Eugenio Amézquita Velasco
-Clara de Asís nació en una familia noble. Inspirada por Francisco, dejó su vida de riqueza para servir a Dios, fundando las Clarisas.
-Escapa de su hogar en la noche del Domingo de Ramos, uniéndose a Francisco en la Porciúncula y comprometiéndose con la vida religiosa.
-Se establece en San Damián, donde funda la orden de las Damas Pobres, dedicadas a la oración y la humildad.
-Luchó para que su comunidad no tuviera propiedades, manteniendo una pobreza absoluta. El Papa Inocencio III le concedió este privilegio.
-Con el Santísimo Sacramento en mano, Clara ahuyentó a los sarracenos que asaltaban el monasterio, protegiendo a sus hermanas y la ciudad de Asís.
-A través de la oración y la penitencia, Clara logró que el ejército de Vidal de Aversa, que asediaba la ciudad, se retirara.
- La oración de Clara hizo que su hermana, quien deseaba seguir su camino, se resistiera a los familiares que intentaban llevársela.
-Clara tenía el poder de curar enfermedades y liberar a personas poseídas por el demonio al hacer la señal de la cruz.
-Clara tenía un profundo amor por el Crucificado y la Eucaristía, inspirando su vida de penitencia y sus milagros.
-Después de su muerte, los numerosos milagros de Clara llevaron al Papa Alejandro IV a canonizarla en 1255, estableciendo su fiesta en toda la Iglesia.
Clara de Asís, una mujer nacida en el seno de una noble familia en la ciudad de Asís, se convirtió en un faro de luz en un mundo que se desmoronaba. En una época marcada por la decadencia moral y la debilidad de la fe, Dios, en su infinita misericordia, hizo surgir nuevas formas de vida religiosa para reformar la sociedad. Entre estas, Santa Clara se alzó como una luz brillante para todas las mujeres. Su santidad y los milagros que la acompañaron llevaron al Papa a canonizarla, inscribiéndola en el catálogo de los santos.
El autor de esta biografía, al que el Papa encomendó la tarea, se confiesa humilde y poco versado en letras. Recurrió a las actas de canonización y a los testimonios de los compañeros de San Francisco y de las mismas hermanas de Clara para componer su historia. El texto está escrito con un lenguaje sencillo, para que sus maravillas sean comprensibles para todos, especialmente para las vírgenes consagradas.
Comienzo de la Leyenda de la Virgen Santa Clara y su Nacimiento
Clara, un nombre que significa "clara" tanto en su apelativo como en su virtud, nació en Asís en una familia de linaje ilustre y riqueza. Su padre era un caballero, y su madre, Hortulana, dio a luz una "planta muy fructífera" en el jardín de la Iglesia. Hortulana era una mujer piadosa que, a pesar de sus deberes maritales, se entregaba al servicio de Dios y a prácticas de piedad, incluso realizando peregrinaciones a lugares santos.
Mientras estaba embarazada, Hortulana oró al crucifijo y escuchó una voz que le dijo que alumbraría felizmente una "luz que haría más resplandeciente a la luz misma". Inspirada por esta promesa, al momento del bautismo, su hija fue llamada Clara, con la esperanza de que la profecía de la "luminosa claridad" se cumpliera.
Vida en la Casa Paterna
Desde su más tierna infancia, Clara comenzó a brillar con una luz precoz. Aprendió la fe de su madre y, bajo la guía del Espíritu Santo, su corazón se llenó de gracia. Solía ayudar a los pobres, compartiendo los alimentos más finos de su casa a escondidas, y mostraba un espíritu compasivo desde su niñez.
Clara era ferviente en la oración y, para llevar la cuenta de sus plegarias, utilizaba pequeñas piedras. Desde joven, rechazó las apariencias del mundo, llevando un cilicio escondido bajo sus lujosos vestidos, revistiéndose interiormente de Cristo. Cuando quisieron casarla con un hombre de su misma nobleza, ella se negó, confiando su virginidad al Señor y deseando unirse a Él en un matrimonio celestial.
