José Ramón Castellanos Castro
Docente en Ingeniería de Procesos y estudiante de Doctorado, enfocado en el análisis y desarrollo de bioprocesos sustentables.
Un caso lleno de contrastes económicos, sociales y ambientales
En el pasado, la palabra "tequila" evocaba imágenes de agave, riqueza cultural, patrimonio de la humanidad, campo y desarrollo económico. Hoy, sin embargo, también se asocia con desafíos como la deforestación, el impacto ambiental, la fluctuación de precios, el abandono del campo y las dificultades del monocultivo.
¿Cómo es que un símbolo de tradición y crecimiento ha llegado a representar también estas problemáticas? Desde el establecimiento de la denominación de origen en 1974, que otorgó exclusividad a diversas regiones de México para la producción de tequila, se vislumbró un futuro de desarrollo y oportunidades, en el que esta emblemática bebida podría convertirse en el motor de un sector agrícola e industrial en el país.
Durante muchos años, esta visión ha ido materializándose. Según el Consejo Regulador del Tequila, desde 1995 la producción anual de tequila pasó de 104,3 millones de litros a un pico histórico de 651,4 millones en 2022, de los cuales el 64,3 % se destinaron a la exportación, principalmente a Estados Unidos. En cuanto al agave, la industria tequilera aumentó su consumo anual de 278,000 toneladas a más de 2,610,000, lo que representa un crecimiento superior al 800%.
Este acelerado incremento en la demanda se reflejó en los precios del agave, convirtiéndolo en un cultivo de alto valor agregado y muy rentable para el sector agrícola mexicano, alcanzando niveles superiores a los 30 pesos por kilogramo, en contraste con los precios anteriores a 2006, que oscilaban entre centavos y 4 pesos por kilogramo de piña de agave.
Indudablemente, este auge comercial de la agroindustria tequilera se puede atribuir a diversos factores, como la globalización, el tratado de libre comercio y el reconocimiento internacional del tequila, cuya relevancia cultural le permite compararse con otras bebidas emblemáticas como el whisky, el vodka o el ron.
A partir de 2023 se activaron señales de alerta debido a la pronunciada caída en los precios del agave en campo, un primer indicio de un futuro incierto. La burbuja del agave estalló: primero se cotizaba a 25 pesos, luego a 20, y en menos de tres años, para 2025, los precios se han reducido a un rango de 2 a 7 pesos por kilogramo.
¿Qué fue lo que originó este declive?
El primer culpable sería señalado: sobreproducción de agave. Si bien es cierto que, en 2023, la exportación de tequila tuvo su primera contracción en más de 15 años, con una disminución superior al 4% que impactó inevitablemente en la cadena primaria de suministro, tampoco es posible negar que la falta de coordinación y planeación entre el sector agrícola y el tequilero contribuyeron significativamente a esta situación.
En realidad, las fluctuaciones en el precio del agave han sido una constante a lo largo de los años, algunos los llaman círculos virtuosos, o más acertadamente círculos viciosos de oferta y demanda, un fenómeno que se observa no solo en el agave, sino también en otros insumos o materias primas.
De acuerdo a datos del servicio de información agroalimentaria y pesquera (SIAP), la superficie destinada al cultivo de agave en el país pasó de 77,000 hectáreas a más de 239,271 en 2023, lo que representa un incremento del 210%. A pesar de este crecimiento, ha surgido un mercado irregular en la proveeduría de agave a diversas empresas, impulsado por la alta rentabilidad del cultivo y la falta de regulación efectiva. Muchas de estas plantaciones, al no ubicarse en las regiones con denominación de origen ni contar con las certificaciones del Consejo Regulador del Tequila (CRT), no cumplen con los estándares requeridos para la producción de tequila.
La expansión de tierras destinadas a la siembra de agave, lograda mediante la deforestación y quema de zonas boscosas secas y semiáridas, está provocando consecuencias ambientales alarmantes. Este proceso destruye hábitats naturales y reduce la biodiversidad, lo que podría desencadenar impactos irreversibles que se evidenciarán cuando ya sea demasiado tarde para revertirlos.
Es imperativo repensar estas prácticas, adoptando estrategias de cultivo sostenibles que protejan nuestros ecosistemas y aseguren un futuro equilibrado. Muchos agricultores, al enfrentar la incertidumbre y las pérdidas económicas derivadas de la siembra de maíz y otros cultivos convencionales, optaron por abandonar sus tradiciones en favor de cultivos que prometían mayor prosperidad.
En 2024 se reportó que Jalisco perdió cerca del 30 % de su capacidad para sembrar maíz en menos de dos años, migrando hacia cultivos como berries y agave, gracias a su mayor rentabilidad y resistencia frente a condiciones climáticas adversas.
¿Es justo culpar al agricultor por apostar por un cultivo que prometía mejores oportunidades, cuando el maíz solo les ha significado pobreza? Hoy, una vez más, se encuentran atrapados en la incertidumbre, enfrentando un mercado tequilero volátil en el que, aparentemente, son el único eslabón de la cadena productiva que asume los riesgos y las pérdidas ante sus impredecibles fluctuaciones. #MetroNewsMx #GuanajuatoDesconocido
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