Eugenio Amézquita Velasco
-Se reúnen más de 20,000 almas en la Basílica de Guadalupe al final la Peregrinación Varonil y Ciclista al Tepeyac
- En la Basílica de Guadalupe, Mons. Víctor Alejandro Aguilar Ledesma dijo que unidad es la petición de Dios: "Padre, que todos sean uno como tú y yo somos uno".
-Saludó a sacerdotes y a peregrinos -a pie, pedaleando, corriendo- por su testimonio de acompañar la peregrinación.
-El Año Jubilar de la Esperanza recuerda el horizonte de la salvación eterna al que todos peregrinan.
-Llegar ante la Virgen es un anticipo de la alegría y regocijo de alcanzar la vida eterna.
-El peregrinaje requiere sacrificios y superar adversidades -cansancios, fatigas- con fe, amor y la esperanza de la vida eterna.
-El cántico "Magníficat" de la Virgen, "Mi alma glorifica al Señor", habla de la misericordia de Dios.
-Dios concede lo que necesitas para tu salvación, no necesariamente lo que le pides; su voluntad es que nadie se pierda.
-La salvación se logra a través de la Eucaristía, confesión, rezo, rosario y oración. No basta querer, hay que vivirlo.
-La grandeza de Dios no solo está en lo creado -ocaso, lluvia-, sino en su presencia que habita en nuestro corazón.
-El niño en el vientre de Isabel brinca de alegría por la presencia del Señor en María.
-El cristiano debe "brincar de alegría" y gozo por la salvación que Dios ofrece y por Su presencia en el corazón.
-La salvación que trae Cristo Salvador, como lo narra San Lucas, debe llenar a todos de profunda alegría.
-No se debe estar triste o atormentado, sino confiar en el Señor porque Él está en nuestro corazón.
-Dios da su gracia a los humildes y resiste a los soberbios. El corazón humilde es tierra fértil para Su amor.
-El saludo "Dios te salve" -Kecharitomene- significa "llena de gracia", es decir, llena de la presencia de Dios.
-La alegría que se experimenta debe compartirse: los peregrinos están llamados a ser bendición para los demás.
-La Virgen consuela: "No te preocupes, yo estoy aquí para protegerte, para cuidarte. Estás en el regazo de mis brazos".
-La presencia de Dios circula en el torrente de los peregrinos como identidad y vida misma.
-Es necesario abrir el corazón -"la llave tú la traes"- para que el Señor y la Virgen reinen y ser un cristiano feliz.
-Se aclama a Cristo Rey y a Santa María de Guadalupe, pidiendo que reinen en el corazón, la casa y la patria.
Con un llamado llamado a la unidad y la esperanza, Mons. Víctor Alejandro Aguilar Ledesma, Obispo de Celaya, marcó el mensaje central de la homilía en la conclusión de la peregrinación anual de la Diócesis de Celaya.
El Pastor Diocesano urgió a los miles de peregrinos a caminar juntos como una sola familia para cumplir el mandato de Dios de mantener la unidad. Destacó que el peregrinaje, en el marco del Año Jubilar de la Esperanza, es un símbolo de la vida que busca la salvación eterna, la cual exige sacrificios y superar pruebas.
Subrayando la misericordia divina, afirmó que Dios concede lo que se necesita para la salvación y no necesariamente lo que se pide, solicitando a los fieles no estar tristes. La diócesis está llamada a ser una iglesia "llena de gracia" y feliz al abrir su corazón para que el Señor y la Santísima Virgen María reinen en su vida y en su patria.
Texto íntegro de la Homilía en la Basílica de Guadalupe
Saludo a mis hermanos sacerdotes. Gracias por su testimonio también de acompañar la peregrinación cada año, tanto que vienen a pie, que vienen pedaleando, que vienen corriendo, a todos los familiares, amigos que hoy se dan cita también cada año aquí y venimos a hacer presente la de Celaya. Gracias a todos por esa sensibilidad y mantener la comunión con la diócesis, de manera que pues nos sintamos una sola familia, que caminemos juntos, corramos juntos como una familia, no cada quien por su lado. Es difícil mantener la unidad, pero Dios nos pide la unidad: "Padre, que todos sean uno como tú y yo somos uno". La unidad es querida por Dios, pedida por Dios. Y así como se vive la unidad en la iglesia, se vive la unidad en el presbiterio, la unidad en las familias, la unidad en nuestros pueblos, vivir unidos y caminar como diócesis también juntos, obviamente, pero como peregrinos.
Este año jubilar de la esperanza nos recuerda el horizonte hacia el que vamos, nuestra salvación eterna. Peregrinamos con la esperanza de llegar al cielo, de llegar a la vida eterna, así como a ustedes hoy en este día y a todos nos alegra llegar cuando uno ya está aquí ante la presencia de nuestra madre santísima, se alegra nuestro corazón, se se regocija nuestro espíritu porque ya llegamos. Pues ese es un anticipo de lo que significa para todos peregrinar en esta vida hasta llegar a la vida eterna. Somos peregrinos, pero se nutre ese peregrinaje de esperanza. Todos cuando inician la peregrinación, el camino, esperamos llegar. Confiamos en Dios y en el amor a nuestra madre santísima que nos dan fuerza para caminar y superar las adversidades.