Encuentro con Francisco de Asís
Por aquel entonces, el nombre de Francisco de Asís se estaba haciendo famoso. Impulsados por una guía divina, Clara deseó conocerlo y Francisco también sintió el anhelo de rescatar "tan noble presa" del mundo. Sus encuentros fueron discretos para evitar maliciosos rumores. Francisco le hablaba de la vanidad del mundo y la invitaba a desposarse con Cristo, el Esposo bienaventurado.
Conmovida por las palabras de Francisco, Clara no tardó en aceptar. Se encendió en el fuego divino, despreció la vanagloria terrenal y decidió consagrar su pureza a Cristo. Tomó a Francisco como su guía, y su alma se llenó de las enseñanzas de Jesús, despreciando toda pompa y ornato secular.
Conversión y Fuga del Siglo
Para evitar que el mundo contaminara su alma, Francisco se apresuró a guiarla hacia una vida religiosa. Le aconsejó que en el Domingo de Ramos asistiera a la iglesia vestida con sus mejores galas, y que por la noche huyera. Así lo hizo Clara. Esa noche, abandonó su hogar y, con una fuerza milagrosa, abrió una puerta obstruida para escapar de la ciudad.
Corrió a la iglesia de Santa María de la Porciúncula, donde los frailes la recibieron con antorchas. Allí, se despojó de sus vanos adornos y Francisco le cortó el cabello. Después de hacer sus votos, fue trasladada a la iglesia de San Pablo, donde permanecería mientras el Altísimo dispusiera su camino.
La Resistencia a sus Parientes
Al enterarse, sus familiares acudieron indignados para persuadirla de que abandonara su decisión. Con fuerza, le reprocharon la "vileza" de su acto. Pero Clara, agarrándose al altar, les mostró su cabeza tonsurada y les aseguró que no volvería al mundo. La violencia y las promesas no la doblegaron; al contrario, fortalecieron su ánimo. Finalmente, sus parientes desistieron.
Pasó un breve tiempo en el Santo Ángel de Panzo y, por consejo de Francisco, se trasladó a San Damián, un lugar de gran importancia para el santo. Aquí, Clara ancló su espíritu y fundó un "colegio de vírgenes", el primer monasterio de la Orden de las Damas Pobres. Por amor a Cristo, se encerró en este reclusorio por 42 años, mortificando su cuerpo con cilicios y disciplina.
Fama de sus Virtudes y el Alcance de su Santidad
La noticia de la santidad de Clara se extendió rápidamente. Muchas mujeres, inspiradas por ella, corrieron a unirse a su comunidad o a vivir de manera más casta y devota. Nobles, duquesas y reinas emularon su ejemplo, construyendo monasterios y viviendo en la humildad de Cristo. La Iglesia, con el florecer de estas nuevas vidas, se renovó, y un gran número de vírgenes se esforzaron por vivir según su regla.
La Humildad y Pobreza de Clara
Clara, el noble fundamento de su Orden, construyó su vida sobre la base de la humildad. Aunque fue obligada por Francisco a asumir el gobierno de las damas, siempre se consideró una sierva, sirviendo a sus hermanas con las tareas más humildes, lavándoles los pies y limpiando las vasijas de las enfermas.
Su pobreza de espíritu se unía a la pobreza material. Vendió su herencia paterna para repartirla entre los pobres y prohibió a sus hijas poseer bienes. Inculcaba a sus hermanas que su comunidad perduraría si estaba defendida por la "torre de la altísima pobreza", recordándoles que Cristo nació en la pobreza de un pesebre.
Clara solicitó el Privilegio de la Pobreza al Papa Inocencio III, una petición insólita para la época. Años después, el Papa Gregorio le ofreció bienes para su comunidad, pero ella se negó firmemente, diciendo que no quería ser dispensada de seguir a Cristo pobre.
Milagros de la Pobreza
En una ocasión, ante la falta de comida, Clara ordenó a una despensera que dividiera un solo pan y que de la mitad restante sacara 50 porciones para las hermanas. Milagrosamente, el pan se multiplicó en las manos de la hermana, proveyendo para todas.
