Edición: Eugenio Amézquita Velasco
-Los Tarascos se opusieron al Imperio Mexicano y al Emperador Motecuhzuma, obligándolos a fortificar sus fronteras en el reino.
-Motecuhzuma liberó y nombró a un valiente capitán Tlaxcalteca, Tlathwicole, para liderar la guerra contra el reino de Michoacán.
-En un primer enfrentamiento, el ejército mexica no logró hacer retroceder a los Tarascos, demostrando que su valor era igual.
-Para vencer al numeroso ejército mexica, el Rey de Michoacán ideó un ingenioso y memorable ardid de guerra.
-Los Tarascos fingieron una retirada y abandonaron abundantes bastimentos de comida y bebida en el campo de batalla.
-Los guerreros mexicas, más hambrientos que belicosos, soltaron sus armas para comer y beber en exceso.
-Al debilitarse los mexicas con el vino y el festín, los Tarascos regresaron para hacer un gran destrozo en el ejército.
-Muchos Tecos y Matlatzingas cautivos de esta victoria se asentaron en la provincia de Michoacán, fundando pueblos.
-Las armas de la guerra incluían arcos, flechas, macanas y cachiporras. Los cautivos eran sacrificados y sus cuerpos exhibidos.
-Los nobles Tarascos solo podían usar ricas joyas y vestimentas de guerrero tras haber capturado a un prisionero en batalla.
En que se demuestra el valor de los Tarascos, y se cuenta un ardid memorable de guerra contra los Mexicanos.
La mejor ejecutoria para probar el esfuerzo y valentía del Rey de Michoacán, y de sus militares escuadrones, es haberse opuesto siempre al Emperador Mexicano; que como consta de la Monarquía Indiana, tenía sujetos a su vasallaje casi a todos los Reyes comarcanos, consiguiendo a fuerza de repetidos embates muy esclarecidas victorias. Esto mismo deseaba conseguir su orgullo en el dilatado Reyno de Michoacán; pero encontró tal resistencia a sus designios en el Rey Tarasco, que se dio por contento con reforzar las fronteras en la raya de ambos Reynos, teniendo siempre fortificados sus presidios, y en continua vela sus centinelas.
En tiempo que gobernaba el Imperio de México el famoso Emperador Motecuhzuma habiéndole presentado un Capitán de los Tlaxcaltecas cautivado en la guerra, y de tan famoso nombre, que al oírlo nombrar los enemigos huían despavoridos de su presencia, no permitió lo sacrificasen a sus Dioses; mas antes lo puso en su libertad, y le hizo muchas y aventajadas mercedes, dándole permiso para volverse a su tierra; pero nunca el Capitán Tlathwicole, (que así se nombraba) quiso aceptar la libertad, antes pedía con constancia le ofreciese a los Dioses.
Motecuhzuma complacido de su valor no asistió a la petición del Tlaxcalteca, y en este tiempo que le prolongó la vida, se le ofreció hacer guerra a los de el Reyno de Michoacán. Fiando, pues, de la valentía de este cautivo, lo mandó llamar, y le hizo Capitán General del Ejército; el cual, aunque enemigo de la gente que llevaba, la gobernó como si fuera propia. Marchó con todo su campo y plantando sus Banderas en las fronteras del Tarasco, que eran Tlaximaloyan, Marabatio, Tzitacuaro, Acambaro, Tzinapecharo, presentó la batalla a su enemigo.
Oída la publicación de guerra por el Tarasco, acalorado de su furor nativo, tocó al arma, y se arrestó a la pelea con tan gran denuedo, que llegada la hora del combate no hizo poco el Mexicano en reprimirlo.
Hubo de ambas partes muchas muertes, y heridas, y no hizo retroceder el gran Tlaxcalteco al Ejército, Tarasco del lugar que le halló prevenido. Nuestro insigne Torquemada dice: "les quitó mucha plata y oro el valiente Capitán a los Tarascos, pero si batallaban cuerpo a cuerpo en el campo, sin petos ni coseletes, poco pudo ser el oro que cogiesen, fuera de algunos collares o manillas de oro que usaban los Magnates, y otro tanto es verosímil dejarían los Mexicanos en las vueltas y refriegas que trabaron con los Tarascos.
Lo que es digno de ponderar en este hecho, es que un Ejército del Señor más poderoso del Occidente, comandado de un General tan valiente, no le hiciese dar un pie atrás al Tarasco, ni le invadiese alguna de sus fronteras, con que se ve claro, que competía el un valor con el otro, y que si no se conocía ventaja en el esfuerzo, quedaran iguales en las militares empresas.
