Edición: Eugenio Amézquita Velasco
-Los primeros habitantes y pobladores que hubo en el país.
-Los Otomites, los Ulmecas y los Nahuas.
-Los Otomites no fueron autóctonos, sino inmigrantes.
-Su pretendido origen divino.
-Confusiones entre Otomites y Chichimecas.
-Usos, costumbres y religión de los Otomites.
-Entre las regiones que de ordinario ocupaban en el país, se encontraban la del Bajío.
-Modificación en la aspereza de costumbres de los Otomites.
-Al evolucionar en su manera de vivir, establecen algunos poblados, entre los cuales figuraba uno en el territorio del Bajío, al que llamaban "Nattahí".
-Condiciones que prevalecían en la tierra de los Otomites a la llegada de los conquistadores españoles.
-Los Otomites, los Ulmecas y los Nahuas.
-Los Otomites no fueron autóctonos, sino inmigrantes.
-Su pretendido origen divino.
-Confusiones entre Otomites y Chichimecas.
-Usos, costumbres y religión de los Otomites.
-Entre las regiones que de ordinario ocupaban en el país, se encontraban la del Bajío.
-Modificación en la aspereza de costumbres de los Otomites.
-Al evolucionar en su manera de vivir, establecen algunos poblados, entre los cuales figuraba uno en el territorio del Bajío, al que llamaban "Nattahí".
-Condiciones que prevalecían en la tierra de los Otomites a la llegada de los conquistadores españoles.
Según las condiciones de la lingüística, eran tres las más grandes familias etnográficas, que poblaban en la antigüedad nuestro país: los Otomíes u Otomites; los Nahuas, integrados por las diferentes tribus Nahuatlacas; y los Mayas. Y asimismo, fueron también tres las razas que, por las tradiciones indígenas, sabemos que ordinariamente se establecieron en el territorio nacional, hace ya muchos miles de años: los Otomites, los Ulmecas y los Nahuas.
La primera y más antigua de estas razas, a la que me voy a referir por ser la misma que pobló la región que trato de historiar, fue descendiente de los Quiname, Quinametín o Gigantes, quienes históricamente no fueron otros, que los ancestros de los Otomites, de los que los indios más ancianos decían: que no sabían cómo, ni de dónde habían venido; llegando hasta asegurar que eran originarios de esta tierra, y por lo tanto autóctonos.
Los Quinametín aparecen en las leyendas mitológicas más antiguas; y el intérprete del Código Vaticano, los hace perecer al acabar el primero de los cuatro grandes cataclismos que, según el mito, afligieron a la humanidad en el principio del mundo. Históricamente considerados, fueron los progenitores de los Otomites, que en una época ya muy remota, procedentes del Asia, por el estrecho de Behring y atravesando el continente, llegaron a la Mesa Central de nuestro país. Al cabo del tiempo volvieron a emigrar para el Norte, donde se multiplicaron durante una larga y prolongada estancia en las regiones de lo que en la actualidad son Delaware, Ohio y Columbia; regresando por fin hace ocho o diez mil años, después de atravesar en su camino, parte de lo que hoy son los Estados Unidos y la República Mexicana, dejando a su paso huellas de tal peregrinación; pues según parece, ellos son los autores de las inscripciones que hay en algunas peñas, que se encuentran en la región oriental de ambos países.
Los Ulmecas a su vez formaron parte integrante de peregrinaciones que vinieron de la lejana Asia: náufragos quizá provenientes de Egipto, de Fenicia o de Etruria, que arribaron al delta del Mississipi, trasladándose de allí en toscas balsas, hasta la desembocadura del río Pánuco o Pantlán. Una vez internados en el territorio, encontraron en él ya a los Otomites; y después de peregrinar en pos de los lagos de Anáhuac, pasando por muchas vicisitudes, se perdieron al fin por el litoral del Seno Mexicano y Sur del territorio, dejando huellas de su paso, en los restos de la civilización totonaca y de la Mixteco-zapoteca; no sin que también hubieran fundado las maravillosas y sorprendentes civilizaciones del viejo y del nuevo imperio maya.
Los Nahuas o Nahuatlacas, cuyo nombre quiere decir "gente que se explica y habla claro" (1) parece que se internaron en el país en dos diferentes épocas. Unas, antes que los Ulmecas arribaran al territorio, y otra cuando ya éstos habían emigrado del mismo. En su segunda peregrinación, procedían de las "Siete Cuevas" o Chicomoztoc: y al llegar al país, después de una larga y penosa caminata, recibieron las enseñanzas de los Ulmecas, que habían cristalizado en la simiente de la etapa civilizadora Tolteca. A su arribo se instalaron en la región de los lagos, y paulatinamente fueron invadiendo a los Otomites: hasta encontrarse al cabo del tiempo, mezclados con ellos en su territorio.
