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Tropas del Gral. Rodolfo Gallegos. |
Carlos Francisco Rojas Gómez
Historiador
Durante la década de 1920, principalmente en el centro-occidente y en algunas regiones del norte del país, se desarrolló un conflicto político-social que enfrentó a los mexicanos bajo dos corrientes políticas: la primera fundamentada en el orden revolucionario constitucional representado por hombres como Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles y Emilio Portes Gil y la segunda apoyada en la tradición católica, influenciada en ese momento por la doctrina social cristiana, representada por grupos y organizaciones como las Damas Católicas, los Caballeros de Colón y la ACJM (Asociación Católica de Jóvenes Mexicanos) agrupadas en la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa.
Si bien los orígenes del conflicto entre la Iglesia católica y el Estado mexicano se remontan al siglo XIX, los antecedentes directos de la Rebelión Cristera los encontramos en la Constitución de 1917 y en los acontecimientos ocurridos en febrero de 1925 cuando un grupo de obreros de la Confederación Revolucionaria de Obreros Mexicanos (CROM), con beneplácito de Plutarco Elías Calles, entraron en el templo de la Soledad en la Ciudad de México, interrumpiendo la celebración, corriendo a los asistentes y declarando formalmente el establecimiento de la Iglesia Católica Apostólica Mexicana encabezada por el sacerdote católico Joaquín Pérez, mejor conocido como “el Patriarca Pérez”.
El presidente Calles declaró que en México había libertad de creencias y que por lo tanto apoyaba a la nueva iglesia, sin hacer alusión a la forma en que se apoderaron del templo [1].
Un mes después los católicos, que ya estaban organizados en algunas asociaciones conformaron la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa [2] desde donde hicieron frente a la reforma al artículo 130, mejor conocida como Ley Calles, que entró en vigor el 31 de julio de 1926; con esta reforma se cerraron escuelas confesionales, se prohibió la vida monástica, las publicaciones religiosas que abordaran temas político-sociales, se obligaba al registro de los sacerdotes y los templos y sus anexos se consideraron propiedad de la nación [3].
Muchos católicos vieron en esta ley una agresión a sus derechos y sobre todo a una forma de vida con la que habían crecido y a la que estaban acostumbrados. Fue entonces que muchos pensaron en tomar las armas y defender su religión. En la mayor parte del país el levantamiento general se dio los primeros días de 1927, pero en el estado de Guanajuato las armas se tomaron a principios de octubre de 1926.
En Comonfort, los primero brotes de rebelión se dieron al norte del municipio, en las comunidades colindantes con San Miguel de Allende y Apaseo el Grande y se integraron a los grupos que dirigió el ex general federal Rodolfo Gallegos, quien vivía en Celaya y que fue contactado por gente del comité local de la Liga de San Miguel de Allende.
Este grupo inició su movimiento en el rancho de la Lagunilla a inicios de octubre de 1926 y con la ayuda de un sacerdote de nombre José Isabel Salinas, quien probablemente era vicario de ese lugar. Aunque Gallegos fue asesinado el 4 de mayo de 1927 otros jefes cristeros siguieron con su lucha en la región, entre ellos hay que mencionar a Fortino Sánchez, Refugio Avilés, Próspero Jiménez, Casimiro Becerra y Sidronio Muñoz.
Los cristeros tomaron en varias ocasiones el pueblo y asaltaron la estación del ferrocarril, casi siempre con la ayuda de las autoridades locales, quienes eran denunciadas porque hacían caso omiso de las leyes e incluso eran aliados y en algunos casos, subalternos de los sacerdotes [4].
Esta acusación era acertada en Comonfort, por lo menos con algunas autoridades locales, como en el gobierno del presidente municipal Miguel Hernández, quien en febrero de 1927 informaba a la Secretaría de Gobernación que hacía todo lo posible por localizar a los sacerdotes pero no podía encontrarlos [5], cuando de todos era sabido que el párroco Florentino Valencia seguía dando asesoría espiritual a las asociaciones piadosas como la Vela Perpetua [6].
