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septiembre 24, 2020



Redacción

Una antigua tradición narra que en el año de 1218 la Santísima Virgen se le apareció a San Pedro Nolasco recomendándole que fundara una comunidad religiosa que se dedicara a socorrer a los que eran llevados cautivos a sitios lejanos.

San Pedro Nolasco, apoyado por el rey Jaime el Conquistador y aconsejado por San Raimundo de Peñafort fundó la Orden religiosa de Nuestra Señora de la Merced o de las Mercedes. 

La palabra merced quería decir: misericordia, ayuda, caridad. Esta comunidad religiosa lleva muchos siglos ayudando a los prisioneros y ha tenido mártires y santos. 

Sus religiosos rescataron muchísimos cautivos que estaban presos en manos de los feroces sarracenos. 

Desde el año 1259 los Padres Mercedarios empezaron a difundir la devoción a Nuestra Señora de la Merced (o de las Mercedes) la cual está muy extendida por el mundo. 

Recordemos que a quienes ayudan a los presos les dirá Cristo en el día del Juicio: “Estuve preso y me ayudaste. Todo el bien que le hiciste a los demás, aunque sea a los más humildes, a Mí me lo hiciste”. (Sn Mt 25,31-40).


septiembre 23, 2020



Redacción

Oh Jesús, mi suspiro y mi vida, te pido que hagas de mí un sacerdote santo y una víctima perfecta”
escribió una vez San Pío de Pietrelcina, cuya fiesta se celebra hoy. 

Su oración fue escuchada y se le concedió el don de los estigmas. Durante su vida, Dios lo dotó de muchos dones, como el discernimiento extraordinario que le permitió leer los corazones y las conciencias. Por ello muchos fieles acudían a confesarse con él. 

El Padre Pío nació en Pietrelcina (Italia) el 25 de mayo de 1887. Su nombre era Francisco Forgione y tomó el nombre de Fray Pío de Pietrelcina en honor a San Pío V, cuando recibió el hábito de Franciscano capuchino. 

A los cinco años se le apareció el Sagrado Corazón de Jesús, quien posó su mano sobre la cabeza del niño. El pequeño, a su vez, prometió a San Francisco que sería un fiel seguidor suyo. Desde entonces su vida quedó marcada y empezó a tener apariciones de la Santísima Virgen. 

A los 15 años decide ingresar a la Orden Franciscana de Morcone y tuvo visiones del Señor en la que se le mostró las luchas que tendría que pasar contra el demonio. El 10 de agosto de 1910 es ordenado sacerdote. Poco tiempo después le volvieron las fiebres y los dolores que lo aquejaban, entonces fue enviado a Pietrelcina para que restablezca su salud. 

En 1916 visita el Monasterio de San Giovanni Rotondo. El Padre Provincial, al ver que su salud había mejorado, le manda que retorne a ese convento en donde recibió la gracia de los estigmas.

“Era la mañana del 20 de septiembre de 1918. Yo estaba en el coro haciendo la oración de acción de gracias de la Misa… se me apareció Cristo que sangraba por todas partes. De su cuerpo llagado salían rayos de luz que más bien parecían flechas que me herían los pies, las manos y el costado”, describió San Pío a su director. 

“Cuando volví en mí, me encontré en el suelo y llagado. Las manos, los pies y el costado me sangraban y me dolían hasta hacerme perder todas las fuerzas para levantarme. Me sentía morir, y hubiera muerto si el Señor no hubiera venido a sostenerme el corazón que sentía palpitar fuertemente en mi pecho. A gatas me arrastré hasta la celda. Me recosté y recé, miré otra vez mis llagas y lloré, elevando himnos de agradecimiento a Dios”, añadió. 

El 9 de enero de 1940 animó a sus grandes amigos espirituales a fundar un hospital que se llamaría “Casa Alivio del Sufrimiento”. La cual se inauguró el 5 de mayo de 1956 con la finalidad de curar al enfermo en lo físico y espiritual. 

Según fuentes que no se han podido confirmar, San Juan Pablo II siendo un joven sacerdote visitaba al Padre Pío para confesarse y en una de esas ocasiones, estando en trance le dijo al futuro Sumo Pontífice: “Vas a ser Papa”. 

El Padre Pío partió a la Casa del Padre un 23 de septiembre de 1968 después de murmurar por largas horas “¡Jesús, María!”. 

San Juan Pablo II, durante su canonización el 16 de junio del 2002, dijo de él: “Oración y caridad, esta es una síntesis sumamente concreta de la enseñanza del padre Pío, que hoy vuelve a proponerse a todos”.

septiembre 22, 2020



Redacción

CRISTÓBAL (+ 1527)

La conversión de las personas adultas era bastante difícil en los comienzos de la evangelización; reinaba una fuerte tradición de creencias y costumbres contrarias a la religión cristiana, además del desconocimiento de la lengua. Por tal motivo los franciscanos optaron por reunir a los hijos de los caciques y también a la gente humilde para enseñarles las principales verdades del cristianismo, la gramática, el canto y algunos oficios. 

