Eugenio Amézquita Velasco
Nuestro regalo de cumpleaños de Metro News y Guanajuato Desconocido, para Don Toño
Nuestro regalo de cumpleaños de Metro News y Guanajuato Desconocido, para Don Toño
-Don Antonio Landín Valle es reconocido como la autoridad máxima en injertos y frutales en la región de Orduña de Abajo, Comonfort.
-El experto trajo técnicas de Estados Unidos que generaron un crecimiento masivo en la calidad del aguacate criollo guanajuatense.
-Relata que en la ribera del río Laja existían matas de aguacate con una antigüedad estimada de hasta trescientos años de vida.
-En su infancia, Orduña era una sola calle de casas de adobe y caminos de tierra donde el tiempo se medía por las campanas de misa.
-El aguacate criollo de la zona destaca por variedades únicas como el de mantequilla, con carne amarilla y sabores excepcionales.
-Don Antonio recuerda haber visto árboles tan gruesos que se necesitaban dos personas para poder abrazar el tronco completamente.
-Antes de las tiendas de abarrotes, la comunidad subsistía gracias a un vergel natural de magueyes, duraznos, nopales y tunas.
-El maguey mexicano era tan productivo que una sola planta podía entregar hasta doce litros de aguamiel en una sola jornada laboral.
-Nacido en 1935, Landín presenció la transformación de Celaya y San Miguel de Allende, que antes funcionaban con mesones para burros.
-Durante los años 40, cruzar a Estados Unidos costaba apenas 40 pesos mexicanos, un viaje que don Antonio realizó en veinte ocasiones.
-En Texas, trabajando para un viverista polaco, aprendió a reproducir plantas utilizando botes de aceite reciclados como macetas.
-El maestro injertador desarrolló una técnica propia, sosteniendo la vareta con la boca para agilizar el proceso de amarre manual.
-Desmitificó creencias rurales como enterrar perros o meter plomo a los árboles, demostrando que el injerto es la clave del fruto.
-Logró la hazaña de crear un árbol multicitríco con 16 frutas, incluyendo mandarinas, limones, limas y toronjas en una sola planta.
-Su fama atrajo a más de doscientos ingenieros agrónomos que acudían a su casa para estudiar sus exitosos métodos de producción.
La historia de Orduña de Abajo no se puede contar sin mencionar las manos callosas y la mente brillante de don Antonio Landín Valle. Este hombre, que de niño caminaba kilómetros por caminos de terracería para llegar a misa en Chamacuero, se convirtió en el puente entre la tradición ancestral de los aguacates criollos y la tecnificación moderna. Con la sencillez de quien ha cruzado el río Bravo cuarenta veces, don Antonio relata cómo la observación en los campos de Texas y su regreso a Guanajuato en 1961 desataron un auge sin precedentes en la calidad de los frutales de la región.
Don Antonio no solo trajo conocimientos, sino una capacidad de innovación asombrosa. En una época donde no existían bolsas para vivero, recicló botes de aceite metálicos y diseñó herramientas para dar vida a miles de plantas. Su maestría es tal que logró lo que muchos consideraban imposible: injertar 30 variedades distintas en un solo brazo de aguacate y crear un árbol de cítricos que produce 16 frutas diferentes, ganándose el apodo del árbol de Jumex. A pesar de los mitos rurales de enterrar animales o clavar estacas, Landín demostró que el secreto del éxito agrícola reside en el cuidado meticuloso y la ciencia del injerto.
Hoy, a sus 90 años, su legado vive en las huertas que cubren el cerro y la ribera del río Laja. Su historia es la de un campesino que, con orgullo, transformó el paisaje de su pueblo, atrayendo a cientos de agrónomos de todo el estado para aprender de aquel que aprendió a injertar sosteniendo la vareta con la boca. Don Antonio Landín Valle sigue siendo el guardián de árboles de cuatrocientos años que, gracias a su intervención, hoy lucen la vitalidad de una planta joven.