Porque ser peregrinos de esperanza, como diócesis en comunión, también implica sacrificios. Sabemos que peregrinos es subir, bajar, días nublados, días de sol, días de lluvia, cansancios, fatigas. Ser peregrino no es fácil. Conseguir también nuestra salvación, hermanos, necesita pruebas, superar dificultades y estas dificultades se superan con esa fe, con ese amor y con ese horizonte hacia el que caminamos, que es nuestra vida eterna.
Hoy la santísima Virgen María en este pasaje que escuchamos de su visita a su prima Santa Isabel, este cántico también que hoy ella realiza, el Magníficat Dominum, "mi alma glorifica al Señor", es un cántico que puede resumir casi el evangelio de San Lucas, porque nos habla de la misericordia que Dios tiene con su pueblo, una misericordia que está en razón de nuestra salvación. Dios nos va a conceder no todo lo que queremos, pero sí nos va a conceder todo lo que necesitamos para nuestra salvación. Porque Dios y la Virgen lo que le interesa a él y a través de nuestra madre no lo repite muchas veces es que nosotros nos salvemos. La palabra de Dios en muchas partes dice que la voluntad salvífica, la voluntad de nuestro Señor es que no salvemos, no quiere que nadie se pierda, nadie.
Y por eso el esfuerzo, el trabajo, la predicación, los sacramentos, todo eso implica lo que necesitamos para nuestra salvación. Por eso en la peregrinación pues hay celebración eucarística, en la peregrinación hay confesión, en la peregrinación hay rezo, hay rosario, hay oración, porque eso es parte de lo que necesitamos para salvarnos. No basta querer, necesitamos también expresarlo con nuestra vida.
Esa misericordia de Dios que nos ama y nos quiere porque quiere salvarnos, se expresa de muchas maneras esas necesidades que tenemos en cada uno de nosotros, de nuestros barrios, nuestras comunidades. También el Señor quiere que ahí proclamemos su grandeza. "Mi alma glorifica al Señor".
Uno diría cuando María dice, "Proclama mi alma la grandeza del Señor", pensaría uno que solo basta proclamar lo grande e infinito que es Dios, todo su poder. Ustedes lo ven cuando venimos caminando. Vemos el ocaso, los árboles, la lluvia, los arroyos, vemos las nubes, nos toca el aire. Todos esos son signos del poder, de la maravilla de Dios, de la belleza de Dios. Todo eso nos habla de Dios.
Pero ese *magnífica ánima mea* nos habla precisamente de la presencia de Dios, pero no solamente en las cosas creadas, sino en nuestro corazón. Mi alma es la que proclama la grandeza de Dios y la grandeza de Dios es su presencia en cada uno de nosotros. Cuando esa grandeza de Dios que ves y que sabemos por la palabra de Dios que Dios es grande, hermoso, maravilloso, pero ese Dios habita en tu corazón, la grandeza de Dios se hace grande. Por eso es el magníficas, porque en ti y en mí está el corazón, en el corazón nuestro está la presencia de Dios. María está feliz, Isabel está feliz, está lleno de alegría porque el Espíritu de Dios está en su corazón. El niño que lleva en su vientre Santa Isabel es el que primero percibe la presencia del Señor. Y por eso dice el texto que ese niño, ese niño todavía no ha nacido, que no tenía ni voz, que no tenía todavía manera de verlo, estaba en el vientre de su madre, ahí brinca, salta de alegría.
Así también el cristiano, el peregrino, la peregrina, cuando en este camino no solo experimenta las maravillas de Dios, sino que abre su corazón a la presencia de Dios, a este Dios misericordioso que te salva, hay que brincar de alegría, de gozo por la salvación que el Señor te ofrece, pero sobre todo porque está en tu corazón. Y cuando en cada uno de nosotros está esa grandeza de Dios, esa grandeza se hace más grande, valga la expresión, porque ese Dios grande se hace presente en tu corazón y en el corazón de tu hermano y de tu hermana. Y de estos 20,000 o veintitantos mil que estamos aquí, ahí se hace presente el Señor. Ahí está la grandeza del Señor. ¿Dónde está la grandeza del Señor? ¿Y por qué mi alma se alegra en espíritu? Porque está el Señor presente en el corazón de los peregrinos, de las peregrinas. Y con María cantamos el Magníficat: "Mi alma se alegra, mi espíritu se goza en Dios, mi salvador".