Tanto los Ulmecas como los Nahuas llegaron al país muchos años después de estar establecidos en él los Otomites, a los que hallaron en estado semibárbaro; y todavía a la venida de los españoles en el Siglo XVI, éstos "encontraron poco menos que salvajes a los Otomites" y así eran tenidos hasta por las otras razas que poblaban el territorio; con esto "nadie encontró dificultad en creerlos una raza autóctona en el más estricto sentido de la palabra, es decir, no venidos al país, sino nacidos aquí". (2)
Si estos hombres que al principio habitaban en cavernas, fueron poco a poco progresando en cultura, hasta llegar al grado, no por cierto muy aventajado que muestran los vestigios encontrados en las cuevas que se han explorado en nuestros días, o consiguieron salir en parte de su atraso, con ayuda extraña, es cosa que no está debidamente comprobada; pero lo que sí está demostrado, es que no eran autóctonos, sino inmigrantes, a pesar de lo dicho por los mismos indios, a los que su fantasía les sugirió la fábula de su origen; a la vez que adoptaban para sí, los mitos de otros pueblos más adelantados, para justificar de algún modo, la forma como empezaron a vivir sus antepasados.
Los Otomites y con ellos los Nahuas que como se ha visto llegaron al país después de estar establecidos en él los primeros, atribuían el origen de los mismos Otomites al poder del Dios Texcatlipoca "que en el segundo año después del Diluvio cambió su nombre por el de Mixcoatl". (3) Aseguraban que en el año de 28, o sea el segundo del tercer tlapilli, o período de trece años después del Diluvio, "Mixcoatl tomó un bastón y dio con él a una peña, y saltaron de ella cuatrocientos chichimecas, y éste fue el principio de los chichimecas a que decimos OTOMITES, que en lengua de España quiere decir serranos; y éstos, como adelante se dirá, eran los pobladores de esta tierra, antes que los mexicanos vinieran a la conquistar y poblar". (4) Parecida es la leyenda del origen de los Acolhuas, una de las tribus advenedizas, pertenecientes a la familia de los Nahuas, que también se llamaban Chichimecas, y por esto asienta el Señor Obispo Plancarte, en su "Prehistoria de México", que los mismos indios contaban, que "los Otomites tuvieron origen del golpe con la vara o dardo de Mixcoatl; y los Chichimecas del flechazo que vino del cielo, pero unos y otros promiscuamente se llaman Otomites y Chichimecas".
Por lo expuesto se ve que indistintamente se llamaba a estas dos familias: Chichimecas; y, por consecuencia, a veces se confunde a los Otomites con la tribu de los Acolhuas, que tenían también el mismo nombre, "porque anduvieron peregrinando como Chichimecas por las tierras antes dichas", (5) pero la denominación de CHICHIMECAS, cualquiera que sea su origen, no tenía el concepto de advenedizos, como algunos historiadores lo interpretan, sino que aun para los mismos indios, expresaba el concepto de "salvajes, vagabundos, sin hogar ni lugar fijo de residencia"; y con ese nombre genérico fueron designadas comúnmente otras tribus nómadas de la misma familia de los Otomites, como la de los Pames, de los Jonas o Mecos, de los Huachichiles, de los Tepehuanes, de los Zacatecos, de los Serranos, de los Capuces, de los Tamaulipecos, de los Vexavanes y de otros más, que los españoles siguieron llamando en general: CHICHIMECAS.
Así pues, unos fueron los Otomites y otros los Chichimecas, familia ésta, que estaba comprendida en las tribus de los Nahuas que viviendo en Acolhuacán se decían Chichimecas; y parece ser, que lo ambiguo de esa denominación no existía antes de la predicación del Evangelio entre los indios, porque antes de la llegada de los misioneros, de alguna manera se diferenciaban aquellas tribus que casi siempre permanecieron en estado primitivo, como los Otomites, de las que llegaron después; ya que aunque éstas en su origen habían sido salvajes, vivían para entonces en territorios donde se disfrutaba de una vida más culta, que los había hecho pulirse en sus costumbres.
