En Xichú donde la sierra
canta sueños al albor,
vivió un hombre sembrador
de ternura verdadera.
Fue su luz la compañera
del pincel y la emoción,
del barro y la vocación
que en los jóvenes ardía,
como estrella que salía
a pintar el corazón.
No enseñaba con sermones
ni con fórmulas vacías,
sino con sabidurías
hechas canto y mil razones.
Sus talleres, sus pasiones,
fueron bálsamo y abrigo,
y en cada niño, un amigo
que aprendía a imaginar
que el arte puede sanar
y que el arte es buen testigo.
Física daba en la escuela
pero el alma la tocaba,
con acuarela que hablaba
y con barro que consuela.
Su presencia era candela
que encendía la ilusión,
y en cada conversación
dejaba paz y armonía,
como quien cada día
cultiva la educación.
En Benito Juárez fue
sembrador de paz y vida,
y su voz quedó prendida
como estrella que se ve.
Su legado aún se lee
en murales y en canciones,
en raperos, en visiones,
en tapetes de colores,
en saberes y en valores
que brotaron de emociones.
“El arte es pan del espíritu,
es abrigo y es camino,
nos aleja del destino
que nos lleva al precipito.
Es la flor del infinito
que en la infancia se cultiva,
y en la juventud activa
nos da fuerza y dignidad,
nos da luz, nos da verdad,
nos da paz que nos motiva”.
Murales llenos de historia,
máscaras, libros, memoria,
tapetes de flor y gloria
que tejieron su victoria.
Cada obra fue notoria
por su fuerza y su intención,
por su noble convicción
de sanar con la belleza,
de sembrar con gentileza
una nueva educación.
Tianguis de saber profundo,
rap con verso y corazón,
conciertos en cada rincón
que alumbraban todo el mundo.
Su mensaje fue fecundo
como el canto de la sierra,
como el alma que se aferra
a la vida con pasión,
como el arte en comunión
que transforma y que se aferra.
San Luis, Victoria y Tierra
Blanca vieron su jornada,
como un faro en la enramada
que jamás se va a la guerra.
Fue su paso por la sierra
un suspiro de bondad,
una voz de claridad
que en la piedra dejó huella,
como estrella que destella
con amor y dignidad.
No era maestro cualquiera,
era amigo, era consuelo,
era paz en el anhelo
de la infancia verdadera.
Su palabra era sincera,
su mirada era canción,
y en cada conversación
dejaba luz y ternura,
como quien con su dulzura
cura el alma y la razón.
Lourdes dijo con razón:
“Su calor era semilla,
creaba en cada orilla
ambientes de bendición”.
Fue su arte vocación
de sanar y de guiar,
de enseñar y de escuchar
con paciencia y con amor,
como quien lleva una flor
para el alma cultivar.
Toño escuchaba y guiaba
con paciencia y con fervor,
y a quien soñaba ayudaba
a encontrar su propio flor.
Fue su paso redentor
de la infancia y su dolor,
y en cada joven cantor
dejó huellas de esperanza,
como quien con su enseñanza
pinta el mundo con color.
“Las artes no son relleno,
son la puerta al porvenir,
si las damos con empeño
veremos el mundo abrir”.
Así hablaba con cariño
y con firme convicción,
como quien da dirección
a la vida con su canto,
como quien regala tanto
desde el arte y la emoción.
La Secretaría lo honró
por su paz en la enseñanza,
y su legado quedó
como canto y esperanza.
Fue su vida una balanza
entre el arte y la razón,
y su noble corazón
fue bandera de armonía,
como quien cada día
da al amor su bendición.
Hoy la sierra lo despide
con guitarras y oración,
y su espíritu nos mide
con amor y convicción.
Su presencia es bendición
que en el viento se respira,
y su voz aún nos inspira
a seguir con su legado,
como maestro sembrado
en la luz que nunca tira.
Murales no son paredes,
son sus huellas en la piel,
y en los niños que él defiende
vive Toño, fiel y fiel.
Su memoria es un laurel
que en Xichú florecerá,
y su arte brillará
como estrella en la montaña,
como canto que acompaña
y jamás se apagará.
Descansa en paz, maestro amado,
que tu arte siga en flor,
y en Xichú, siempre sembrado,
tu recuerdo es lo mejor.
Tu camino fue de amor
y de luz en cada paso,
y hoy la sierra en su abrazo
te despide con canción,
como quien da bendición
y en el alma deja un lazo.
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