Acxotécatl mandó a tres de sus hijos a esta escuela franciscana, pero quiso enviar a Cristobalito, hijo predilecto, futuro heredero de sus bienes. Sus otros hermanos lo descubrieron, y los franciscanos fueron por él. El niño hizo rápidos progresos en el aprendizaje de la doctrina cristiana; él mismo pidió el Bautismo, el cual le fue administrado. Desde aquel momento quedó convertido en un magnífico y activo catequista. 

Todo cuanto aprendía y oía predicar a los frailes, lo repetía él, exhortando a su padre y a los vasallos de éste para que abandonaran el culto a los ídolos y la embriaguez, que son pecados graves contra Dios. Acxotécatl creyó al principio que se trataba de una simple repetición, así que no le dio importancia, pero la predicación del niño era constante y persuasiva y, viendo que su padre no le hacía caso, comenzó a romper los ídolos que hallaba en su casa y a derramar el pulque. Esta misma acción la repitió en distintas ocasiones. Acxotécatl le perdonó las primeras veces; pero viendo la insistencia de su hijo, determinó quitarle la vida. Fingió celebrar una fiesta familiar y mandó traer a sus hijos que se educaban en la escuela de los franciscanos. Cuando llegaron, ordenó que saliesen, excepto Cristóbal, al cual tomó de los cabellos, lo tiró al suelo, le dio de puntapiés, y con un palo grueso de encina le dio muchos golpes, quebrantándole los brazos y las piernas; la sangre corría por todo el cuerpo. 

En esta situación Cristobalito invocaba a Dios diciendo: 
Dios mío, ten misericordia de mí, y si tú quieres que yo muera, muera yo; y si tú quieres que viva, líbrame de este cruel de mi padre”. 
Y como el niño no moría, lo arrojó en una hoguera. En medio de sus tomentos seguía invocando a Dios y a la Virgen María durante las horas que sobrevivió. Al día siguiente llamó a su padre y le dijo: “Padre, no pienses que estoy enojado, yo estoy muy alegre, y sábete que me has hecho más honra que no vale tu señorío”. Poco después murió. La muerte de Cristobalito tuvo lugar en Atlihuetzia en 1527, solamente tres años después de la llegada de los doce misioneros franciscanos. 

 ANTONIO Y JUAN (+ 1529) 

El Señor bendijo a Tlaxcala con otros dos hijos suyos que dieron su vida por llevar el mensaje de la Buena Nueva a otros pueblos que no conocían a Dios. Ellos fueron Antonio y Juan, los cuales nacieron en Tizatlán, Tlax., hacia 1516-17. El primero era nieto de Xicoténcatl, señor de Tizatlán, noble y heredero del señorío. Juan, de condición humilde, era servidor de Antonio. Ambos se educaban en la escuela franciscana de Tlaxcala. 

En 1529 los dominicos se propusieron evangelizar Oaxaca. De paso por Tlaxcala, fray Bernardino Minaya, con otro compañero suyo, rogó a fray Martín de Valencia que le diera unos niños que quisieran acompañarlos en su misión. Fran Martín manifestó públicamente la petición de los dominicos, e inmediatamente se ofrecieron Juan y Diego (que no murió). Antes de emprender el viaje, fray Martín les dijo: “Hijos míos, mirad que habéis de ir fuera de vuestra tierra, y vais entre gente que no conoce aún a Dios, y creo que os veréis en muchos trabajos; yo siento vuestros trabajos como de mis propios hijos, y aun tengo temor que os maten por esos caminos; por eso, antes que os determinéis, miradlo bien”. Ellos contestaron: “Padre, para eso nos has enseñado lo que toca a la verdadera fe. Nosotros estamos dispuestos a ir con los padres y a recibir de buena voluntad todo trabajo por Dios; y si fuere servido de nuestras vidas, ¿no mataron a San Pedro crucificándole y degollaron a San Pablo, y San Bartolomé no fue desollador, por Dios?” 

Por estas consideraciones que hacían, caemos en la cuenta que la enseñanza de los misioneros había penetrado hondamente en la conciencia de los niños y la gracia actuaba en el alma de estos pequeños catequistas para convertirlos en testigos del Evangelio. Llegados a Terpeaca, Puebla, los frailes dominicos se detuvieron a evangelizar a los naturales y los niños les ayudaban a recoger los ídolos; poco después se fueron a Cuauhtinchán, Puebla, para continuar la misma encomienda de los misioneros. 