En otro momento, sin una gota de aceite, Clara pidió que un hermano fuera a buscarlo. El hermano, al recoger el recipiente que ella había limpiado, lo encontró inexplicablemente lleno. La oración de Santa Clara se había adelantado a la caridad del hermano, aliviando la indigencia de sus hijas.
Mortificación de la Carne y Oración
Clara llevó una vida de rigurosa mortificación, usando un cilicio de cerdas de puerco y durmiendo sobre la tierra o sarmientos. Con el tiempo, debido a la enfermedad, tuvo que suavizar su penitencia, pero siempre mantuvo una disciplina extrema.
Su abstinencia era tan severa que en las cuaresmas ayunaba tres días a la semana a pan y agua. A pesar de los ruegos de las hermanas y de la prohibición de Francisco, su rigor la enfermó, pero ella conservaba un semblante alegre, demostrando que su alegría interior superaba cualquier sufrimiento físico.
Clara dedicaba su alma a la oración y a las alabanzas divinas. Pasaba las noches despierta, arrodillada y bañada en lágrimas, sintiendo la presencia de Jesús. En una ocasión, el diablo intentó tentarla bajo la apariencia de un niño, pero ella lo ahuyentó con sus respuestas de fe.
De sus oraciones, regresaba con un rostro radiante, y sus palabras encendían el corazón de sus hermanas. A menudo, llamaba a las más jóvenes con una campanilla para que se unieran a ella en la oración matutina, mostrando su incansable devoción a Dios.
De las Maravillas de su Oración y la Expulsión de los Sarracenos
Con total fidelidad y profunda veneración, se narran los milagros obrados por la oración de Santa Clara. En una época de grandes conflictos bajo el emperador Federico, el valle de Espoleto fue invadido por ejércitos de sarracenos, quienes acampaban en la región para asaltar ciudades fortificadas. En un asalto, los sarracenos, sedientos de sangre, penetraron en el claustro de San Damián, sembrando el terror entre las monjas. Clara, a pesar de estar enferma, se mantuvo firme. Ordenó que la llevaran a la puerta del claustro con el relicario que contenía el Cuerpo de Cristo.
Postrada en el suelo, Clara oró a Cristo con lágrimas, rogándole que protegiera a sus siervas inermes. De pronto, escuchó una voz de niño que le prometió: "Yo siempre os defenderé". Clara, entonces, le pidió también que protegiera la ciudad de Asís, y la voz le respondió que la ciudad sería defendida por su poder. Con el rostro bañado en lágrimas, Clara confortó a sus hermanas, asegurándoles que nada malo les pasaría. De inmediato, la audacia de los sarracenos se convirtió en pánico, y huyeron inexplicablemente. Clara, entonces, les prohibió a sus hermanas revelar el milagro mientras ella viviera.
Otro Milagro: La Liberación de la Ciudad de Asís
En otra ocasión, Vidal de Aversa, un caudillo imperial, sitió Asís y declaró que no se iría hasta no haberla conquistado. Convocando a sus hermanas, Clara les dijo que debían ayudar a la ciudad que tanto las había socorrido. Ordenó que se echaran ceniza en la cabeza, y ella fue la primera en hacerlo. Juntas, oraron con lágrimas a Dios por la liberación de la ciudad. A la mañana siguiente, todo el ejército de Vidal se desbandó, y su soberbio jefe, en contra de su voluntad, abandonó el asedio. Poco después, aquel capitán murió a espada.
Eficacia de su Oración en la Conversión de su Hermana
La eficacia de la oración de Clara también se manifestó en la conversión de su hermana menor, Inés. Desde el inicio de su consagración, Clara había orado a Dios para que su hermana, a quien había dejado en casa, se uniera a ella en el servicio divino. Con profunda devoción, le pidió al Padre de las misericordias que Inés, en vez de unirse a un matrimonio terrenal, se desposara con Cristo.