La entrevista completa realizada a Don Antonio Landín, por el periodista Eugenio Amézquita Velasco
Eugenio Amézquita Velasco:
Estoy con don Antonio Landín Valle. Yo lo quiero señalar muy claramente, para mí es toda una autoridad no solamente en las huertas de aguacate aquí en Comonfort y específicamente en Orduña, en Orduña de Abajo, sino también así, en esta sencillez que ustedes pueden observar y que estamos aquí precisamente en su casa y que quiero agradecerle la invitación y que nos permita entrevistarlo. Pero él, como muchos de los comonforenses, estuvo en los Estados Unidos, aprendió técnicas y las trajo a su pueblo a aplicarlas y eso generó, yo lo digo y si no ya me desmentirán, una especie de boom en la materia, en materia de calidad de productos del campo, específicamente los frutales. Don Antonio, muchas gracias por recibirme aquí en su casa y me decía usted, don Antonio, que ya existían aquí en Comonfort plantas que posiblemente tenían hasta trescientos años de antigüedad. Sí, ¿dónde se encontraban estas plantas?
Antonio Landín Valle:
Estaban estas matas, estaban en la orilla del río, o sea, en la ribera del río Laja. Bien, mire, nosotros aquí Orduña, en aquel tiempo Orduña yo la conocí como la congregación de Orduña y estamos donde donde vivía mi abuelo, que era el primero de aquí de que vivía empezando el rancho. Estábamos a más o menos a cuatro kilómetros de la cabecera, o sea del municipio. Porque cuando los días domingos que nos íbamos a misa, había misa primera a las cinco de la mañana, nos levantábamos temprano y a las cinco de la mañana estábamos listos. Cuando daban la primera vámonos a caminar a Comonfort y cuando nos daban la segunda en el camino, la última entrando a la parroquia, aquí a la parroquia de San Francisco de Comonfort. En ese tiempo le decían Chamacuero. Quiere decir que Chamacuero. Por eso le digo que la congregación de Orduña abarca cinco kilómetros, era una sola calle. Las casas eran de adobe en ese tiempo, no había ni una de material.
Pero sí, ya había aguacates toda la ribera del río y matas grandes, matas grandes que apenas yo creo entre dos abrazábamos el tronco porque había matas, yo todavía llegué a ver matas, esa no todas porque había muchas medianas, delgadas, pero las gruesas yo llegué a ver una en este en Rinconcillo que está aquí adelantito, que pertenece a Comonfort, que en un solo corte le cortaron treinta cajas más o menos de veintiún, veintidós kilos y de criollo. De criollo aquí en Orduña teníamos puro criollo, no había de otro. Pero entre el criollo había margosos, había huesudos, hebrudos y ¿por qué no decirlo?, de leche y de agua y carne amarilla de mantequilla. Ajá, entonces cuando nosotros empezamos, o sea que yo cuando tuve uso de razón mi papá ya sembraba así al mar hijos de plantas de aguacate y de durazno porque había mucho durazno aquí, mucho. Todo este tramo era lo que nopaleras, había de muchas clases de tuna. La que más había era le nombramos aquí pelona, hay de dos clases y teníamos apastillada grande, apastillada chica, durazno blanco, durazno amarillo, prisco y de hueso de colorado.
Así es que aquí quiere decir que cuando yo tuve uso de razón todo este lugar era, había mucho que comer, era un vergel. Había una magueyada, magueyada grandísima de puro maguey mexicano. Había uno que otro jilote y verde nada más, de esas tres clases había. Y como le decía, no sé si ya eso ya lo haya anotado, pero aquí en Orduña todas las casas eran de adobe y el camino de tierra, de terracería. Y en ese tiempo digamos, no, aquí en el rancho no se vendía ni un dulce. No había tiendas, ni una tienda de abarrotes, nada nada nada, ni quién vendiera dulces digamos. Entonces lo que sí había ya desde ese tiempo eran tres pulquerías porque había mucho maguey. Mire, yo conocía el maguey mexicano que en una sacada, porque el maguey se saca el aguamiel en la mañana, a mediodía y en la tarde, tres veces se saca el aguamiel. ¿Y qué cree? Tenían un cajetote así que en una sacada daban un cántaro de aguamiel de doce litros.
Eugenio Amézquita Velasco:
Aguánteme tantito don Antonio, vamos a un corte y regresamos a esta plática que no solamente es sobre el tema del aguacate sino también mucho de la historia de mediados del siglo veinte de Orduña de Abajo aquí en el municipio de Comonfort. No se vayan, soy Eugenio Amézquita y esto es Guanajuato Desconocido.
Eugenio Amézquita Velasco:
Bueno pues estamos de regreso y sígame comentando a ver estos cajetotes de aguamiel de esos donde sacaban el maguey mexicano.