Ningún evangelio como de San Lucas y lo ponen en labios de la Virgen María hablan de la salvación de Cristo Salvador. Hablan de otros títulos de Jesús, pero ahí se habla de la salvación. Y la salvación que nos trae el Señor nos debe a nosotros llenar de profunda alegría. Por eso no podemos estar tristes, no podemos estar atormentados por tantas situaciones a veces emocionales. Nosotros confiamos en el Señor. Él está en nuestro corazón y por eso con María decimos, "Mi alma glorifica al Señor. Mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador". Pero todas estas maravillas las hace el Señor porque ve la humildad. Dios da su gracia a los humildes y resiste a los soberbios. Entonces, cuando ve un corazón humilde, un corazón que es una tierra fértil, allí el Señor siembra su amor, su misericordia, su gracia. Y entonces puedes recibir como el ángel le dice a María, "Jaire", ¿verdad? Dios te salve. Es un saludo de Dios que "Kecharitomene", es decir, llena de gracia, llena de alegría, llena de la presencia de Dios.
El Señor está contigo. Qué hermoso esa verdad. El Señor está contigo. Cuántas veces nosotros les decimos ustedes en misa, pero yo creo que ni la creen. El Señor esté con ustedes. Esta es una gran verdad. Dios está, quejadito. Amén. Estás tú lleno de esa presencia del Señor, te has confesado, has peregrinado, has ofrecido tu esfuerzo, tu camino, tu pedaleo, etcétera. El trabajo que hicimos hoy, la comunión, llénate de gracia, de bendición de Dios.
Y por último, hermanos, seamos bendición para los demás. Esa alegría que tú experimentas, que tú tienes por la presencia del Señor, como lo tiene Santa Isabel, como lo tiene Juan el Bautista en el vientre de su madre, como lo tiene la Virgen María que glorifica, así también hoy los peregrinos, las peregrinas, los familiares, los amigos, los sacerdotes de la diócesis de Celaya también glorificamos a Dios, amamos al Señor.
Nuestro espíritu se alegra en Dios, nuestro Salvador y queremos vivir esa presencia con gozo en nuestro corazón, que es la certeza de que Dios está con nosotros, camina con nosotros, vive con nosotros, somos su pueblo, somos sus diócesis, somos sus peregrinos y tenemos una madre que nos dice, "No te preocupes, yo estoy aquí para protegerte, para cuidarte. Estás en el regazo de mis brazos, en el cruce de mis brazos. ¿Qué te atormente, hijo mío?"
Experimentemos ese amor de Dios y de nuestra madre santísima y seamos una iglesia diocesana que peregrina, llena de esperanza, pero siempre con la presencia del Señor en nuestro corazón y con un rostro siempre feliz. Seamos una diócesis feliz porque la presencia de Dios está en su corazón, está en nuestra alma y por eso la diócesis de Celaya alaba a Dios, glorifica a Dios, porque en su alma está el Señor y la santísima Virgen María. Que nuestros fieles cristianos, nuestros sacerdotes, cada peregrino, cada peregrina en cada glóbulo rojo y en cada glóbulo blanco esté el amor de Dios y el amor de la santísima Virgen María.
¿Dónde vive la Virgen María? ¿Dónde está nuestro Señor? En cada corazón, en cada cristiano, en cada peregrino, en cada sacerdote y circula en nuestro torrente como identidad, como nuestra vida misma, la presencia de un Dios que nos salva. Gracias a María que aceptó al Salvador y gracias a todos ustedes, hermanos, que han abierto su corazón a la salvación ofrecida en Jesucristo. ¿Dónde habita y dónde está en este momento nuestra madre santísima? Pues está aquí en su casita, pero le está pidiendo a ti y a mí que abras ese corazón. Abre ese corazón. Abre esa alma dura, ese corazón cerrado, porque ese no más se abre por dentro. La llave tú la traes, ábrele para que después de esta peregrinación te lleves en el corazón a la santísima Virgen María y a nuestro Señor y seas un cristiano, un peregrino, una peregrina feliz.
Pues viva nuestra Diócesis que alaba y bendice a Dios y proclama sus maravillas. Y que seamos una diócesis donde la presencia de Dios esté en cada corazón. Por eso proclamamos la grandeza del Señor, porque está en el corazón de todos y cada uno de estos peregrinos. ¿Dónde está el Señor y la santísima Virgen María? En mi corazón. Y allí debe reinar. Antes decían, ¿verdad?, cuando se hablaba de que viva Cristo Rey y decían que reine en mi corazón, en mi casa y en mi patria. Que reine Cristo, rey. ¿Dónde? En mi corazón, en mi casa y en mi patria. ¿Y dónde reina la santísima Virgen María? En mi corazón, en mi casa y en mi patria. ¿Dónde reina Jesús? ¿Dónde reina la santísima Virgen María? Le damos un fuerte aplauso a nuestro Señor, la Santísima Virgen María. ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Santa María de Guadalupe! ¡Viva nuestra Madre Santísima! ¡Viva la Reina del Cielo! Un aplauso fuerte a nuestra Madre Santísima. #MetroNewsMx #GuanajuatoDesconocido
Publicar un comentario