Dieciséis días después de la conversión de Clara, Inés, inspirada por el Espíritu Santo, acudió a San Damián para unirse a su hermana. Clara, llena de gozo, agradeció a Dios por haber escuchado su súplica. Sin embargo, cuando los parientes se enteraron, un grupo de doce hombres furiosos corrió al monasterio. Fingiendo una visita pacífica, intentaron forzar a Inés a regresar a casa. Al negarse ella, un caballero la agarró con violencia, y los hombres la arrastraron por la ladera del monte. Inés, pidiendo auxilio a su hermana, clamaba que no la separaran de Cristo. Clara, postrada en oración, suplicaba a Dios que le diera fuerza a su hermana.
26. De repente, el cuerpo de Inés se hizo tan pesado que ni con el esfuerzo de varios hombres pudieron moverlo. Su tío, Monaldo, intentó golpearla, pero sintió un dolor insoportable en la mano, un dolor que lo atormentaría por mucho tiempo. Tras una larga batalla, Clara se acercó y pidió a sus parientes que se retiraran, dejando a su hermana a su cuidado. Una vez solos, Inés, jubilosa por haber combatido su primera batalla por Cristo, se consagró al servicio divino. Francisco la tonsuró, y ella, junto a su hermana, fue instruida en los caminos del Señor.
Otros Milagros: La Expulsión de Demonios y la Fe del Papa
La oración de Clara no solo tenía poder contra los hombres, sino también contra los demonios. Una mujer de Pisa, devota de la santa, fue liberada de cinco demonios gracias a sus méritos. Los demonios, al ser expulsados, confesaron que la oración de Santa Clara los había desalojado. El Papa Gregorio, que la tenía en alta estima, también experimentó la eficacia de sus oraciones. A menudo, cuando enfrentaba dificultades, se dirigía por carta a la santa para pedirle su ayuda, y experimentaba su auxilio de manera inmediata.
Devoción al Sacramento del Altar y Consolación Divina
La devoción de Clara al Sacramento del Altar era admirable. Durante una enfermedad, hilaba finas telas para confeccionar corporales que enviaba a varias iglesias. Al recibir la Eucaristía, se bañaba en lágrimas y la reverenciaba con un temblor reverente, tanto a quien está en el sacramento como a quien rige el universo.
En una Navidad, mientras todas las monjas se habían ido a maitines y ella estaba sola y enferma, Clara se lamentó de no poder participar en las alabanzas. De repente, escuchó el maravilloso concierto de los maitines en la iglesia de San Francisco, un lugar que estaba demasiado lejos para ser oído. Esta consolación no fue solo auditiva, sino que también mereció ver el pesebre del Señor. A la mañana siguiente, cuando sus hijas regresaron, les contó la gracia que Cristo le había concedido, demostrando que Dios no la había abandonado, aun cuando estaba sola.
El Devoto Amor al Crucificado
Santa Clara sentía un fervor especial por la pasión de Cristo. A menudo, lloraba al meditar en las llagas sagradas, encontrando en ellas tanto la amargura de la mirra como los gozos más dulces. Su corazón, marcado por el amor, no dejaba de recordar a Cristo paciente. Enseñaba a sus novicias a llorar al Crucificado, y su ejemplo era más elocuente que sus palabras. Se emocionaba particularmente durante las horas de sexta y nona, dedicadas a la inmolación del Señor. En una ocasión, mientras oraba, el diablo la golpeó, causándole una herida en la mejilla. Para mantener su alma enfocada en el Crucificado, recitaba la oración de las cinco llagas y llevaba una cuerda con trece nudos bajo su hábito, en conmemoración de las heridas de Cristo.
En la víspera de la Cena del Señor, Clara se retiró a meditar sobre la pasión de Cristo. Se sumergió tanto en la tristeza de Jesús que permaneció en un estado de éxtasis por más de un día. Su mirada, fija en una visión, parecía estar co-crucificada con Cristo. Una de sus hijas, preocupada, la visitaba repetidamente. Finalmente, la noche del sábado, Clara volvió en sí, exclamando: "Bendito sea este sueño, porque lo que tanto he ansiado me ha sido concedido." Y le pidió a su hija que no revelara este suceso mientras ella estuviera viva.