Antonio Landín Valle:
Sí le decía que eran unos magueyezotes grandotes, perdón. Y cada sacada le sacaban doce litros a los magueyes. En ese tiempo tenía unos tíos que le vendían a mi mamá magueyes y se los daban a cincuenta pesos.
Eugenio Amézquita Velasco:
¿Cómo se llamaba su mamá?
Antonio Landín Valle:
Mi mamá era Remedios Valle y su papá Reyes Landín. Mire, por eso me iba a presentar, pues ahora me voy a presentar. Yo soy Antonio Landín Valle.
Eugenio Amézquita Velasco:
¿Qué edad tiene don Antonio?
Antonio Landín Valle:
Nací el veintiuno de diciembre de mil novecientos treinta y cinco. Nada más. Y por eso les platico que conocí muchas cosas. Conocí que tanto Celaya como San Miguel de Allende no tenían baños, eran mesones. Eran mesones para amarrar burros y caballos y allí les daban de comer. El que quería más pagaba más. Lo que ahora son estacionamientos.
Eugenio Amézquita Velasco:
Quería preguntarle yo algo, no quiero salirme del tema pero es algo de lo medular sobre el tema del aguacate. Usted se fue a trabajar a Estados Unidos.
Antonio Landín Valle:
Sí.
Eugenio Amézquita Velasco:
¿A dónde exactamente se fue a trabajar?
Antonio Landín Valle:
Mire, yo fui muchas veces, yo me fui, tengo mucha historia, necesitaría platicarles desde el principio pero ahorita nos vamos a brincar. Sí, me fui en mil novecientos, sería en los años cuarenta, cuarenta y ocho. Pero para nosotros como que ir a Estados Unidos era como ir a Comonfort en ese tiempo. Con cuarenta pesos llegaba uno allá, brincaba uno al río Bravo y todavía le sobraban unos doce pesos mexicanos. Fíjese nada más. Y entonces, en ese tiempo había trenes de pasajeros, pasaban dos, uno a la una cuarenta y cinco para el norte y regresaba uno a las dos, dos o dos quince, porque luego se encontraban aquí en Rinconcillo o en Comonfort. Así es que eran dos pasajeros de día y dos de noche. Y la primera vez que fui, me fui con mi papá y con otros tíos y nos llegamos a Álamo, Texas, y está cerquita del río. Allí piscamos algodón. Entonces duramos tres meses y se acabó el algodón. Nos vinimos y luego en la fiesta de los Remedios, o sea en noviembre, me fui otra vez con unos primos y estuvimos allá en, ah caray, me cuatrapié.
Eugenio Amézquita Velasco:
No se fije, no se fije.
Antonio Landín Valle:
Mire, es que la primera vez nos fuimos en noviembre. Ya nos fuimos en noviembre, estuvimos allá diciembre, enero, febrero y marzo. Y en marzo nos vinimos ya. Y ya después me fui en junio, que a piscar algodón también a Álamo. Sí, a Álamo. A Álamo fui tres veces porque fui veinte veces mire, mojado. Ese río Bravo yo creo le crucé por lo menos unas treinta, pero yo creo que fueron como cuarenta veces que lo crucé. Antiguamente decían que era el río Bravo. El río Bravo era este de aquí de Orduña, el del río Laja, porque ese se subía, se llenaba y se metía a las huertas y era cuando nos gustaba meternos a bañar cuando traía agua.
Eugenio Amézquita Velasco:
Bueno, no se vayan. Sigo con esta plática con don Antonio Landín Valle, uno de los pioneros del cultivo ya más tecnificado, si lo puedo decir, de aguacate y de otras plantas y de cítricos también aquí en la zona de Comonfort en Orduña de Abajo. No se vayan, soy Eugenio Amézquita y esto es Guanajuato Desconocido.
Eugenio Amézquita Velasco:
Bueno estamos de regreso con don Antonio Landín Valle. Lo puedo decir este con toda claridad, todo un experto en injertos, en trabajo con aguacates y frutales aquí en la zona de Orduña de Abajo. Y me está comentando que en el tiempo que él se fue a Estados Unidos llegó a trabajar a un lugar donde había un polaco. Era el dueño de ese lugar.
Antonio Landín Valle:
Sí.
Eugenio Amézquita Velasco:
¿No recuerda su nombre?
