La última petición: "¡Vida!"
Fábula contada por el Padre Manuel Rangel
Cuenta la historia que cuando el primer ministro de Enrique VIII estaba ya para morir, el rey en persona se acercó a su lecho y le dijo:
-Mi fiel ministro, has hecho grandes cosas por el reino de Inglaterra. Quiero recompensarte. Pídeme lo que quieras: tierras, castillos, títulos de nobleza para tus hijos... lo que me pidas te daré.
El moribundo entreabrió los ojos y en la desesperación de la agonía exclamó anhelante:
-¡Sólo quiero seguir viviendo! ¡No quiero morir! ¡Dame al menos tres días más de vida! ¡Tres días!...
El monarca dio un paso atrás, vivamente impresionado por tan angustiosa e inesperada petición. Luego movió la cabeza y dijo:
-No puedo darte lo que me pides. Sólo Dios tiene en sus manos las llaves de la vida...
El moribundo cerró los ojos. Volvió su rostro hacia la pared. No quiso mirar más al rey ni saber de sus ofertas. Y sollozando amargamente exclamó:
-¡Tantos años he servido a uno que no puede darme tres días de vida, y me olvidé de aquel Señor que me ofrecía vida para siempre!...
La reflexión
Este relato breve, casi parabólico, condensa una poderosa crítica existencial y simbólica sobre la fragilidad del poder humano frente a la inevitabilidad de la muerte. La escena entre Enrique VIII y su primer ministro no es solo una fábula dramatizada, sino una alegoría sobre el límite del poder terrenal y la ceguera espiritual que puede acompañar a quienes se consagran a estructuras de dominio sin cuestionar su trascendencia.
El rey, figura máxima del poder político, ofrece todo lo que está a su alcance: tierras, títulos, castillos. Pero cuando el ministro, en su agonía, pide lo único verdaderamente esencial -vida-, el monarca se revela impotente.
Esta impotencia no es solo biológica, sino simbólica: el poder humano, por vasto que sea, no puede conceder lo que pertenece al orden divino. La frase “Sólo Dios tiene en sus manos las llaves de la vida” marca el punto de quiebre entre la soberanía terrenal y la soberanía espiritual.
La reacción del ministro -dar la espalda al rey y llorar por haber olvidado al “Señor que ofrecía vida para siempre”- es una confesión tardía, pero profundamente reveladora. En ella se condensa el drama de quienes han dedicado su existencia a servir estructuras de poder que, en última instancia, no pueden responder a las preguntas fundamentales de la existencia.
Es una crítica a la idolatría institucional, al olvido de lo trascendente en favor de lo inmediato, de lo político sobre lo espiritual.
Desde una lectura más amplia, el texto interpela a todo servidor público, a todo agente institucional, a revisar qué tipo de poder sirve y qué tipo de trascendencia busca. ¿Es el reconocimiento del rey suficiente si no hay paz interior ni sentido último? ¿Qué valor tienen los títulos si no hay redención?
La historia nos recuerda que el mérito no reside en acumular favores del poder, sino en cultivar vínculos con lo eterno.
Este relato, en su sencillez, es una llamada a la conciencia, a la humildad, y a la reorientación del sentido de servicio hacia lo que verdaderamente permanece. #MetroNewsMx #GuanajuatoDesconocido