Amigo del alma, hoy el tiempo parece detenerse ante el dolor profundo que deja la partida de quien caminó a tu lado durante cincuenta años. Tu esposa no fue solo tu compañera: fue tu confidente, tu alegría, tu casa hecha mirada, tu plegaria hecha sonrisa. Sé que lo que vivieron juntos trasciende cualquier lenguaje; fue un lazo tejido con fe, con paciencia, con ternura cotidiana.
En este valle de sombras, donde el corazón se siente desgarrado, quiero recordarte que no estás solo. Dios está contigo, como lo ha estado desde el primer día, como lo estuvo cada vez que ella te ofrecía consuelo, cada vez que juntos oraban, cada vez que la vida se hacía difícil y Él sostenía su unión. En Él puedes descansar, llorar, hablar, pedir fuerza. Porque no hay dolor tan grande que su misericordia no pueda abrazar.
Tu esposa ha vuelto al Padre, y aunque su ausencia duela, su espíritu brilla ahora con luz eterna. Su amor no se ha ido: se transforma en presencia silenciosa, en aroma de recuerdos, en los gestos que heredaste, en los hijos y en los nietos que hacen que perdure y la presencia de la amada, en la fe que compartieron. Dios, que es origen de todo consuelo, permite que el amor verdadero no muera, sino se eleve. Y el tuyo, tan firme, tan generoso, tan transparente, es reflejo de ese amor divino que no se rompe, ni aun con la muerte.
Llora con libertad, y también descansa en la esperanza. La vida eterna que Dios promete no es un consuelo lejano: es el hogar que espera a quienes han amado con todo su ser. Tu matrimonio fue testimonio, tu entrega fue servicio, y tu fe será ahora tu báculo. Permítenos acompañarte, abrazarte, sostenerte, como tú lo harías por cualquiera de nosotros. Porque también tu duelo nos toca el corazón, porque tu historia nos enseña a amar más y mejor.
Gracias por ese ejemplo, por el amor sin condiciones, por hacer de tu unión una pequeña iglesia doméstica. Ella vive ahora en Dios, y Dios vive contigo.
Con todo el corazón de amigo. Con respeto, afecto y una oración constante por ti, estoy contigo. Siempre.
Eugenio Amézquita Velasco
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