Antonio Landín Valle:
No, no recuerdo su nombre.
Eugenio Amézquita Velasco:
¿Qué hacían en ese lugar? ¿Qué era lo que él, en lo que se especializó, en lo que trabajaba?
Antonio Landín Valle:
Él tenía un vivero y allí trabajamos en ese vivero. Allí nos enseñamos a reproducir todo tipo de frutal, forestal y de ornato.
Eugenio Amézquita Velasco:
¿Todo por injerto?
Antonio Landín Valle:
Empezamos a hacer, digamos, el... no sé de dónde harían las plantas, pero el patrón las traía y allí ya no más las trasplantábamos. Porque en ese tiempo ni en Estados Unidos había bolsa. Entonces lo que hacíamos era ir a las gasolinerías y nos traíamos unas veinte cajas de botes de aceite de litro. Ya ve que más antes el aceite se vendía de litro y en botes de metal. Entonces nosotros las afilábamos y les prendían los cerillos para que se quemaran las cajas, para que se quemara todo el aceite. Y luego las agujerábamos, les hacían los tres agujeros y le quitábamos la tapa de arriba. El patrón tenía una maquinita, y nunca me traje ni una de esas, pero la tenía en un poste y no más le dábamos vueltas así, mira, y ya la destapaba, le quitaba la tapa al bote. Y abajo con un destapador de esos de refrescos le hacían tres agujeros a los botes para allí trasplantar toda la planta que nos traía. Porque a veces nos traía unas mil de tulipanes, de papaya, de mango, de todas, y allí las trasplantábamos nosotros. Y allí tenía hasta matas de plátano, de papaya, ya matas grandes dando, no más que cuando caían las heladas se acababan.
Eugenio Amézquita Velasco:
Pues sí, quemaban.
Antonio Landín Valle:
Entonces trabajando, yo trabajé cuatro años con ese patrón que yo iba y venía. Como le decía, yo fui muchas veces, a veces no me lo ha de creer, pero a veces trabajaba quince días y me iba al cine. Y ya sabía que al salir del cine me iban a agarrar, me iba a agarrar la chota porque ahí estaban los de la migra. Me encerraban, esa noche me encerraban, me echaban al puente de Reynosa. Y si traía los de dos semanas, pues ahí me venía hasta mi pueblo, me venía para acá. Me estaba una semana aquí echando cerveza, se acababa mi lana, no más guardaba para el pasaje y vámonos otra vez para allá.
Eugenio Amézquita Velasco:
Pues sí, muchacho.
Antonio Landín Valle:
Pues sí, yo fui un... ¿cómo le dijera yo? Fumaba, tomaba cerveza y bueno. Es que lo que no le he dicho es que yo nací en Orduña pero aquí me la pasé hasta la edad de doce años cuidando... bueno, de cinco años empecé a cuidar en el cerro. Y después de eso, a la edad de doce fue cuando ya me fui para el norte. Y cuando yo regresaba ya no me quedaba aquí, sino que me quedaba con mis abuelos allí en Comonfort. Como que allá me pasé ahora sí ya la juventud en Comonfort. Por eso cuando yo estaba ahí con el patrón, entonces a veces se le acababa la planta y decía: Vamos a planta. Nos íbamos a Harlingen o a Brownsville y allí en Brownsville fue donde yo vi cómo injertaban el naranjo, porque todo Texas, si supo de Texas, era puro naranjo.
Eugenio Amézquita Velasco:
No se me vaya, espérese. Seguimos en esta entrevista a través de Guanajuato Desconocido con Antonio Landín Valle. Soy Eugenio Amézquita, no se vayan.
Eugenio Amézquita Velasco:
Estamos regresando nuevamente a la entrevista con don Antonio Landín Valle y lo reitero, uno para mí y para muchos uno de los expertos en injertos aquí en la zona de Orduña y en Comonfort. Estábamos comentando en la parte final de la otra cápsula que fue precisamente en unos naranjales en el estado de Texas donde usted observó y conoció cómo se hacían los injertos.