Milagros a Través de la Cruz
El Crucificado correspondía a su amante: Clara, quien amaba profundamente el misterio de la cruz, fue dotada con el poder de obrar milagros a través de su señal. Un hermano llamado Esteban, que sufría de ataques de furia, fue enviado a Clara por San Francisco. Después de que ella lo signara con la cruz y le permitiera dormir un rato en su celda, Esteban despertó completamente sano.
Un niño de tres años, Mattiolo, tenía una piedra atorada en la nariz. Al ser llevado a Clara, ella lo signó con la cruz, y la piedra salió de inmediato. Otro niño, con un ojo cubierto por una mancha, fue curado por Clara y su madre, Hortulana, quien también se había unido a la orden. Clara signó el ojo del niño, y Hortulana, siguiendo las instrucciones de su hija, repitió el gesto, y el niño recuperó la visión.
Una hermana llamada Bienvenida tenía una fístula de doce años en el brazo. Clara, conmovida, la signó con la cruz, y la llaga sanó de inmediato. Otra hermana, Amada, que padecía de hidropesía, fiebre y tos, fue curada instantáneamente después de que Clara la signara con la cruz.
Una sierva de Cristo de Perusa, que había perdido la voz, fue sanada en la noche de la Asunción por intercesión de Clara. Otra hermana, Cristiana, que sufría de sordera, recuperó la audición tan pronto como Clara tocó su oído y lo signó. A menudo, Clara entraba en la enfermería y, haciendo la señal de la cruz, curaba a múltiples hermanas de sus dolencias. Estos milagros demuestran que en su corazón la cruz era un árbol que daba frutos de salud para el alma y el cuerpo.
Instrucción y Caridad para las Hermanas
Como maestra de las novicias, Clara las instruía con sabiduría y amor. Les enseñaba a apartar el estruendo del mundo para poder estar en la intimidad con Dios. Las exhortaba a desapegarse de sus familias, a dominar las debilidades del cuerpo y a ser precavidas ante las trampas del enemigo. Les pedía que intercalaran las labores manuales con la oración, y les recordaba que el silencio era esencial. Su elocuencia era breve pero profunda, y su presencia inspiraba una vida de honestidad y virtud.
Clara proveía a sus hijas del alimento de la palabra de Dios a través de predicadores devotos. En una ocasión, mientras escuchaba predicar a un fraile, se le apareció un hermoso niño que la consoló con su presencia. A pesar de no ser una erudita, Clara extraía el sentido espiritual de cada sermón. Cuando el Papa prohibió que los frailes visitaran sus monasterios, Clara, dolida por la falta de alimento espiritual, devolvió a todos los frailes, incluyendo a los que les conseguían el pan material, hasta que el Papa revocó la prohibición.
La abadesa amaba y cuidaba con admirable caridad tanto el alma como el cuerpo de sus hijas. A menudo, las cubría por la noche para protegerlas del frío, y ajustaba las reglas a las que no podían seguir el rigor común. Consuela con lágrimas a las que sufrían tentación o tristeza, e incluso llegaba a postrarse a sus pies. Las hermanas, en respuesta, le daban su total devoción, admirando en su maestra la perfecta santidad.
Enfermedades, Muerte y Exaltación
Tras cuarenta años de vivir en la pobreza, Clara se acercaba al final de su vida, precedida por numerosos dolores. El rigor de su penitencia en los primeros años fue superado por una cruel enfermedad que duró veintiocho años. Durante todo este tiempo, jamás se quejó, y de sus labios solo salían palabras de gratitud. El Señor pospuso su muerte para que pudiera ser honrada por la Iglesia.
Una monja benedictina tuvo la visión de una hermosa mujer que le anunciaba que Clara no moriría hasta que el Señor, representado por el Papa, viniera a visitarla. Cuando el Cardenal de Ostia se enteró de la gravedad de su salud, se apresuró a visitarla, le dio el sacramento de la Eucaristía y prometió interceder por ella para la confirmación del "privilegio de la pobreza."