Aunque las autoridades municipales dirigidas por Miguel Hernández “por razón natural se mantienen dentro del orden legal, sin embargo parece que no se hallan muy identificadas con el Gobierno sino mas [sic] bien con los rebeldes”. Hernández era acusado de que el 4 de abril cuando Refugio Avilés se apoderó de la población éste se escondió en una panadería cuando ya había dado instrucciones a sus empleados de que no se opusieran a los cristeros [7].
Y no era la única denuncia, un vecino del pueblo que no simpatizaba con los alzados le escribía al secretario de gobernación lo siguiente: “por todos estos rumbos son muy fanáticos y creo que no pierden la oportunidad de aprovechar cualquier movimiento armado, y como las autoridades civiles tal parece que son complacientes, por eso prosperan los levantamientos.” [8]
Pero los cristeros no siempre gozaron de las simpatías de las autoridades locales. Después de Miguel Hernández, siguió en el gobierno municipal Ranulfo Centeno quien informaba más seguido a las autoridades de los movimientos de los cristeros y salía a perseguir las gavillas con la policía local y los elementos federales [9], llegando incluso a diferir con el presidente de San Miguel de Allende sobre los movimientos de los grupos armados que merodeaban la zona.
En enero de 1928 Centeno avisaba que había alrededor de 100 rebeldes en Las Minas, entre los dos municipios, y el presidente de Allende contestaba que todo eso era falso, pues “todo estaba en tranquilidad” [10] cuando era evidente que la zona estaba bajo control cristero.
Además de la colaboración y silencio cómplice de las autoridades los pobladores también hacían lo propio. Por ejemplo, el 3 de marzo de 1927 la Estación del Ferrocarril de Comonfort fue asaltada y robada; los cristeros, según declaraciones del encargado Agapito E. Lira, no paraban de golpear la puerta y éste tuvo que abrir por miedo a que la fueran a tirar y lo colgaran; se llevaron los fondos y un reloj. Cuando los agentes de Gobernación hicieron la investigación y preguntaron a los vecinos, todos coincidieron en que no habían visto ni escuchado nada [11].
De manera más abierta se vio la simpatía el 4 de abril de 1927 cuando la población fue asaltada por Refugio Avilés y Próspero Aguilera; estuvieron en el pueblo alrededor de una hora y media, dejaron libres a los presos y robaron la Tesorería, la Receptoría de Rentas y la Estación de Ferrocarril además del caballo de un vecino. Mientras andaban por la calles gritaban ¡Viva Cristo Rey!, compraron en las tiendas de la población sin que se reportara ningún abuso contra los negocios; al salir del pueblo fueron acompañados por un grupo de alrededor de doscientos vecinos que gritaban ¡Viva Cristo Rey![12]
Para 1929 fue notoria la reorganización de los cristeros y la efectividad de sus acciones en la región, prueba de esto fue la orden de reconcentración, estrategia que consistía en mantener a las personas en una hacienda evitando pudieran seguir a los cristeros; muchas personas fueron fusiladas por no refugiarse en una finca y muchos jacales y chozas que estaban en el monte fueron quemados en algunas comunidades de San Miguel, Comonfort y Apaseo, pues eran consideradas “zona rebelde”.
Además en febrero de ese año se perpetró en terrenos del municipio un atentado contra el presidente Emilio Portes Gil. La mañana del domingo 10 de febrero el tren presidencial en que viajaba Emilio Portes Gil, su familia y algunos funcionarios que lo acompañaron a Tamaulipas para una reunión con las autoridades de ese estado, detuvo su camino al volcar sobre las vías debido a una explosión de dinamita.