Juan entró a una casa para recoger ídolos. Llegaron unos indios armados con palos, y descargaron tan terribles golpes sobre él, que murió al instante. Llegó Antonio, y viendo la crueldad de los malhechores no huyó, sino que con grande ánimo les dijo: “¿Por qué matáis a mi compañero, que no tiene la culpa, sino yo que os quito los ídolos, porque sé que son diablos y no son dioses?” Al oír esto los naturales dieron fuertes golpes a Antonio, quien también murió allí. 

Los tres niños mártires fueron beatificados por Su Santidad Juan Pablo II, en la ciudad de México, el 6 de mayo de 1990. 

Mons. Epitacio Ángel Cano. Los tres niños mártires, ejemplo de generosidad apostólica y misionera. “Con inmenso gozo he proclamado también beatos a los tres niños mártires de Tlaxcala: Cristóbal., Antonio y Juan. En su tierna edad fueron atraídos por la palabra y el testimonio de los misioneros y se hicieron sus colaboradores, como catequistas de otros indígenas. Son un ejemplo sublime y aleccionador de cómo la evangelización es tarea de todo el pueblo de Dios, sin que nadie quede excluido, ni siquiera los niños. Con la Iglesia de Tlaxcala y de México me complace poder ofrecer a toda América Latina y a la Iglesia Universal este ejemplo de piedad infantil, de generosidad apostólica y misionera, coronada por la gracia del martirio. En la exhortación apostólica Christifideles laici quise poner particularmente de relieve que la inocencia de los niños “nos recuerda que la fecundidad misionera de la Iglesia tiene su raíz vivificante, no en los medios y méritos humanos, sino en el don absolutamente gratuito de Dios” (n. 47). 
Ojalá el ejemplo de estos niños mártires beatificados suscite una inmensa multitud de pequeños apóstoles de Cristo entre los muchachos y muchachas de Latinoamérica y del mundo entero, que enriquezcan espiritualmente nuestra sociedad tan necesitada de amor”. 
Juan Pablo II, Homilía en la Misa de beatificación en la basílica de Nuestra Señora de Guadalupe (6-V-90).

septiembre 21, 2020


Redacción

Por consideración, San Lucas, San Juan y San Marcos evitan mencionar el origen y la profesión de San Mateo, pues, según la primitiva tradición cristiana, Mateo no era otro sino el publicano Leví de Cafarnaúm.

Sin embargo, Mateo, humilde y agradecido con el Maestro, que no lo había menospreciado, se describió a sí mismo con la palabra vergonzante de “publicano”, pues quería que la bondad y misericordia del Hijo del hombre quedaran visibles para todos.

Cuando el Rabí de Nazaret se detuvo junto a él, en Cafarnaúm, lo miró y no le dijo más que “¡Ven!”, en lo más recóndito de su alma quedó tan conmovido, que, sin preguntar y sin pensar en el futuro, abandonó su puesto para siempre.

Hasta entonces había sido cobrador de impuestos, un cómplice de los romanos; un hombre ante el cual los judíos escupían  con ira impotente y al que consideraban como pecador público.  Expulsado por su propio pueblo, no tenía más que la riqueza de su bien remunerado oficio, pero lo abandonó al ver cómo Jesús, respetando su dignidad humana, lo protegía abiertamente contra el odio de los fariseos y lo llamaba a formar parte de sus discípulos.

Lo único que nos cuenta la Sagrada Escritura es que el cobrador de impuestos, antes rico, se unió a los pescadores Andrés y Pedro, Santiago y Juan y, junto con ellos, soportó las carencias de la vida apostólica, las asechanzas de las escuelas legalistas de su patria, para pertenecer a los seguidores del nuevo Reino y anunciar el mensaje de salvación a los hombres.

Desde hace dos mil años, mediante su versión del evangelio, San Mateo nos da un importante testimonio de Cristo Jesús, su Maestro y Salvador. El escritor de dicho evangelio no sólo debió de ser un observador sagaz, cualidad propia de un publicano, sino también un ser humano de carácter profundo, que sabía describir lo que había visto con una originalidad conmovedora y llena de vida. En cada escena capta lo esencial en forma clara y segura, pero también es testimonio de fiel entrega y de cariño, pues sólo quien logra sacrificarse para pertenecer en cuerpo y alma al Hijo de Dios lo puede describir como lo hizo San Mateo.

Al antiguo publicano le debemos la primera relación de la vida y pasión de Jesucristo. La escribió en la lengua aramea de su patria, para que toda persona inculta, tanto el artesano de la aldea como el cargador y el pastor del monte, pudiera escuchar y entender el Evangelio de la salvación. Así, valientemente, dio testimonio a favor del Crucificado; así le agradeció al Maestro la gracia incomparable de haberlo llamado; así ayudó a su pueblo a convertirse y a glorificar a Cristo, rechazado por las autoridades religiosas.