Muy digna de celebrarse fue la ardidosa batalla, y la más ilustre victoria, que consiguió el Rey de Michoacán contra el poderoso orgullo de Motecuhzuma; pues cuando más colérico y picado de los pasados encuentros esperaba ocasión oportuna para desahogar sus iras, se le ofreció una a su parecer muy del intento, y para darle expediente alistó cuadrillas y dispuso el más numeroso ejército que hasta entonces se había visto. La noticia de este formidable ejército llegó con presteza a los oídos del Tarasco, y conociendo ventajas en lo numeroso de la gente, que no equivalía en la tercera parte, le puso en consternación y advirtiendo que no le bastaban las manos de los suyos, por ser respecto de las enemigas tan diminutas, se valió de un ardid de guerra en que era muy ingenioso.
Mandó juntar con abundancia bastimentos de comida y bebida, y haciéndola conducir en hombros de Indias, finge marchando su ejército hasta verse al frente al campo del Emperador Mexicano y en vez de encuadrar a sus soldados, plantar sus estandartes y bajar sus pabellones, fueron tendiendo en el campo la comida y bebida, por todo el lienzo que cogía la copia militar de México, al embestirlos dieron a correr los Tarascos, fingiéndose fugitivos, y los Mexicanos los seguían ya como victoriosos.
Dieron de improviso en la comida y bebida abundante, que el campo les ofrecía, y ellos más hambrientos que belicosos, soltando las armas se entregaron a comer y beber muy de propósito. Cuando ya les pareció a los Tarascos tendrían enervadas las fuerzas con la abundancia del vino, volvieron muy de pensado sobre ellos haciendo tal destrozo en el ejército, que los más quedaron muertos, y muchos cautivos de los Tecos y Matlatzingas; siendo hasta hoy funesto monumento de esta victoria los innumerables huesos que se ven en el campo que media entre Marabatio y Tzitacuaro.
Los Tecos cautivos que eran de ánimo belicoso fueron llevados a la Corte del Rey Caltzonci y a la ciudad de Pazcuaro, donde permanecieron muchos años con mucha lealtad, como inferiores y sujetos a la valentía industriosa del Rey Tarasco. Los Matlatzingas, primeros fundadores de el grande y copioso Pueblo de Charo, parece dar a entender el M. R. P. Fr. Alonso de la Rea fundarían a Charo en esta ocasión, aunque no lo expresa por lo claro, pero me asienta más la fundación que el V. P. Fr. Diego de Basalenque describe en la historia de su muy santa Provincia de San Nicolás de Michoacán, y es en esta forma:
La gente de este Pueblo no es Tarasca, y es de una lengua singular que se llama Pirinda, por estar en medio de los Tarascos: por otro nombre se llama Matlantzinga, trayendo denominación de Toluca de adonde eran nativos. Llamábanles así los Mexicanos porque les hacían las redes con que pescaban en sus lagunas. Su venida a esta Provincia de Michoacán se halló escrita en un libro antiguo, que uno de los primeros bautizados escribió en lengua Pirinda. En tiempos antiguos de la gentilidad (dice la relación) hubo un Rey en Tzintzuntzan a quien llamaban Characu, que quiere decir el Rey niño, en cuyo tiempo les iban haciendo guerra y entrando por su Reyno, por la parte del Poniente, los Indios Tecos y otros parciales suyos, que lo ponían en aprieto.
No bastando sus soldados para reprimir a estas gentes enemigas, se valió de los vecinos de su Reyno, cuales eran los Matlaltzingas, gente belicosa y adversa a los Mexicanos, a quienes por fuerza reconocían con los tributos. Pidióles socorro y salieron del partido de Toluca seis Capitanes con su gente, hechos los conciertos de lo que les habían de dar por esta expedición militar.
Llegaron a Michoacán y fueron muy bien recibidos del Rey que les despachó bien proveídos a la guerra con otros de sus soldados. Portáronse los Matlaltzingos con tanto esfuerzo en la batalla que conocidamente ellos alcanzaron la victoria, dejando muchos de los enemigos muertos en aquellos campos, y muy escarmentados los que escaparon con la vida.