Antonio Landín Valle:
Sí, cuando fuimos a Brownsville les digo que allí en ese vivero estaba injertando uno unos naranjos y dije, ah caray. Y como fuimos nosotros a traer este buganvilias, y como eran buganvilias grandes, yo creo que pasé como unas sesenta veces vuelta y vuelta y cada que pasaba miraba y así quedó. Pero no pasó hasta que cuando yo me casé en el sesenta y uno, me casé el veinte de noviembre del sesenta y uno. Entonces en ese tiempo aquí un peón como yo, porque era campesino y soy campesino, así es y a mucho orgullo, en ese tiempo nos pagaban cinco pesos al día de siete a tres. Y había trabajo con mis tíos porque tenían huertas. En ese tiempo ya digamos, ya cuando yo me casé ya todos mis tíos tenían huertas y ya no era como le dije antes que no más en la orilla del río. Entonces empezaron a meter para este rumbo, para el lado del cerro. Huertas tenía una tía que tenía seis hectáreas, tenía otra tía que tenía una hectárea, otro tío tenía como otra hectárea, mi hermano tenía otra hectárea y así empezaron, se empezó a llenar de aguacate. Y entonces yo empecé a trabajar, como les digo yo me casé el veinte de noviembre del sesenta y uno. No se fije, no se fije, esto para nuestros seguidores eso es bien entendible.
Eugenio Amézquita Velasco:
Bueno y entonces ya en las huertas de sus tíos empezó a trabajar.
Antonio Landín Valle:
Empecé a trabajar y ganaba cinco pesos. Y ya casado, ya con mujer, dije caray, pues esto... Entonces en vez de trabajar por día le dije a mi tía, que trabajaba con mi tía Catalina Landín Cruz Blanca, que me diera tareas. Y me daba tareas y yo me echaba tres tareas a descalar y juntar la basura y pues ya no ganaba cinco pesos sino que ganaba quince. Entonces un día estando platicando ahí vino porque mire, aquí en esta región había un primo, un primo segundo que se había ido a Cuernavaca y ese señor se llamaba Guadalupe Valle. Y que según eso se fue a trabajar con unos monjes y esos monjes tenían de todas las variedades de aguacate allí en Cuernavaca. Y ese primo vino y le injertó una huerta, unas veinte matas a un vecino de aquí. Y como vino y les injertó y se fue, como él trabajaba allá, no le prendió ni un injerto.
Porque el secreto de los injertos no es tanto el trabajo, sino que hay que estarlos cuidando. Porque injertas una mata de aguacate y lo primero que sale son retoños de la misma mata y esos retoños hay que quitárselos porque si no le quitan la fuerza al injerto y lo secan. Entonces así quedó y yo pensé, digo bueno, yo vi cómo injertaban allá. E injerté una mata de aguacates de corona que había echado hacía como tres semanas la injerté y no me prendió ni un injerto. Entonces vi de unos retoñitos, pues en el retoño le puse injertos. Nosotros se podría decir que casi lo sacamos aquí de nuestra cabeza porque detenía la vareta con la boca mientras la amarraba. Y los amarré y qué cree, que dos injertos que puse me prendieron.
Me prendieron y estaban más o menos así de grandes. Y un día estando un primo y el señor que le habían injertado platicando que sus injertos que le machacaron sus matas y que no le prendió ni un injerto, y le dijo: ¿Cómo a mí sí me prendieron? ¿A poco tú sabes? Pues mira, vamos a verlos. Pues vamos a verlos. Ya los pasé a mi casa, tenía una huertita en esa que me había regalado mi mamá, diez metros. Allí hice mi casa y en ese terreno estaban tres matas de aguacate grandes, nada más había tres matas pero yo empecé a plantar más. Y en esas que yo planté estaban esos injertos y ya se los enseñé, pues todavía estaban amarrados. Así pasó como a los tres días que fui a ver mis injertos porque para mí era una novedad, ¡qué canijos injertos!, ya estaban tronchados. Los agarraron así mire, y hicieron así.
Eugenio Amézquita Velasco:
O sea, ¿y a la maldad?
Antonio Landín Valle:
Sí.
Eugenio Amézquita Velasco:
No se vayan, estoy con don Antonio Landín. Estamos en esta entrevista a través de Guanajuato Desconocido. Soy Eugenio Amézquita.
Eugenio Amézquita Velasco:
Y bueno, ¿se dio cuenta por lo menos quién tronchó esos injertos?