El símbolo artístico del Apóstol Mateo, como el de los demás evangelistas, se lo debemos a San Jerónimo y a San Agustín. A San Mateo corresponde un ser humano, porque éste empieza su Evangelio con la genealogía humana de Jesucristo. El león fue asignado a San Marcos, ya que su Evangelio empieza con la vida de Jesús en el desierto. A San Lucas le corresponde la imagen típica del toro, porque su Evangelio empieza con el sacrificio del sacerdocio antiguo en Jerusalén. A San Juan, en fin, se le representa por el águila, porque su Evangelio se remonta como águila y penetra desde las primeras líneas en la generación eterna del Verbo.

Los restos de San Mateo, según la tradición legendaria, se veneran en la catedral de Salerno.
No abandonas a tu rebaño, sino que lo sigues por medio de los santos Apóstoles, para conducirlo siempre, guiado por los mismos pastores que le pusiste al frente como vicarios de tu Hijo”.
Prefacio de los Apóstoles I.

septiembre 20, 2020


Redacción

PABLO CHONG HASANG (1795-1839)

Pablo Chong Hasang nació en Mahyón, Corea, el año 1795, perteneciente, como su familia, a la nobleza coreana. Sus tíos eran de los mejores sabios del país. Su padre, Agustín Chong-Yak-jong, murió martirizado a causa de su fidelidad a Cristo y a la Iglesia el 8 de abril de 1901, y el mismo año murió mártir también su hermano Carlos, cuando el pequeño Pablo contaba apenas 7 años, más tarde dieron su vida por la fe su madre Cecilia y su hermana Isabel. ¡De verdad fue una familia de mártires!
Por entonces todas sus propiedades fueron confiscadas y la familia quedó en la pobreza, pero el padre muerto había dejado un gran tesoro espiritual: ¡un Catecismo editado en lengua coreana!

Cuando Pablo tenía 20 años se despidió de su madre y su hermana y ofreció en Seúl sus servicios secretos a la Iglesia perseguida. Lo eligieron entonces como mensajero para traer sacerdotes desde China a Corea. Ocultando su identidad, logró integrarse a un grupo de diplomáticos destinados a la capital de China como ayudante de un intérprete. En 1816 llegó en esta caravana diplomática a Pekín, donde se encontró con el obispo católico, que le dio la Primera Comunión y lo confirmó. De ahí en adelante Pablo quedó como intermediario entre el obispo de Pekín y su patria.

En total realizó trece viajes por deferentes caminos para llevar misioneros a Corea, pero desgraciadamente el primer sacerdote que destinó el obispo para esa misión murió durante el trayecto a causa de las fatigas. Entre los siguientes estaba el primer vicario apostólico, Lorenzo Imbert, que entró en el país en 1837 y murió mártir el 21 de septiembre de 1839. El mismo obispo Imbert se quedó por algún tiempo en la casa de Pablo, lo preparó para el sacerdocio y lo ordenó poco antes de su huida a otro escondite. El joven sacerdote escribió el primer libro apologético de Corea, en el que explica a los paganos el origen divino y los elementos básicos de la fe católica y que, aún después de la muerte de su autor, causó gran impacto hasta entre los enemigos de la Iglesia.

En 1839 Pablo fue detenido junto con su madre y su hermana. El Gobierno lo consideraba persona clave en el joven catolicismo coreano, particularmente por introducir al país sacerdotes extranjeros, por lo que se le aplicaron las torturas más crueles. Con increíble paciencia soportó todas las penas, afirmando  siempre una y otra vez que quería ofrecer su vida por Cristo y por la Iglesia. A la edad de 45 años fue decapitado a las afueras del portón occidental de Seúl, el 22 de septiembre de 1839.
El mérito más grande de Pablo Chong Hasang es su incesante afán de ayudar a la Iglesia, ya casi exterminada en Corea, a conectarse nuevamente con la Jerarquía universal y preparar así la fundación de vicariato apostólico en su patria.

ANDRÉS KIM (1821-1846)

Andrés Kim Tae-gon nació el 21 de agosto de 1821 en Somoe (provincia de Chungchong). Unos siete años antes había muerto su abuelito Kim Chinhu Pius en la cárcel, luego de sufrir martirio. Su padre, Kim Che-jun, murió martirizado en septiembre de 1839. Poco después la familia se trasladó a la provincia de Kyonggi para evadir la continua persecución.

