebración en la comunidad de Guerrero, por lo que nos dice que en los cincuenta muy temprano empezaban a limpiar la capilla, que se adornaba con flores de cempasúchil, ramilletes y muchas figuras que entonces se hacían. Por la tarde iba llegando la gente con sus ofrendas: cada persona llegaba con jícaras, elotes, calabazas chayotes y chilacayotes en diferentes formas; algunos llevaban miel de colmena, pulque, etc.
Las ofrendas eran recibidas por el mayordomo. Llevaban también hinojo, velas y veladoras. Las colocaba en el altar. La gente ya no regresaba a su casa, sino que iba tomando un lugar en la capilla. En ese tiempo no había bancas, se estaban en el suelo de la iglesia.
Al dar las ocho comenzaban a salir de la capilla y se empezaba a tocar la campanita de la iglesia, en un tono muy lúgubre. En el atrio juntaban mucha leña y la gente que iba saliendo se iban sentando alrededor del atrio de afuera, con una cruz atrial al centro y su calvario al frente. La capilla se quedaba sola, se encendía la hoguera para que las ánimas reconocieran el lugar donde se les esperaba. La capilla se desalojaba para que las ánimas entraran y disfrutaran de las ofrendas. Parte de las ofrendas eran unos cántaros llenos de agua, con su vaso de cristal o de barro. Se encendían entonces las velas, veladoras y el copal.
La capilla se llenaba de humo y entonces se empiezan a quemar los cohetes; todo esto ayudará a las ánimas a reconocer el lugar a donde se les espera. La velación comenzaba a las nueve o diez de la noche. Algunos bailaban alrededor de la hoguera y a cantar alabanzas.
Por la mañana se repartía el atole y tamales a toda la gente y se seguía tocando con las conchas y chirimías y cantando alabanzas durante todo el día. Al ocultarse el sol paraban la danza y la gente comenzaba a recoger la capilla. Como a las ocho de la noche daban gracias a Dios por haber permitido a las ánimas venir a visitar la tierra y pedir vida para poder el año siguiente volver a convivir con las ánimas de sus antepasados. Después de esto los mayordomos empezaban a repartir entre los presentes todo lo que de las ofrendas habían dejado los visitantes. Como a las diez de la noche la gente comenzaba a irse, contenta con lo que le había tocado de la ofrenda de las ánimas.
Simbolismos - Los niveles
Se refiere a crear una ofrenda por pisos que representan la división del cielo, la tierra y el inframundo. Un concepto de origen prehispánico y que a la fecha en algunos altares se sigue viendo. Los niveles del altar han variado en la historia. Actualmente hay quien pone siete niveles (los niveles que debe atravesar el muerto en el inframundo según la tradición mesoamericana) pero hay quien pone tres (cielo, tierra e inframundo) o incluso dos (cielo y tierra) o solamente uno.
-El primer escalón en la parte más alta, simboliza el cielo: en él se colocan imágenes de santos o las fotografías de los difuntos.
-En el segundo nivel supone el purgatorio: se colocan las fotografías de los difuntos.
-En el tercer escalón se colocan las ofrendas favoritas del difunto: comida, fruta, vino, etc.
Los elementos
-Sal y mantel blanco. El color representa la pureza, además la sal es el elemento principal de purificación para que el cuerpo del difunto no se corrompa. Además, así puede transitar entre este mundo y el de los muertos.
-Agua para la ofrenda. Además de ser un elemento que simboliza pureza, mitiga la sed de las ánimas después de su largo recorrido.
-Velas, veladoras y cohetes. La flama que emiten tanto velas como veladoras simbolizan la guía para que los muertos encuentren el regreso a su antiguo hogar. En algunas comunidades se utiliza los cohetes para que las almas no se pierdan.
-Calaveritas. Ya sean de azúcar o chocolate, estas representan muerte acorde a la tradición de las culturas mesoamericanas. Hacen alusión a esa tradición prehispánica y simbolizan la esperanza.
-Copal e incienso. Fragancia de reverencia que se utiliza para limpiar el lugar de los malos espíritus y así el alma pueda entrar a su casa sin ningún peligro.
-Flores de cempasúchil. Adornan y aromatizan el lugar y la estancia del ánima, el cempasúchil es el símbolo de la festividad. La tradición marca hacer senderos con las flores de cempasúchil, desde el camino principal hasta el altar de la casa con la finalidad de guiar a las almas hacia los altares. Cempasúchil significa en náhuatl flor de 20 pétalos.
