Por Florencio Cabrera C.

“La Palabra es mitad de quien la pronuncia, mitad de quien la escucha”:
Michel de Montaigne

El lenguaje, el primer y más importante medio de comunicación del ser humano es tan fascinante como la misma naturaleza del ser. El Ser, un concepto según el cual se tiende a compartir las características inherentes al modo de pensar, de sentir y de actuar en donde la sonoridad de la palabra, el atributo que relaciona el pensamiento con el mundo que nos rodea, permite ordenar los sonidos en una escala de mayor o menor intensidad, modular la entonación, dar inflexión a la voz y tono a la intención que lleva para convertirse en el arte que se aprende en la escuela elemental.

En la novela, en la prosa, en la poesía, en el teatro y en particular en la ópera es donde se vive todo su encanto porque, además de ser escrita como la palabra de Homero, se eleva a la maestría de combinar los sonidos de la voz humana con los instrumentos musicales, no obstante que también hay lenguaje y palabras vulgares o soeces tanto en el argot callejero como en cualquier sitio en que estén reunidos dos o más individuos. 

Lo mismo se usa para vituperar que para ensalzar o para elevar hasta las nubes al ser amado o para expresarse en los altos foros de la literatura y de la ciencia donde se asocia lo coherente de la palabra para un significado real de lo que se piensa.

Hay léxicos que proceden de los elementos de la naturaleza donde se modifican los sonidos en palabras, sea del ruido que producen el roce de objetos, el piar de las aves, el sonido de animales, de instrumentos musicales, artefactos mecánicos, etc. que se revelan en diferente forma según la interpretación fonética que se da en diferentes idiomas. 

Un ejemplo es la onomatopeya del canto del gallo, en español decimos: quiquiriquí; en inglés: Cock-adoole-doo (coqueduledu); en francés Cocricó; en japonés: Kok-kok co. De la diferencia en como suenan las palabras voy hacia la nomenclatura de ciudades o parajes en diferentes lenguajes en que el tono (vínculo) es tan importante para el oído como el significado de la palabra. 

Si bien los nombres de las poblaciones tienen origen en una o más raíz con un significado explícito, hay sonidos gratos al oído y otros malsonantes o que son un insulto, de este último está de muestra el nombre del rancho del presidente AMLO en Palenque, el municipio de las fabulosas construcciones arqueológicas que nos legaron los Mayas. 

Perfección viva en cada objeto del mundo, aunque algunos la consideran como algo superficial sin tomar en cuenta que la belleza es algo subjetivo y personal, una cualidad enigmática que produce placer sensorial, intelectual y paz al espíritu, belleza transportada por la lectura al interior del leedor.

En el estado de Michoacán encontramos ciudades y pueblos de origen purépecha con nombres no solamente gratos al escucharlos, suenan musicales, muchas de los cuales son esdrújulas que le dan 

ritmo al término. Veamos unas muestras, Tarímbaro (lugar de sauces) ¿acaso no tintinea a música? El encanto de la cascada Tzaráracua (onomatopeya de caer y caer con significado de cedazo). 

Tacámbaro (lugar de palmeras); El Pueblo mágico de Tzintzuntzan (lugar de colibríes) donde gobernó el último Cazoni purépecha. Así, Pátzcuaro, Puruándiro y decenas de nombres que inspiran a la poesía, a la canción sin hacer menos a nombres con otra acentuación como Yuriria, Maravatío (me suena a cirquero), Tinguindín, etc.

Remato. Sin tener que viajar, la lectura también descubre el mundo. flokay33@gmail.com