Un sacerdote francés, de la Congregación para las Misiones Extranjeras de París, instruyó a Andrés con otros dos muchachos, Francisco y Tomás, en la religión católica y los mandó al seminario de la Congregación en Macao, cerca de Hong-Kong. En 1844 Andrés fue ordenado diácono. Brevemente pudo introducirse en secreto a su patria, pero no logró volver a ver a su madre. Poco después se le encargó buscar una barca y trasladarse por mar a Shangai, donde debería recoger sacerdotes franceses y llevarlos a Corea. Después de muchas dificultades logró llegar a su destino, donde fue ordenado sacerdote el 17 de agosto de 1845 por el obispo Ferréol, siendo el primer sacerdote coreano ordenado fuera de su patria.

Junto con el obispo y el padre Dabelny, Andrés Kim emprendió a fines de agosto el viaje por mar rumbo a su tierra, a donde llegaron, luego de sortear muchos contratiempos y tempestades, en octubre del mismo años. De inmediato el padre Kim empezó su apostolado en las islas de Youp-yong, para conectarse desde allí también con misioneros franceses que desde China querían pasar a Corea. Durante esta misión Andrés Kim fue detenido por espías del Gobierno el 5 de junio de 1846 y enviado a la corte del rey en Seúl. Aunque el mismo rey trató de salvarlo por sus muchos conocimientos de lenguas extranjeras, los ministros paganos –llenos de odio—lograron su condena a muerte.

Poco antes de su martirio, el padre Andrés logró hacer llegar una carta en lengua coreana a sus feligreses. En este precioso documento se lee lo siguiente:
“Si hubiéramos nacido en este mundo sin conocer a Cristo, sería de verdad un mundo miserable. ¡Pero qué miserable conducta sería también vivir la gracia del bautismo sin sinceridad ni fidelidad! Queridos hermanos, no olviden los sufrimientos de nuestro Señor…
“Desde cuando la Iglesia fue introducida en Corea, hace unos sesenta años, nuestro pueblo sufrió varias tremendas persecuciones y muchos católicos –como yo ahora—fueron hechos prisioneros a causa de su fe…
“Sabemos por la Biblia que no cae ni un cabello de nuestra cabeza sin la voluntad del Padre. Así también estas persecuciones corresponden a su Providencia.
“Ámense y ayúdense mutuamente, esperando el tiempo cuando el Señor aliviará nuestros sufrimientos… Nosotros, los 20 católicos aquí en la cárcel, nos sentimos fuertes, gracias a Dios. Si morimos, tengan cuidado de los familiares… Pronto marcharemos al campo de la batalla… Permanezcan valientes para que nos volvamos a ver en el cielo.
“Me despido con un abrazo de amor. Pronto Dios les mandará un nuevo pastor, mejor que yo.
Andrés Kim, vicario general”.

El 16 de septiembre de 1846 el padre Andrés fue decapitado en la ribera del río Han, en el mismo lugar donde cinco años antes habían sido sacrificados los tres misioneros franceses. Tenía 26 años de edad. Al entregarse al verdugo dijo con absoluta calma: “Ahora empieza mi vida eterna”.
El heroico testimonio de los nuevos santos de Corea.


"Los mártires de Corea dieron testimonio de Cristo crucificado y resucitado. Por el sacrificio de sus propias vidas se hicieron semejantes a Cristo de un modo muy especial. Las palabras del Apóstol San Pablo se les habrían podido aplicar con toda verdad: Nosotros estamos “llevando siempre en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos… Estamos siempre entregados a la muerte por amor de Jesús, para que la vida de Jesús se manifieste también en nuestra carne mortal”. (II Cor 4, 10-11).
Juan Pablo II, Homilía durante la Misa de canonización de 103 beatos mártires coreanos, 6 de mayo de 1984.

septiembre 19, 2020


Redacción 

De la vida y el martirio de San Jenaro no tenemos ningunas noticias ciertas. La tradición, más bien legendaria, dice que Jenaro, santo obispo de Benevento, visitó a unos cristianos presos por su fe, en Pozzuoli, cerca de Nápoles.

El gobernador, que persiguió a los cristianos por orden del emperador Diocleciano, hizo detener a Jenaro y lo condenó a la misma muerte de los cristianos ya presos: a ser despedazado y devorado por las fieras. Cuando el pueblo pagano quiso satisfacer sus instintos viendo correr la sangre de los cristianos, las bestias hambrientas no los tocaron y quedaron transformadas en mansos corderos. A petición del pueblo embrutecido, Jenaro y sus compañeros fueron decapitados allí mismo.