Volvieron a verse con el Rey haciéndole por menuda relación de sus triunfos, y queriendo este remunerar sus hazañas dándoles los premios concertados, pidieron se les diese la paga de su trabajo concediéndoles tierras para avecindarse en su Reyno por cuanto les agradó mucho el temple benigno de aquella tierra, y el agrado que experimentaban en los Tarascos, obligándose por este beneficio que solicitaban de servir al Rey en todas las guerras que se le ofreciesen. Túvolo él Rey a muy buena suerte y les dio a escoger las tierras y lugares que fuesen más de su gusto, teniéndolo él muy especial de que se quedasen en su Reyno Capitanes tan valerosos.
Señalaron estos para su domicilio y población desde los términos de Tirepetio hasta la raya de Andapárapeo. Las familias más nobles fundaron en Charo, contentándoles aquel sitio más que otro, por los tres ríos que fecundan su circunferencia; las familias menos nobles se situaron en Santiago Undameo, motivándoles a elegir este puesto el cristalino río que baja de aquellas sierras: del resto de los Indios plebeyos se compuso la población de los altos que en estos tiempos se nombran de Jesús y Santa María. Quedó el nombre de Charo al Pueblo principal porque quiso el Rey niño honrarle con su mismo nombre, y de la voz Charao, que quiere decir tierra del Rey niño, quedó sincopado el Charo que ha conservado hasta los tiempos presentes.
Para conclusión de este Capítulo solo resta saber de qué armas se valían unos Reynos contra otros, y el trágico fin que tenían los cautivos apresados en la batalla. Usaban de arcos y flechas, teniendo para rebatir las de los contrarios petos y rodelas, y también se valían de macanas, que son como alfanjes muy anchos de madera fuerte y tostada, y en ocasiones que llegaban a estrecharse era horrendo el estrago que hacían con las cachiporras, quebrantando de un solo golpe los cascos al más valeroso y fuerte. El tiempo que destinaban para la guerra era después de las cosechas, siendo en esto avisados para que no padeciesen los sembrados, ni se talasen sus campos, como sucede en las guerras de continuo.
Tenían en mucho que su Señor y Rey fuese esforzado, y para dar muestras de serlo acostumbraban que ni los Señores, ni sus hijos se pusiesen joyas de oro, ni de plata, ni mantas ricas de labores, ni plumajes en la cabeza, hasta que hubiesen hecho alguna valentía, matando o prendiendo por su mano a alguno, o algunos en la guerra; por lo cual cuando la primera vez el Rey o Señor prendía por su brazo a alguno, luego despachaba sus mensajeros para que de su casa le trajesen las mejores joyas y vestidos que tenía, y que corriese la voz de que el Rey o Señor había prendido por su sola persona en la guerra, un prisionero o más, y vueltos los mensajeros con las ropas, vestían con ellas al prisionero, y poniéndole en unas andas lo traían como en triunfo y salían a recibirlo con trompetas, bailes y cantos, saludándole primero que al Rey o Señor que lo había cautivado.
Toda esta honra fingida duraba hasta la fiesta del sacrificio, en que lo vestían de las insignias del dios de la guerra, y subido al lugar común de los sacrificios, lo sacrificaba el Ministro más principal por ser, ofrenda de Rey o Señor supremo. Con la sangre del corazón rociaban las cuatro partes del mundo, y la otra sangre recogida en un vaso remitían al Señor que lo había prendido, y con ella mandaba rociar todos los ídolos de su patio en hacimiento de gracias por la victoria. Sacado el corazón echaban a rodar por las gradas abajo el cuerpo, y allí, cortada la cabeza, la ponían sobre un palo, como hoy lo hacen con los ajusticiados. Desollábanle el pellejo, y rellenado de algodón, llevábanlo a colgar a la casa del Rey o Señor por memoria del hecho; de las carnes hacían otras ceremonias, que por ser tan crueles no son dignas de que se expresen. Después de esto podía el Señor o Rey ataviarse y usar de ricas joyas en las fiestas, y guerras, y ponerse en la cabeza ricos plumajes, que era la insignia de los valientes.
FUENTE:
Espinosa, Isidro Félix de. "Crónica de la Provincia Franciscana de los Apóstoles San Pedro y San Pablo de Michoacán".
México: Imprenta de Ignacio Escalante, 1899. 312 p.
Detalles complementarios:
-Autor: Fray Isidro Félix de Espinosa (1679–1755), aunque esta edición fue publicada póstumamente por recopiladores franciscanos.
-Contenido: Relato detallado de la fundación, expansión y personajes clave de la provincia franciscana en Michoacán, desde el siglo XVI hasta el XVIII.
-Valor histórico: Fuente primaria para el estudio de la evangelización en el Bajío, la organización conventual y la vida religiosa en la Nueva España.