El Papa Inocencio IV, junto a los cardenales, honró a Clara con su presencia. Ella, con gran humildad, besó los pies del Pontífice, y le pidió la remisión de sus pecados. El Papa le concedió la absolución y una amplia bendición. Clara, profundamente conmovida, dio gracias a Dios por haberle permitido ver al Altísimo y a su Vicario.
Clara respondió a su hermana Inés, que lloraba desconsoladamente, que no temiera, ya que pronto se reunirían con el Señor.
Durante sus últimos días, la fe de la gente creció enormemente. Cardenales y prelados la visitaban, y ella, a pesar de no haber probado alimento por diecisiete días, los confortaba a todos. A fray Rainaldo, que la consolaba en su martirio, ella le respondió que, desde que conoció a Cristo a través de San Francisco, ninguna pena ni enfermedad le había sido gravosa.
Rodeada por sus hermanas y los compañeros de San Francisco, Clara se preparó para morir. Fray Junípero, un fraile de palabras ardientes, la confortó. Ella bendijo a todas sus hijas, presentes y futuras, y les recomendó la pobreza del Señor. Sus hijas, sumidas en el dolor, se despidieron con lágrimas.
Antes de morir, Clara se dirigió a su alma: "Ve segura, porque tienes buena escolta para el viaje." Una de sus hijas, en una visión, vio una procesión de vírgenes vestidas de blanco, coronadas de oro. Entre ellas, una mujer más deslumbrante, la Virgen María, se acercó y abrazó a Clara. Al amanecer, el alma de Clara partió para ser coronada con el premio eterno.
La noticia de su muerte se extendió por toda la ciudad. Multitudes acudieron a honrarla. El Papa, en un gesto extraordinario, ordenó que se rezara el oficio de vírgenes, como si quisiera canonizarla antes de su entierro. Tras los oficios, el cuerpo de Clara fue trasladado a la iglesia de San Jorge, donde había sido enterrado San Francisco. Pocos días después, su hermana Inés la siguió a las delicias celestiales.
De los Milagros de Santa Clara después de su Muerte
Los verdaderos milagros de los santos son la santidad de su vida y la perfección de sus obras. Aunque la vida de Santa Clara es ya un testimonio de su santidad, la devoción popular y la tibieza de la época demandan milagros más tangibles. Por ello, Clara, que en vida brilló por sus méritos, ahora que está en la claridad eterna, resplandece en la tierra con el esplendor de sus milagros.
Liberación de Endemoniados y Locos
Un niño de Perusa, Jacobino, estaba poseído por un demonio que lo hacía autolesionarse, morder piedras y contorsionar su cuerpo de forma horrible. Su padre, Guidoloto, al ver que los médicos no podían ayudarlo, acudió al sepulcro de Santa Clara, ofreciéndole a su hijo y suplicando por su salud. En el momento en que colocó al muchacho sobre la tumba, este se curó instantáneamente y nunca más fue atormentado por el mal.
Alejandrina de la Fratta, también de Perusa, sufría de una posesión demoníaca que la llevaba a realizar actos peligrosos. Además, su costado izquierdo estaba paralizado y su mano, contraída. En el sepulcro de Santa Clara, imploró su ayuda y fue sanada de sus tres aflicciones a la vez: su mano se extendió, el costado sanó y el demonio la abandonó.
Un joven francés que acompañaba a la Curia papal fue víctima de una locura furiosa. Atado a una camilla, fue llevado a la iglesia de Santa Clara, donde sus compatriotas lo colocaron ante el sepulcro. Al instante, el joven se liberó de su mal.
Valentín de Espelo sufría de epilepsia y una pierna encogida. Después de ser llevado al sepulcro de la santa, su pierna se enderezó con un gran ruido y sanó de ambas enfermedades.