Antonio Landín Valle:
No, nunca supe. Pero si fue una mano ociosa, ¿verdad? Una mano mala ahí. No, yo pensé, dije a lo mejor fueron... ya estaban mis niños grandecitos y, bueno, estaban chiquillos más bien, y dije a lo mejor ahí fueron ellos. Vamos a pensar amablemente que fueron los niños. Pero digo, así quedó. Pero dije, bueno, yo tuve la culpa. Entonces ahora me voy a dedicar a injertar.
Me puse a injertar. ¿Qué cree que hice? Teníamos una mata grande, tenían... bueno, tenía una huerta porque, pues yo no sé, pero me empezaron a dar huertas a medias. Y esa huerta era de mi abuelo y tenía una mata grande, tenía un brazo acostado así y subía por allá, pero acá como estaba de lado le salieron muchos retoños aquí, todo este tramo. Que le puse treinta aguacates de diferentes matas, o sea, treinta injertos diferentes de diferentes aguacates, que todos son criollos, sí, pero eran diferentes.
Y ya cuando los tenía listos, dije pues no, pues ahora sí. Se dio cuenta ese señor que le digo que venía de monaguillo y me dijo: De veras que tú sí sabes injertar, dice, ¿a cómo me injertas? Tengo doscientas matas en bolsa. Pues se las injerto a cinco pesos. Así se me salió. Y cinco pesos era lo que ganaba uno al día. Y dice: Pues injértamelas. Ah, y son doscientas, híjole, ¿diez mil pesos, no? ¿Qué? Doscientas... mil pesos. Sí, mil pesos. Y fui y se las injerté. En dos días se las injerté. Y como pues ya después me empezó a ocupar la gente y empezaba y pasaba por ahí ese... bueno, quién sabe y lo haya conocido, era don Enrique Cuello y él tenía su huerta aquí adelantito de Virela. Y yo, cazador, por ahí pasaba. Así es que cuando yo pasaba, pues revisaba los injertos cómo iban y estaba al pendiente de los injertos. De esas doscientas matas que le injerté se secaron como unos diez injertos, pero luego conforme los vi de que ya estaban tristes, luego luego se los repuse. Así es que cuando él vino, sus plantas por todo el injerto prendió.
Y al siguiente año me dijo: Está bueno que me injertes, ahora tengo quinientas pero no me las injertes a cinco. Dice: Te las voy a pagar a tres. Dice: ¿Por qué crees que se vende la Coca? Porque le hacen propaganda. Yo te voy a mandar todos los socios de la cooperativa a que les injertes. Y sí lo cumplió. Mire, ¿por qué cree que se vende la Coca? Por publicidad. No pues a mí me empezó a llover trabajo por un lado y otro, bendito Dios, y le injertaba a Juan de las cuerdas y entonces pues todos querían injertos porque veían la calidad del producto final. Y después que se empezó a dar cuenta la gente, pues yo no sé, pero yo pienso que más de doscientos ingenieros agrónomos vinieron a visitarme a mí. El día domingo tenía unos cinco carros parados, vivíamos allá abajo.
Pero pues yo no sé qué, pero aquí en el estado de Guanajuato no había más injertadores que ese primo que estaba allá en Cuernavaca y yo que aquí estaba. Ahora sí que al pie del cañón empecé a injertar a todos. Injertamos en Salamanca al doctor Jiménez, ahí le hicimos una huerta. Pero también le voy a decir que en esa huerta donde le digo que puse los treinta injertos en un solo árbol, también allí hicimos una mata, ¿verdad Toño? Una mata de cítrico que le pusimos...
Eugenio Amézquita Velasco:
Pero espéreme, de esa quiero que me platique en especial en la siguiente cápsula porque esa dicen que era el árbol de Jumex. No se vayan, soy Eugenio Amézquita y estamos en Guanajuato Desconocido.
Eugenio Amézquita Velasco:
Bueno pues en el último cápsula estábamos hablando de un árbol de Jumex porque así lo conocí yo, así me dijeron que existía este, un cítrico. Bueno, tenía un montón de cítricos, pero a ver, ¿cómo estuvo eso? Y luego un secreto que tiene por ahí, aquí se va a descubrir. Adelante don Tonio.
Antonio Landín Valle:
Mire, a una mata de naranja agria le pusimos de cuatro clases de mandarina, le pusimos de cuatro clases de limón agrio, le pusimos lima dulce, lima agria, le pusimos toronja blanca y toronja color de rosa; total que eran dieciséis tipos de fruta lo que daba de cítricos el cítrico de un árbol de naranja agria. Sí, y entonces yo sí les decía cuando les enseñaba ese: Este sí es el árbol de Jumex, el que anuncian acá, porque tenía diferentes cítricos.