Para distinguir a los Nahuas de Acolhuacán o Chichimecas de los primeros habitantes establecidos en el país, o sean los Otomites, a éstos se les llamaba Teochichimecas; pero cuando los misioneros comenzaron la evangelización, por escrúpulos infundados de los mismos, ya que la partícula Teo, se refería a la divinidad, abolieron ellos el nombre de Teochichimecas y prohibieron que en lo sucesivo se siguieran así llamando; con lo cual vinieron las ambigüedades y la confusión que se advierte en los escritos de los historiadores; pues los españoles continuaron llamando Chichimecas en general a todas las tribus que vivían en la Mesa Central, y que aun no se habían sometido al gobierno establecido por los conquistadores, ni habían venido de paz; sino que vivían en continua rebeldía, haciendo incursiones en lo que había llegado a ser la Nueva España, robando y asolando a las poblaciones que estaban alejadas de la capital.
Todos los cronistas están de acuerdo con los antiguos anales de los indios, en la pintura que éstos hacen de los Otomites, considerándolos como un pueblo que se encontraba en el más bajo nivel del salvajismo. Antes que adoptaran el modo de vestir de otras tribus menos incultas que ellos, la manera de adornar su cuerpo era pintarlo y tatuarlo; para lo cual, los hombres solían barnizarse de negro mutilándose los dientes; y las mujeres se embadurnaban con un betún amarillo, que los Nahuas llamaban tecozamitl; pintándose las caras sobre el mismo betún, con otros colores; costumbre primitiva, que aun después de haber adoptado algunos de los usos de las tribus que posteriormente los invadieron, no llegaron a abandonar por completo.
El "Códice Ramírez" dice que: "todos ellos habitaban en los riscos y más ásperos lugares de las montañas, donde vivían bestialmente, sin ninguna policía, desnudos en cueros. Toda la vida se les iba en cazar venados, liebres, conejos, comadrejas, topos, gatos monteses, pájaros, culebras, lagartijas, ratones, langostas, gusanos, con lo cual, y con yerbas y raíces se sustentaban. En la caza estaban bien diestros y tan codiciosos de ella, que a trueque de matar una culebra o cualquiera otra sabandija se estaban todo el día en cuclillas hechos un ovillo tras de una mata acechándola, sin cuidado de comer, ni sembrar, ni cultivar. Dormían por los montes en las cuevas, y entre las matas; y las mujeres iban con los maridos a los mismos ejercicios de caza dejando a los hijuelos colgados de una rama de un árbol, metidos en una cestilla de juncos, bien hartos de leche hasta que volvían con la caza. Eran muy parcos y tan apartados, que no tenían entre sí alguna conversación ni trato, ni conocían ni tenían superior, ni adoraban dioses algunos, ni tenían ritos de ningún género, solamente andaban cazando sin otra consideración alguna, viviendo cada cual por sí, como queda referido".
Para el casamiento de los Otomites no se requería más formalidad que el consentimiento del padre, hermanos o parientes de la novia; porque si éstos accedían a la petición del galán, desde luego le entregaban la mujer y sin más requisitos y ceremonias, independientemente se instalaba la nueva pareja, consumándose en el tálamo la unión matrimonial; y cuando morían, acostumbraban depositar los cadáveres en cavernas, pues según dice el Padre Rivas: "en expirando, antes de que se helase el cuerpo" le juntaban al muerto las rodillas con la barba y hecho éste un ovillo, lo ponían en una cueva o debajo de una peña hueca, sin echarle tierra encima". En seguida le dejaban en la sepultura algunas de sus comidas para provisión del camino, que suponían tenía que hacer; y, "también le ponían allí arco y flechas por si hubiera menester en su viaje, y tapando la cueva lo dejaban". (6)
Estas costumbres incultas de los Otomites se modificaron un poco con el trato que hubieron de tener con los Nahuas, cuando éstos a su vez se establecieron entre ellos, pues en el mismo Códice "Ramírez" se puede también leer que cuando los Nahuas ocuparon el territorio donde vivían los Otomites, éstos "no demostraron pesar ni resistencia alguna, solamente se extrañaban y admiraban, y se escondían en lo más oculto de las peñas..." "Pero pasados algunos años los Otomites comenzaron a tener alguna policía y a cubrir sus carnes y a serles vergonzoso lo que hasta entonces no lo era, y comenzaron a conversar con esta otra gente, perdiéndoles el miedo que les tenían, y se emparentaron con ellos por vía de casamientos, comenzaron a hacer chozas y bohíos donde se metieron en congregación y orden de República, eligiendo a sus señores y reconociendo superioridad, y así salieron de aquella vida bestial que tenían, pero siempre en los montes, y allegados a las tierras apartadas de los demás..." (7)
Así fue como los Otomites adquirieron de los Nahuas algunas de sus costumbres y con ellas cierta noción del deber que tienen todas las criaturas de rendir culto a su Creador: iniciándose por lo mismo en una religión primitiva, que tenía mucho de los mitos y supersticiones de la de los recién llegados, entre otras cosas, el pretendido origen divino que ellos a sí mismos procuraron atribuirse.