Curación de un Ciego y un Tullido
Un ciego de doce años, llamado Santiaguito, soñó tres veces con una señora que le pedía que fuera a Asís a verla. Impulsado por la fe, se dirigió a la tumba de Clara. Como no podía acercarse por la multitud, se durmió en una piedra cercana. En sueños, la santa le dijo que se curaría si lograba entrar. Finalmente, logró llegar al sepulcro, se postró humildemente y se durmió. Al despertar, Clara le dijo que se levantara, y al instante, Santiaguito recobró la vista.
Bongiovanni di Martino, de Perusa, tenía una mano fracturada e inútil después de una pelea. Había gastado mucho dinero sin éxito y deseaba que se la amputaran. Al enterarse de los milagros de Clara, hizo un voto y fue a su sepulcro. Postrado sobre la tumba, su mano se curó antes de que saliera de la iglesia.
Curación de Contrahechos y Enfermedades
Pedrito, un niño de Bettona, sufría una enfermedad que lo había encorvado por completo. Los médicos lo declararon incurable. Su padre lo llevó al sepulcro de Clara y, poco después, el niño se enderezó y sanó, caminando y alabando a Dios.
Un muchacho de diez años, de San Quirico, estaba tullido de nacimiento. Su madre lo llevó al sepulcro de Clara, y después de unos días, sus piernas se enderezaron milagrosamente. Clara le concedió lo que Francisco, a pesar de las súplicas, no había podido.
Santiago de Franco, de Gubbio, tenía un hijo de cinco años que no podía caminar. Prometió que si sanaba, sería "el hombre de Santa Clara". La santa concedió el milagro, y el niño caminó. Sus padres, llenos de gozo, lo consagraron al Señor en la tumba de la santa.
Pleneria, de Bevagna, que sufría de una cintura encogida, fue llevada al sepulcro de Clara. Después de orar con devoción, se curó completamente y regresó a casa caminando por sí misma.
Curación de Tumores y Enfermedades de Garganta
Una muchacha de Perusa tenía la garganta llena de tumores. Después de que su madre la llevara al sepulcro de Clara y la dejara allí una noche, los tumores se ablandaron y desaparecieron por completo.
Una hermana de la orden, Andrea, que tenía un tumor en la garganta, intentó quitárselo por sí misma. Clara, por inspiración divina, supo lo que sucedía y le dijo a la hermana que confesara sus intenciones. La regañó por su falta de fe y la curó del tumor, aunque le profetizó que moriría de otra enfermedad, como finalmente sucedió.
Rescate de Lobos y Salvación de Personas
Una mujer de Monte Galliano, Bona, perdió a uno de sus hijos por el ataque de un lobo. Cuando el animal se llevó a su segundo hijo, ella clamó a Santa Clara, suplicándole que se lo devolviera. El lobo, milagrosamente, abandonó al niño en el bosque, y un perro lo encontró lamiéndole las heridas.
Una muchacha de Cannara, que fue atacada por un lobo, invocó la ayuda de Santa Clara. La joven, que iba en las fauces del animal, le increpó: "¿Te atreverás a llevarme aún, después que me han encomendado a tan santa virgen?". El lobo, como un ladrón sorprendido, la soltó y huyó.
Canonización de la Virgen Santa Clara
El Papa Alejandro IV, movido por el inmenso número de milagros, inició el proceso de canonización de Clara. Después de un cuidadoso examen de su vida y sus prodigios, se convocó a un concilio de cardenales y obispos. Todos votaron a favor de su santificación. Finalmente, en Anagni, en el año 1255, el Papa Alejandro IV inscribió a Clara en el catálogo de los santos, y decretó que su fiesta se celebrara en toda la Iglesia. El cuerpo de la santa fue trasladado a la iglesia de San Jorge, donde había reposado San Francisco. Al poco tiempo, su hermana Inés la siguió en la muerte, uniéndose a ella en el gozo eterno.
Basado en:
Leyenda de Santa Clara
Biblioteca de Autores Cristianos (BAC 314)
Madrid, 1999, 4ª edición (reimpresión), págs. 127-197.