Eugenio Amézquita Velasco:
Bueno ahora, ¿cuál es el secreto? Yo conozco muy bien a uno de sus hijos al cual le tengo yo respeto y sobre todo he salido en defensa de él, eso lo digo recio y quedito porque a un profesor lo mejor que tiene es su buen nombre. Yo respeto mucho al profesor, a su hijo Antonio, profe Antonio Landín Moya, y yo sé que también es uno de los expertos en materia de injertos en la región. Usted me decía que él tiene un secreto pero que usted me lo va a decir. A ver, ¿cómo está eso don Toño?
Antonio Landín Valle:
No pues es que digo, a través de los trabajos que hicimos salieron muchos secretos porque le voy a platicar esto. Como mi abuelo Cecilio tenía dos huertas de aguacate, pero entre esas huertas de aguacate había matas que no daban y grandotas. O sí daban, pero unos dos, tres aguacates, fíjese. Tenía una mata de aguacate que no la abrazaba, yo creo que apenas entre dos la abrazaban. Y esa mata era para que diera treinta cajas de aguacate, pero no más daba como tres cajas y no amarraba. Sí floreaba, se llenaba de flor pero no amarraba. Eso lo teníamos aquí no más nosotros, mucha gente tenía matas que no daban. Entonces en ese tiempo decían: No pues que esa mata que no da, métele plomo. La agarraban a balazos para meterle plomo. Que clávale estacas de ocote, le clavaban estacas de ocote. Que clávale clavos de vía, pues clávale clavos de vía. Pues sí se los metió pero no, seguía la mata igual. Y le dijeron a mi abuelo: Entiérrale un perro muerto en la pata. Lo último que me dijo mi abuelo: Múchenme la raíz madre y verán que así sí les va a dar, que eso le habían dicho a él. Y nos mandó a esa matota que le digo que estaba así de gruesota, y la escarbamos como tres metros por un lado y nos subimos por debajo. Pues cuál le dijo cuál sería la raíz madre, y el aguacate da las raíces así para encontrársela, pues aquí es debajo de la mata. No más leíamos como un tronco así pero como que estaba allí no más y las raíces estaban así. Pues dije, esa era la raíz madre, se la mochamos pero la mata siguió igual. Y sin embargo nosotros sí supimos cómo, yo casualmente la saqué, pero esa se la digo más adelante.
Eugenio Amézquita Velasco:
Bueno, entonces dejamos en la siguiente cápsula.
Antonio Landín Valle:
Entonces, no les decía de que allí en la huerta donde le dio herencia a Antonio había una mata así. Y como le decía, como le dijeron al señor cura, ¿sabe cuántos años tendría? Porque esa mata de aguacate estaba toda agujerada. Allí vivían tlacuaches, onzas, comadrejas; un nido. Corrían por todos los brazos, estaba agujereada por todos los brazos. Estaba así y yo ya no me quería subir, sino mejor subí a los muchachos que cortaran el aguacate, pero dije, un día se va a quebrar un brazo y se va a amolar un muchacho. Entonces lo que hice fue, mejor injertada. La mochamos de ese tamaño y pues, ¿cuál sería la sorpresa? Pues estaba todo toda seca, ya no más por un lado tenía verde. Y yo le metí injertos a toda pero nada más prendieron tres injertos. Tres injertos, y luego pues pasó tiempo y allí está esa mata. Crecieron los tres injertos pero ya no es una mata como le decía del tronco así, sino que ya es otra mata que está yo creo así de gruesa. Pero es una mata que está así de gruesa ya, pero como que viene desde el suelo y sube para arriba, pero ya el cascarón que tenía ya no se echa de ver, ya no hay nada. Pero de ahí jaló. O sea que es la misma mata vieja, pero que esa mata ha de tener sus cuatrocientos años, pero allí está. Y cualquiera que la vea dirá que tendrá cien años o menos.
Eugenio Amézquita Velasco:
No se vayan, soy Eugenio Amézquita. Estamos en Guanajuato Desconocido con don Antonio Landín, uno de los mejores, quizá diría de los primeros injertadores aquí en la zona de Orduña de Abajo, en el municipio de Comonfort.