Entre los dioses que inventaron, adoraron a una divinidad creadora, a la que le atribuían una doble e inseparable personalidad, llamándola el Viejo Padre y la Vieja Madre, cuyo símbolo eran la montaña y la gruta: razón por la cual los actos religiosos que tenían, los practicaban en las cuevas; y entre las manifestaciones de culto que de ellos se conocen, se encuentran las huellas de los pies y de las manos, que a manera de ex-votos dejaban marcadas en las paredes de las grutas para recordar al dios sus visitas, haciéndole patente en esa forma su presencia; y también como una manifestación visible de las súplicas que los devotos formulaban en esos centros de adoración.
Pocos son los exponentes de estos lugares de culto que se pueden admirar en el territorio de lo que hoy es el Estado de Guanajuato, teniendo en cuenta que los antiguos pobladores de la región fueron nómadas y semisalvajes; pero los que existen, pueden hasta la fecha contemplarse; como por ejemplo: la gruta artificial llamada "Cueva de los Indios", que se encuentra situada en la sierra del Cubo, a doce kilómetros de Ciudad González o San Felipe. En ella hay vestigios de vida aborigen, según lo afirma el señor Don Pedro González en su "Geografía Local del Estado de Guanajuato"; y también existen otras grutas artificiales, parecidas a la anteriormente citada, en los Municipios de Dolores Hidalgo, de Allende y de Comonfort; que están localizadas en las márgenes rocosas del río de la Laja, en el curso de su recorrido a través de esos Municipios.
Aunque los Otomites no tenían ídolos, ni templos, ni sacerdotes, ni ceremonias litúrgicas, sí tenían hechiceros y adivinos que eran los portavoces de la divinidad, y a éstos los consultaban "cómo y cuándo habían de ir a la guerra, y el suceso que en ella tendrían, y si habría de llover bien en aquel año o no, y si habría de haber hambre o mortandad, y otras muchas preguntas de esta suerte que hacían a los tales adivinos; y por las respuestas que les daban, si salían alguna vez verdades, los adoraban y tenían por dioses; y por esta forma concurrían gentes de muchas y lejanas partes a verlos". (8)
Cerca del pueblo de Xilotepec, llamado en aquel entonces en su idioma: "Madenxi", estaban las cuevas más veneradas de los Otomites, que ellos consideraban sagradas porque decían que de allí habían salido el Viejo Padre y la Vieja Madre, nombre con los que como se ha dicho ya, adoraban al Supremo Ser, de quien aseguraban haber recibido la existencia, los hijos y el sustento. Después, ya en los últimos tiempos del culto pagano, y a imitación de las tribus Nahuas que habían invadido su territorio, tenían idolillos de barro y habían adoptado en su mitología a otros dioses a los que también les rendían culto y adoración. Según dice el Padre Sahagún: "Al uno llamaban Otontecuitli, el cual era el primer señor que tuvieron sus antepasados, y al otro lo llamaban Yoxippa".
Los Otomites habitualmente ocupaban, viviendo en estado nómada, una gran parte de lo que hoy es el Estado de Tamaulipas; una no despreciable porción de la parte oriental de Nuevo León; casi todo el Estado de San Luis Potosí; la mayor parte del de Guanajuato; todo el de Querétaro; una faja en el Oriente y el Sur de Michoacán; gran parte en el Oeste del de Hidalgo; el Norte y el Oriente del de México; y se encontraban mezclados en pequeña proporción con la familia de los Nahuas en los Estados de Puebla, Veracruz y Tlaxcala; pero el núcleo principal existía en Xilotepec o Madenxi (9) y su distrito, en lo que hoy es el Estado de México; y de allí, se habían extendido a todas las otras regiones mencionadas.
Los que vagaban en los Estados de Guanajuato y Querétaro, estaban de preferencia en la región del **BAJÍO**, donde con el tiempo se fueron estableciendo muchos de ellos, abandonando así la existencia errante y salvaje que habían llevado hasta entonces; y siguiendo el ejemplo de las tribus vecinas, trocáronse en sedentarios, escogiendo terrenos propicios donde formaron agrupaciones de pequeñas y humildes chozas, que con los años se convirtieron en centros de una vida social un poco más humana y más culta.