-Los tamales. Otro elemento que conforma la festividad del Día de Muertos, son los calentitos y vaporosos tamales, rellenos de queso y los de dulce de guayaba. Con muchos días de anticipación las familias se preparan comprando todo lo necesario para su elaboración: hojas de elote, ingredientes para el relleno, la guayaba en dulce, la masa, etc. Aunque ahora ya se hacen y ofrecen con diferentes tipos de relleno, pero los primeros eran los tradicionales. Desde luego se acompañan con humeante atole. ¡Qué tal un tamal frito!
-El pan de muerto. Su origen proviene de la época colonial y es elaborado de diferentes formas como con azúcar, nuez, relleno, etc. es uno de los elementos más preciados en el altar el cual significa fraternidad o afecto hacia los seres queridos.
El pan, como tal, no tiene nada de extraordinario, como no sea la forma que le dan y como ofrenda esencial en los altares de muerto domésticos. Hay diferentes tipos de pan de muerto, y los panaderos ofrecen diversas interpretaciones según la región donde viven. Desde luego las tiendas transnacionales lo empiezan a ofertar desde septiembre. El pan es redondo representando el círculo de la vida. Rinde homenaje a los muertos con los adornos del mismo material en forma de huesos y un pequeño círculo en el medio para representar el cráneo. Algunos lo adornan con azúcar con colorante rojo, que le dan el simbolismo del cuerpo de Cristo.
-Papel picado. Este elemento no solo le da color y alegría a la ofrenda, sino que representa el aire como uno de los cuatro elementos que debe estar presente en cualquier ofrenda.
-La comida. La comida tiene el objetivo de deleitar a los muertos que visitan la ofrenda, se cocina en honor a los seres recordados, por lo que se acostumbra poner su comida y bebida favorita. En algunas ofrendas se agregan frutas o legumbres como cañas, tejocotes, naranjas, mandarinas, cacahuates, entre otros.
-Retrato. La fotografía del ser querido es una forma de honrar a quienes nos dejaron en vida.
-Espejo en el altar. En algunas ofrendas el retrato del ser amado, se coloca frente a un espejo. Esto para que el difunto pueda ver solo el reflejo de sus parientes y viceversa.
Visita a las tumbas en el Panteón
Aun en la actualidad, como antaño, muchas personas, los días previos a estas fechas, acuden al panteón a limpiar las tumbas, quitar la hierba, flores secas y los botes oxidados que las contenían. Con pico y pala nuevamente se les va dando forma a la sepultura de tierra. Se pintan las cruces de madera o metálicas se retoca el nombre con el que se identifica al fallecido. Y, como antaño, es triste identificar sepulturas de gente conocida cubiertas de maleza, herrumbre y olvido acumulado de años. El día dos se llevan ramos de flores que adornarán de manera fugaz la tumba del ser querido.
Puestos de alfeñiques
Había muchos puestos en donde uno podía admirar frutas de almendra, calaveritas, y las frutas también de azúcar. Había otros puestos de cajitas de madera en que al jalar un cordón se levantaba la calavera asomándose por una ventana de la tapa. Aquellas calaveras de barro, que se les jalaba un cordón que salía de la parte superior del cráneo que al jalarlo movía la quijada inferior haciendo un ruido como si castañeara los dientes.
Final
La festividad aborda desde diferentes ámbitos de los cuales tal vez los altares u ofrendas es la parte central de esta importante festividad donde la creencia ancestral supone que esos días (1 y 2 de nov.) los difuntos tienen licencia de volver al plano terrenal a convivir con los familiares y amigos cercanos, además de disfrutar de diferentes platillos culinarios que se les ponen como ofrenda.
Desde luego que los altares varían en sus simbolismos de acuerdo a las diferentes regiones donde tenga lugar la celebración. Los altares se adornan con los más variados detalles. Una fotografía o fotografías de los fallecidos a quienes en su honor se instaló el altar, flores de cempasúchil, papel picado en diferentes colores, calaveritas de azúcar, frutas, sahumerios quemando incienso para aromatizar el lugar; también se colocan botellas de vino, cigarros y sobre todo los platillos de comida que eran los preferidos de los difuntos. Mole, enchiladas, postres, etc.