En Nápoles existen unas catacumbas en donde se enseña la urna que en un tiempo fue la tumba del obispo mártir. Sus restos llegaron a la catedral de Nápoles, después de varios traslados, en el año de 1497. Sobre la capilla lateral, que está dedicada a San Jenaro, hay una inscripción en latín que dice:
Nápoles dedica este santuario a San Jenaro, su ciudadano, su patrono, su protector; que salvó a la ciudad, por el milagro de su sangre, del hambre, la guerra, la peste y el fuego del Vesubio”.
Un precioso busto de plata hecho en el siglo XVII contiene la supuesta cabeza de San Jenaro. En dos redomas de cristal, cerradas y selladas por una armazón metálica, se encuentra la sangre del santo. Es una masa sólida y oscura, que llena la mitad de los relicarios. En ciertas ocasiones del año, particularmente el sábado anterior al primer domingo de mayo, el 19 de septiembre y el 16 de diciembre (esta última fecha recuerda la erupción del Vesubio en 1631), los fieles de Nápoles rezan y cantan en la catedral hasta que la sangre se vuelve líquida, de color rojo y aumenta su volumen.

Este fenómeno, todavía inexplicable por razones naturales, puede acaecer en pocos minutos o tardar hasta una hora o más tiempo. Aunque el relicario es agitado por el obispo y los gritos de las mujeres napolitanas le dan un carácter espectacular a este fenómeno, la licuefacción de la sangre de San Jenaro no obedece a ningún truco.

Nadie está obligado a creer en este milagro, sobre todo debido a que la autenticidad de las reliquias  no se puede comprobar; pero nadie se atrevería tampoco a negar que Dios puede realizar hechos milagrosos ante la fe tan grande de su pueblo.

La comunión de los santos es una realidad; no depende de milagros, sino de la sinceridad de la fe, que invoca y venera a los santos como amigos de Dios.

Para la catedral de Nápoles y muchos santuarios de Italia, vale lo que dice el Documento de Puebla sobre la transformación de los lugares de piedad popular en América Latina: “Alentar una creciente y planificada transformación de nuestros santuarios, para que puedan ser lugares privilegiados de evangelización. Esto requiere purificarlos de todo tipo de manipulación y de actividades comerciales”.
 “La Iglesia siempre tiene necesidad de ser evangelizada, si quiere conservar su frescor, su impulso y su fuerza para anunciar el Evangelio”.
E. N., n. 15.

septiembre 18, 2020


Redacción

José nació en 1603 en el pequeño pueblo italiano llamado Cupertino. Sus padres eran sumamente pobres. El niño vino al mundo en un pobre cobertizo pegado a la casa, porque el papá, un humilde carpintero, no había podido pagar las cuotas que debía de su casa y se la habían embargado.

Murió el papá, y entonces la mamá, ante la situación de extrema pobreza en que se hallaba, trataba muy ásperamente al pobre niño y este creció debilucho y distraído. Se le olvidaba hasta de comer. A veces pasaba por las calles con la boca abierta mirando tristemente a la gente, y los vecinos le pusieron por sobrenombre el “boquiabierta”: Las gentes lo despreciaban y lo creían un poca cosa. Pero lo que no sabían era que en sus deberes de piedad era extraordinariamente fervoroso y que su oración era sumamente agradable a Dios, el cual le iba a responder luego de maneras maravillosas.

A los 17 años pidió ser admitido de franciscano pero no fue admitido. Pidió que lo recibieran en los capuchinos y fue aceptado como hermano lego, pero después de ocho meses fue expulsado porque era en extremo distraído. Dejaba caer los platos cuando los llevaba para el comedor. Se le olvidaban los oficios que le habían puesto. Parecía que estaba siempre pensando en otras cosas. Por inútil lo mandaron para afuera.

Al verse desechado, José buscó refugio en casa de un familiar suyo que era rico, pero él declaró que este joven “no era bueno para nada”, y lo echó a la calle. Se vio entonces obligado a volver a la miseria y al desprecio de su casa. La mamá no sintió ni el menor placer al ver regresar a semejante “inútil”, y para deshacerse de él le rogó insistentemente a un pariente que era franciscano, para que le recibieran al muchacho como mandadero en el convento de los padres franciscanos.

Sucedió entonces que en José se obró un camino que nadie había imaginado. Lo recibieron los padres como obrero y lo pusieron a trabajar en el establo y empezó a desempeñarse con notable destreza en todos los oficios que le encomendaban. Pronto con su humildad y su amabilidad, con su espíritu de penitencia y su amor por la oración, se fue ganando la estimación y el aprecio de los religiosos. Y en 1625, por votación unánime de todos los frailes de esa comunidad, fue admitido como religioso  franciscano.

Lo pusieron a estudiar para prepararse al sacerdocio, pero le sucedía que cuando iba a presentar exámenes se trababa todo y no era capaz de responder. Llegó uno de los exámenes finales y el pobre Fray José la única frase del evangelio que era capaz de explicar completamente bien era aquella que dice: “Bendito el fruto de tu vientre Jesús”. Estaba asustadísimo, pero al empezar el examen, el jefe de los examinadores dijo: “Voy a abrir el evangelio, y la primera frase que salga, será la que tiene que explicar”. Y salió precisamente la única frase que el Cupertino se sabía perfectamente: “Bendito el fruto de tu vientre Jesús”.