La volcadura tuvo lugar en el kilómetro 327 entre las estaciones de Rinconcillo y Comonfort [13], en un puente entre las comunidades de San Pedro y Arias. Según el testimonio de don Santiago Valle (†) fue en su casa donde se guardó la dinamita que serviría para este atentado, recordó que cuando apenas era un niño unos hombres llegaban a su casa y sus padres les ofrecían “café y un taco”, un día llegaron con un paquete y al poco tiempo se lo llevaron, después supo que era la dinamita con que se descarriló el tren [14].
En agosto de 1929, un mes después del licenciamiento de las tropas cristeras, en Empalme Escobedo fueron capturados los jefes Sidronio Muñoz, Jesús Villafranco y Juan Valle [15], el cristero de Orduña, sobre quienes también había la sospecha de su intervención en el atentado dinamitero, y quienes según don Santiago Valle (†) sí estuvieron involucrados (excepto su tío Juan) y fueron entregados por una mujer, miembro de la Vela Perpetua de Comonfort [16].
La guerra dejó una huella en los habitantes del pueblo, los cristeros tomaron diversos caminos, quien depuso las armas, quien nunca las dejó y siguió en la lucha, quien se alejó de la Iglesia por sentirse traicionado con los “arreglos”, quien se integró a las nuevas organización religiosas. La vida no sería la misma y tardaría en regresar a la normalidad, pero se dejó la huella de una tradición social y política conservadora que se haría presente durante los años siguientes.
Referencias
[1] Meyer, Jean, La Cristiada. El conflicto entre la Iglesia y el Estado, 1926-1929, vol. II, decimonovena edición, Siglo XXI Editores, México, 2005, pp. 148-154.
[2] Olivera Sedano, Alicia, Aspectos del conflicto religioso de 1926 a 1929. Sus antecedentes y consecuencias, Secretaría de Educación Pública, Colección Cien de México, México, 1987, pp. 98 y 99.
[3] Dooley, Frank Patrick, Los cristeros, Calles y el catolicismo mexicano, Secretaría de Educación Pública, Sepsetentas, México, 1976, pp. 65 y 66.
[4] Archivo General del Gobierno del Estado de Guanajuato (AGGEG), Fondo Secretaría General de Gobierno (FSGG), Sección 1er. Departamento, 1928, Exp. 12, Clasificación 1.40 (78)12.
[5] Archivo General de la Nación (AGN), Fondo Secretaría de Gobernación (FSG), Sección Dirección de Investigaciones Políticas y Sociales (SDIPS), Caja 210, Exp. 08, Clasificación 313.1-12 (4.4), f. 116.
[6] Archivo Histórico Parroquial de San Francisco de Asís, Comonfort, Gto., Libro de cuentas de la Asociación de la Vela Perpetua, años 1926-1929.
[7] AGN, FSG, SDIPS, Caja 247, Exp. 58, Clasificación 313.1-1068.
[8] AGN, FSGG, SDIPS, Caja 2022 B, Exp. 47, Clasificación 313.1-367.
[9] Como el 2 de marzo cuando combatió a los cristeros cerca de la cabecera municipal. AGGEG, FSGG, Sección 1er. Departamento, 1928, Exp. 1, Clasificación 1.54 (9) 1.
[10] Ibídem.
[11] AGPJFG, 1º Distrito, Serie Penal, 1927, Legajo 2, Exp. 40.
[12] Ibídem, fs. 5, 14 y 15. AGN, FSG, SDIPS, Caja 247, Exp. 58, Clasificación 313.1-1068.
[13] AGGEG, FSGG, Sección 1er. Departamento, 1929, Exp. 66, Clasificación 1.54 (10)2. Archivo General del Poder Judicial Federal en Guanajuato (AGPJFG), 1º Distrito, Serie Penal, 1929, Legajo 1, Exp. 19.
[14]Conversación con el señor Santiago Valle (†), 1 de abril de 2016
[15] AGGEG, FSGG, Sección 1er. Departamento, 1929, Exp. 70, Clasificación 1.54 (10)6.
[16] Conversación con el señor Santiago Valle (†), 1 de abril de 2016.