Así fue como existieron en la misma región algunos misérrimos poblados formados por cabañas y bohíos hechos de zacate y pencas de maguey, entre los cuales son de citarse: Andamaxei (Querétaro, en tarasco), Deé (Apaseo) y Nattahí, donde al correr del tiempo y de los años había de llegar a establecerse a fines del siglo XVI la Villa de "Nuestra Señora de la Concepción de Zalaya", que después llegó a ser la "Muy Noble y Leal Ciudad de Celaya".
La región del Bajío fue invadida a mediados del siglo XV por los Tarascos o Purépechas y por los Mexicanos. Los primeros, al mando de su Rey Tariácuri, extendieron sus conquistas por toda la parte Sur del Estado de Guanajuato, y fue entonces cuando impusieron a muchos de los poblados Otomites, nombres en idioma tarasco, que con pequeñas variantes aún subsisten, tales son: Quanaxhuato, Iripuato, Acámbaro, Apatzecua, Camémbaro, Cuitzeo, Parangarícuaro, Pénjamo, Jerécuaro, Yuririapúndaro, etc., etc. Los segundos, o sea los Mexicanos, habían extendido su dominación el año de 1446 hasta el poblado de Andamaxei, que los tarascos llamaban Querétaro; pues el Emperador Moctezuma Ilhuicamina lo redujo a su autoridad, incorporándolo al Reino juntamente con las provincias de Xilotepec, o sea la antigua Madenxi y de Huyechiapan. Con el nombre mexicano de Tachco fue erigido en frontera del Imperio Azteca, colocándose allí una guarnición de guerreros mexicanos; y por esta circunstancia la región del Bajío, donde existían los poblados de Nattahí y Deé o Apatzecua, vino a quedar por una parte, cercana a los límites del Imperio Azteca, y por la otra lindando con las fronteras del Reino de Michoacán.
En aquellos años, había en el Bajío grandes extensiones de terreno completamente cubiertas con montes de mezquites, y en la espesura abundaba la caza, a la que, como se ha visto, se dedicaban de preferencia los Otomites. Para entonces ya habían aprendido éstos a cultivar algún maíz, frijol, chía y chile; cereales que además de formar parte de su alimentación, les servían también para pagar el tributo que les tenían impuesto los Emperadores Aztecas, a aquellos de los pueblos habitados por indios Otomites, que estaban sojuzgados por el poderío de los mexicanos y por tanto, sometidos a su Imperio.
Tales eran las condiciones que prevalecían en la región del Bajío, donde se levantaba el poblado Otomite de Nattahí que en el mismo idioma quiere decir: "El Mezquite", en los albores del siglo XVI que vieron arribar a las playas de Anáhuac a los conquistadores hispanos. Era el año de 1519 y reinaba a la sazón en el Imperio Azteca, Moctezuma II, Xocoyotzin, siendo su autoridad respetada de uno al otro confín del reino; mas a pesar de su poderío y de su ansia de dominio, las tribus semibárbaras que habitaban al Norte del Imperio Mexicano, habían podido conservar su libertad y vivían de acuerdo con su idiosincracia, confiados en el amparo de sus dioses.
OBRAS CONSULTADAS:
1.- "Historia Natural y Moral de los Indios". Tomo II. P. Joseph de Acosta. S. J.
2.- "Prehistoria de México". Mons. Francisco Plancarte y Navarrete.
3.- "Historia de los Mexicanos por sus Pinturas". Vol. III. Joaquín García Icazbalceta.
4.- "Historia de los Mexicanos por sus Pinturas". Vol. III. Joaquín García Icazbalceta.
5.- "Historia General de las Cosas de la Nueva España". Vol. III. Fray Bernardino de Sahagún.
6.- "Historia de los Triunfos de Nuestra Santa Fe, entre las gentes bárbaras y fieras del Nuevo Orbe". P. Andrés Pérez Rivas. S. J.
7.- "Crónica Mexicana". Hernando Alvarado Tezozomoc.
8.- "Historia General de las Cosas de la Nueva España". Vol. III. Fray Bernardino de Sahagún.
9.- "Culturas Precortesianas de México. Matlatzingas y Pirindas". José García Payón.
Fuente:
Historia de la Ciudad de Celaya
Luis Velasco y Mendoza
Imp- "Manuel León Sánchez" S.C.L.-
M.R. del Toro de Lazarín No. 7.- México, D.F.
2a. edición
Julio de 2007
1a. Edición Digital: 2007
Edición Internet: Eugenio Amézquita Velasco
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