Llegó al fin el examen definitivo en el cual se decidía, quienes sí serían ordenados. Y los primeros diez que examinó el obispo respondieron tan maravillosamente bien todas las preguntas, que el obispo suspendió el examen diciendo: “¿Para qué seguir examinando a los demás si todos se encuentran tan formidablemente preparados?” y por ahí estaba haciendo turno para que lo examinaran, el José de Cupertino, temblando de miedo por si lo iban a descalificar. Y se libró de semejante catástrofe por casualidad.

Ordenado sacerdote en 1628, se dedicó a tratar de ganar almas por medio de la oración y de la penitencia. Sabía que no tenía cualidades especiales para predicar ni para enseñar, pero entonces suplía estas deficiencias ofreciendo grandes penitencias y muchas oraciones por los pecadores. Jamás comía carne ni bebía ninguna clase de licor. Ayunaba a pan y agua muchos días. Se dedicaba con gran esfuerzo y consagración a los trabajos manuales del convento (que era lo único para lo que se sentía capacitado).

Desde el día de su ordenación sacerdotal su vida fue una serie no interrumpida de éxtasis, curaciones milagrosas y sucesos sobrenaturales en un grado tal que no se conocen en semejante cantidad en ningún otro santo. Bastaba que le hablaran de Dios o del cielo, para que se volviera insensible a lo que sucediera a su alrededor. Ahora se explicaban por que de niño andaba tan distraído y con la boca abierta. Un domingo, fiesta del Buen Pastor, se encontró un corderito, lo echó al hombro, y al pensar en Jesús Buen Pastor, se fue elevando por los aires con cordero y todo.

Los animales sentían por él un especial cariño. Pasando por un campo, se ponía a rezar y las ovejas se iban reuniendo a su alrededor y escuchaban muy atentas sus oraciones. Las golondrinas en grandes bandadas volaban alrededor de su cabeza y lo acompañaban por cuadras y cuadras.

Ya sabemos que la Iglesia Católica llama éxtasis a un estado de elevación del alma hacia lo sobrenatural, durante lo cual la persona se libra momentáneamente del influjo de los sentidos para dedicarse a contemplar lo que pertenece a la divinidad. La palabra éxtasis significa en griego: ser transportado hacia lo sobrenatural.

San José de Cupertino quedaba en éxtasis con mucha frecuencia durante la santa Misa, o cuando estaba rezando los Salmos de la Santa Biblia. Durante los 17 años que estuvo en el convento de Grotella, sus compañeros de comunidad presenciaron 70 éxtasis de este santo. El más famoso sucedió cuando diez obreros deseaban llevar una pesada cruz a una alta montaña y no lo lograban. Entonces Fray José se elevó por los aires con cruz y todo y la llevó hasta la cima del monte.

Como estos sucesos tan raros podían producir verdaderos movimientos de exagerado fervor entre el pueblo, los superiores le prohibieron celebrar misa en público, ir a rezar en comunidad con los demás religiosos, asistir al comedor cuando estaban los otros allí, y concurrir a las procesiones u otras reuniones públicas de devoción.

Cuando estaba en éxtasis lo pinchaban con agujas, le daban golpes con palos, y hasta le acercaban a sus dedos velas encendidas y no sentía nada. Lo único que lo hacía volver en sí, era oír la voz de su superior que lo llamaba a que fuera a cumplir con sus deberes. Cuando regresaba de sus éxtasis pedía perdón a sus compañeros diciéndoles: “Excúsenme por estos “ataques de mareo que me dan”.

En la Iglesia han sucedido levitaciones a más de 200 santos. Consisten en elevarse el cuerpo humano desde el suelo, sin ninguna fuerza física que lo esté llevando. Se ha considerado como un regalo que Dios hace a ciertas almas muy espirituales. San José de Cupertino tuvo numerosísimas levitaciones.
Un día llegó el embajador de España con la esposa y mandaron llamar a Fray José para hacerle una consulta espiritual. Este llegó corriendo. Pero cuando ya iba a empezar a hablar con ellos, vio un cuadro de la Virgen que estaba en lo más alto del edificio, y dando su típico pequeño grito, se fue elevando por el aire hasta quedar frente al rostro de la sagrada imagen. El embajador y su esposa contemplaban emocionados semejante suceso que jamás había visto. El santo rezó unos momentos. Luego descendió suavemente al suelo, y como avergonzado, subió corriendo a su habitación, y ya no bajó más ese día.

En Osimo, donde el santo pasó sus últimos seis años, un día los demás religiosos lo vieron elevarse hasta una estatua de la Virgen María que estaba a tres metros y medio de altura, y darle un beso al Niño Jesús, y allí junto a la Madre y al Niño se quedó un buen rato rezando con intensa emoción, suspendido por los aires.

