Eugenio Amézquita Velasco
Hay amores que no se anuncian con palabras dulces ni gestos suaves. Hay amores que se construyen en silencio, con la constancia de quien está, día tras día, sin pedir reconocimiento. Así fue el amor de Pedro Eduardo Bañales Moreno: un amor que no siempre se entendió en el momento, pero que dejó huellas profundas en quienes lo rodearon.
Pedro no fue hombre de sonrisas fáciles ni de abrazos espontáneos. Su manera de amar fue otra: la del que sostiene, la del que provee, la del que permanece. Tras la partida temprana de su esposa Celia, a quien acompañó hasta sus últimos momentos, ese recuerdo no se quebró con el tiempo, Pedro se convirtió en el pilar silencioso de su familia. Su hija Celia, sus nietos, todos ellos fueron testigos —a veces sin saberlo— de una entrega que se manifestaba en lo cotidiano: en el trabajo incansable, en la presencia firme, en el cuidado que no pedía aplausos.
Detrás de su rostro serio, de su carácter reservado, había un corazón que trabajaba sin descanso por los suyos. Un corazón que no se adornaba con palabras, pero que sabía acompañar con hechos. Su amor fue como el de los árboles viejos: no hacen ruido, pero dan sombra, sostienen el paisaje, y cuando faltan, se nota el vacío.
Hoy, al recordarlo, no se trata de idealizar ni de borrar lo difícil. Se trata de reconocer que hay formas de amar que no caben en los moldes comunes. Pedro amó con sacrificio, con lealtad, con una fuerza que no se quebró ante la adversidad. Y ese amor, aunque no siempre fue comprendido, fue real, fue profundo, y sigue vivo en la memoria de quienes lo conocieron.
Que su descanso sea tan firme como su entrega, y que su legado permanezca en la mirada de su hija, en los pasos de sus nietos, y en el recuerdo de quienes hoy lo nombran con gratitud. Porque hay corazones que trabajan en lo oculto, y son esos los que más sostienen el mundo. Dios te bendiga Pedrito... nuestro querido "Peri". #MetroNewsMx #GuanajuatoDesconocido
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