Eugenio Amézquita Velasco
El texto que se nos presenta sobre la niñez de Victoriano Ramírez —quien más tarde sería conocido como El Catorce— constituye un documento de gran valor testimonial, aunque cargado de irregularidades ortográficas y estilísticas que reflejan tanto la oralidad como la precariedad educativa de quienes lo redactaron. Más allá de sus defectos formales, la narración abre una ventana a la construcción de un personaje que, desde su infancia, fue moldeado por la pobreza extrema, la religiosidad popular y la visión martirial de la vida.
Capítulo I: La pobreza del Niño Victoriano
Victoriano Ramírez nació el día 13 de abril de 1888. Nació en el rancho de Buena Vista, propiedad del Lic. Andrés Lozano, jurisdicción de San Miguel el Alto, Jalisco.
Sus padres se llamaban Carlos Ramírez y Viviana López. Tenía cuatro hermanos: dos hermanas que se llamaban Francisca y Paulina, y dos hermanos, Pedro y Vicente.
Este niño de quien hablamos en nuestra historia nació en buena salud; era en toda forma un niño muy bien nacido, de un carácter risueño y muy humilde. A pesar de la mala alimentación de sus padres, era distinguido entre sus demás hermanos. Sus formas eran distintas a las de los demás porque desde su nacimiento demostraba que iba a ser mártir y, además, un hombre de carácter bien formado por defender su santa Religión.
Desde su niñez, al verlo, su semblante demostraba que iba a ser mártir por Cristo.
A pesar de todo, vivía en el rancho y nunca lo educaron en ninguna escuela. No sabía ni leer ni escribir, nada más sus oraciones, que sus padres le enseñaron. Fueron sus primeras palabras: alabar y bendecir a Dios, porque eso es costumbre de todas las madres mexicanas: darles a conocer para qué fue creado el hombre, para amar y servir a Dios en esta vida y después verlo en la otra, si hallamos gracia delante de Él.
Y, como ya hemos dicho, fue toda la educación y enseñanza que le dieron sus padres: enseñarle de memoria lo que podían, tanto en oraciones como en algunas otras cosas necesarias que tuvieron que inculcarle, corregirle lo mal hecho o enseñarle a hacer el bien. Así fue formado él y desarrollándose, después de batallar tanto con la miseria que sus padres tenían en ese tiempo.
Lo traían descalzo y semidesnudo, tanto a Victoriano como a sus demás hermanos.
Su padre era labrador; apenas conseguía el sustento para su familia y vestirlos, pero muy mal.
El vestido que el niño usaba era un calzoncito de manta y camisa.
Su madre lo hacía gustosa por ser una madre piadosa, que el sufrimiento lo apreciaba como si fuera un gozo; todo lo llevaba en amor a Dios. Muy anhelosa con su esposo e hijos, porque una madre buena forma buenos hijos. De esa manera fue formando a sus hijos: enseñando el temor a Dios, enseñándoles a rezar para que pronto hicieran su primera comunión. A veces se ocupaba en platicarles acerca de las sectas protestantes, y primeramente a él.
Observaba con todo gusto esto. Le contaba de los protestantes, que no creían en los sacerdotes ni en la Virgen ni en nada de la Iglesia. El niño escuchaba sin pronunciar ni una sola palabra, y la madre le decía y le suplicaba:
—Hijo mío, nunca vayas a ser tú de esos hombres malos que niegan todo lo de la Iglesia por pura conveniencia, por no confesarse con los sacerdotes, porque les reprochan lo mal hecho. Ellos, por seguir sus cosas, protestan su Religión para que así ya no haya quien los moleste; nada más su conciencia, que a cada paso les está diciendo que andan errados en su Religión. Y como no andan de su conciencia satisfechos, hacen lo que Satanás: pervertir más almas en sus sectas, diciéndoles que no crean en los sacerdotes ni en nada de lo que ellos hacen. Todo esto lo hacen porque su conciencia nunca la tienen satisfecha.
Así como te digo todo esto, hijo mío —concluyó la madre—, te lo digo para que te formes con un carácter firme, para que no traiciones a Dios en esa forma ni a quienes le sirven. Antes será con su ayuda, cuando seas grande y lo puedas hacer. No le hace que parezcas, pero muriendo por Dios y su santa Religión, como muchos santos mártires que así lo hicieron, muriendo pronunciando el santo nombre de Dios y de María Santísima, pensando lo que Dios tiene preparado para los mártires que mueren por Él y por su Iglesia, donde todo es gozar por una eternidad.
-Pues hijo, así como te lo he dicho, espero que lo hagas.
Así concluyó la plática de la madre, rezándole algunas oraciones, santiguándolo y diciéndole: “Duérmete y hasta mañana”.
¡Tierra de cristeros!: Historia de Victoriano Ramírez y de la revolución cristera en los altos de Jalisco, de Juan Francisco Hernández Hurtado
Juan Francisco Hernández Hurtado, nació el 16 de Junio de 1916. Hijo de Nicanor Hernández y de Amada Hurtado. Originario del Rancho El Muerto. Jurisdicción de Santa María del Valle. Era miembro de una familia compuesta por 9 hijos, siete hombres y dos mujeres.
Sus hermanos cuentan que de niño se distinguió por su capacidad intelectual. A la edad de siete años aprendió a leer con la ayuda de unas primas. También a la edad de siete años aprendió a trabajar el barro, fabricaba pitos de barro, los quemaba para darles duración.
Cuando tenía diez años hacía flores de papel y las vendía. Cuando tenía 15 años padeció una enfermedad grave. Tuvo que ir a Guadalajara donde llegó con un primo hermano de su mamá, era un sacerdote con el cuál se quedó quince días mientras se recuperaba.
Después los papás acordaron que se quedara un tiempo con el sacerdote para que pudiera estudiar. Empezó a estudiar música en el templo en donde estaba su tío. Al cumplir 20 años se vino a Santa María y desempeñó el oficio de sastre. Cuando regresó a su casa compró un violín, el cual se enseñó a tocarlo muy bien. Con los conocimientos de música que adquirió en Guadalajara, y además la habilidad que él poseía, se integró como miembro de la Banda de Música de Santa María, que la organizó el Padre Salomón Tovar G.
Además de las múltiples actividades que realizaba, el ser el sastre del pueblo y miembro de la banda de música, adquirió otro oficio más. Llegó a Santa María un doctor de Veracruz con el que hizo una gran amistad. Éste doctor le enseñó cosas elementales de medicina, a diario estudiaba lo que el doctor le decía, además de acompañar al doctor en las consultas. Por su capacidad pronto aprendió a inyectar y a recetar. Cuando el doctor tuvo que regresarse a Veracruz Juan Francisco duró un tiempo haciendo las veces de un doctor en el pueblo, pues él recetaba a las personas de Santa María y de las rancherías cercanas.
A la edad de 33 años empezó a escribir el libro de Tierra de Cristeros y la vida de Victoriano Ramírez. Su mayor deseo era hacer llegar este libro a la población alteña. Cuando se interesó por hacerlo todavía obtuvo testimonios de personas que anduvieron en la Revolución, además de haberla vivido y así poder contar con mayor sensibilidad los acontecimientos.
El sueño de poder editar el libro no lo pudo realizar, pues murió a la edad de 43 años, diez años después que inició la redacción de este documento. Juan Francisco Hernández Hurtado murió el día 31 de agosto de 1959. #MetroNewsMx #GuanajuatoDesconocido