Pero vuelvo a repetir, de región a región cambian los simbolismos y el número de niveles que forman los altares. En esta celebración de Día de Muertos, contrariamente a lo que se pudiera pensar la muerte no representa una ausencia sino una presencia viva.
Nacimiento y muerte pertenecen igualmente a la vida y se contrapesan. El uno es la condición de la otra. Forman los dos extremos, los dos polos de todas las manifestaciones de la vida.
Las Catrinas
La Catrina, símbolo popular de la muerte, es el personaje más famoso que nació del talento del pintor, caricaturista e ilustrador don José Guadalupe Posada.
Es un esqueleto vestido de manera elegante con sombrero y vestido recargado de adornos, completando su atuendo un enorme sobrero cubierto de flores. Es la estampa quizá más asociada con la festividad del Día de Muertos y a la muerte en general. Y es uno de los iconos que identifica a México en el mundo entero. Posada la concibió como la burla a la clase alta de la sociedad, recordándoles de manera sarcástica que la muerte empareja, siendo el destino de todos los miembros de cualquier clase social. Para algunos es una manera de identificar a la diosa de la muerte azteca.
Desde hace varios años la señora Pegy Taylor empezó a vestir de Catrina, su esbelta figura, su atuendo elegante eran de llamar la atención y poco a poco fue imitada; hoy se organizan diversos desfiles en nuestro país e incluso en el extranjero donde se ha vuelto una forma de identificar esta tradición mexicana.
La Película Coco
Otro elemento que ha venido a fortalecer la tradición y divulgarla, con éxito, a nivel internacional, lo es la película de Disney Coco. Con su estreno en octubre del año 2017, muestra al mundo de manera magistral en la modalidad Pixar y la fantasía de sus colores el significado de la mencionada tradición, así como la profundidad de sus símbolos. Por cierto, el pasado 16 de octubre del año pasado falleció la viejecita doña María Salud Ramírez Caballero, a la edad de 109 años, persona que inspiró a Disney como modelo para personificar a la Mamá Coco de la película. Dicho sea de paso, Disney nunca se lo reconoció oficialmente para evitarse problemas legales.
-Calaveras literarias. Como parte de las raíces hispanas tenemos otra manifestación cultural dentro de las mismas celebraciones, pero en otra línea, son lo que se ha dado en llamar calaveras literarias, que van desde las inspiraciones y talentos más refinados a los más sarcásticos y simples. Desde luego para leerlas, se reúnen los amigos en alegre convivencia y se van leyendo los más variados versos rimados conteniendo renglones con elementos alusivos a la muerte con la dedicatoria correspondiente.
“En esta tumba
con olor a calcetín,
reposan los restos
de Juan y Agustín”.
"Marketing"
El otro lado de la celebración del Día de Muertos esta dado por la explotación de la festividad por el comercio en todas sus líneas. A dicha conmemoración se le ha pegado una etiqueta, porque hoy por hoy es más "marketing". Se ha convertido en una marca con influencias culturales diversas, no se trata más que de una técnica comercial que aprovecha la moda. La publicidad masiva y la oferta bombardeante nos crea falsas necesidades, indiferencia o curiosidad.
La forma de la vida actual ha orillado a que el hombre sienta que ha quedado a merced de un gran vacío que busca llenarlo espiritualmente como sea. Lo mismo busca lo sagrado que lo misterioso. Ve en los altares de muertos una forma de relacionarse con ellos y consigo mismo. Es evidente que las remotas raíces en que se fundamenta la tradición han ido mutando.
Tal pareciera que se ha impuesto un nuevo estilo con nuevos métodos y renovado fervor. De esta manera la celebración del Día de Muertos poco a poco va perdiendo su esencia original, lo de ahora es el resultado de la convergencia de diversos elementos y movimientos contraculturales.
Los altares están llenos de talento y creatividad. En su instrumentación se incluyen los más diversos elementos que los adornan y que también envían mensajes diversos.
Lo rescatable es que evidentemente el objetivo de rescatar la tradición se logró. Los gobiernos de todos los niveles presentan en plazas públicas altares monumentales, además de adornos alusivos a la fecha para beneplácito de la gente y admiración de los visitantes extranjeros. #MetroNewsMx #GuanajuatoDesconocido







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