El día de la Asunción de la Virgen en el año 1663, un mes antes de su muerte, celebró su última misa. Y estando celebrando quedó suspendido por los aires como si estuviera con el mismo Dios en el cielo. Muchos testigos presenciaron este suceso.

Muchos enemigos empezaron a decir que todo esto eran meros inventos y lo acusaban de engañador. Fue enviado al Superior General de los Franciscanos en Roma y este al darse cuenta que eran tan piadoso y tan humilde, reconoció que no estaba fingiendo nada. Lo llevaron luego donde el Sumo Pontífice Urbano VIII el cual deseaba saber si era cierto o no lo que le contaban de los éxtasis y las levitaciones del frailecito. Y estando hablando con el Papa, quedó José en éxtasis y se fue elevando por el aire. El Duque de Hanover, que era protestante, al ver a José en éxtasis, se convirtió en catolicismo.

El Papa Benedicto XIV que era rigurosísimo en no aceptar como milagro nada que no fuera en verdad milagro, estudió cuidadosamente la vida de José de Cupertino y declaró: “todos estos hechos no se pueden explicar sin una intervención muy especial de Dios”.

Los últimos años de su vida, José fue enviado por sus superiores a conventos muy alejados donde nadie pudiera hablar con él. La gente descubría dónde estaba y allá corrían las multitudes. Entonces lo enviaban a otro convento más apartado aún. El sufrió meses de aridez y sequedad espiritual, pero después a base de mucha oración y de continua meditación, retornaba otra vez a la paz de su alma. A los que le consultaban problemas espirituales les daba siempre un remedio:
Rezar, no cansarse nunca de rezar. Que Dios no es sordo ni el cielo es de bronce. Todo el que le pide recibe”.
Murió el 18 de septiembre de 1663 a la edad de 60 años.

Que Dios nos enseñe con estos hechos tan maravillosos, que Él siempre enaltece a los que son humildes y los llena de gracias y de bendiciones.

septiembre 17, 2020


Redacción

Este santo nació en Montepulciano de Toscana, Italia, el 4 de octubre de 1542, y murió el 17 de septiembre de 1621. Entre sus nombres de bautizo llevaba el de Francisco, y durante toda su vida cultivó una filial devoción al “Pobrecito de Asís”.

En 1560 ingresó Roberto al noviciado de la Compañía de Jesús, después de vencer la tenaz oposición de su padre con la ayuda de su madre, hermana del Papa Marcelo II. Se distinguió como jesuita por su obediencia, piedad, humildad y sencillez. Poseía facultades intelectuales extraordinarias y, a pesar de su endeble salud, ya desde estudiante sobresalía en el apostolado de la predicación.

Se ordenó sacerdote en Gante, Bélgica, el año 1570, y enseñó con éxito la teología en la Universidad de Lovaina. A partir de 1576 dio clases en el Colegio Romano, y posteriormente en la Universidad Gregoriana por espacio de once años, durante los cuales escribió sus famosas Controversias, la obra más completa hasta entonces escrita sobre la defensa de la fe.

En ese entonces fue confesor de San Luis Gonzaga. En 1592 se le nombró director del Colegio Romano y, dos años después, provincial de Nápoles. Por deseo del Papa Clemente VIII escribió un pequeño Catecismo de la religión católica, que todavía se usa en Italia. En 1598 el mismo Papa lo nombró cardenal y, en 1602, arzobispo de Capua. Allí desarrolló una actividad muy edificante, siguiendo las normas del Concilio de Trento.

Cuando Pablo V ocupó el trono pontificio, Roberto Belarmino fue llamado de nuevo a Roma, donde trabajó como consejero de las diversas congregaciones de la Santa Sede. Sintiendo cerca el final de sus días, se retiró al noviciado de San Andrés de la Compañía de Jesús, en el Quirinal, en donde murió a la edad de 79 años. Fue canonizado por Pío XI en 1930 y, al año siguiente, declarado doctor de la Iglesia.

Una escuela de teólogos que no comulgaba con los puntos de vista de Roberto Belarmino se opuso constantemente a la beatificación de éste, que, sin embargo, tuvo lugar en 1923. En vida y después de muerto, San Roberto Belarmino estuvo envuelto en una atmósfera de controversia.

Todo debe contribuir a la gloria de Dios.
“Si juzgas rectamente, comprenderás que has sido creado para la gloria de Dios y para tu eterna salvación, comprenderás que éste es tu fin, que éste es el objetivo de tu alma, el tesoro de tu corazón. Si llegas a este fin serás dichoso, si no lo alcanzas serás un desdichado.
Por consiguiente, debes considerar como realmente bueno lo que te lleva a tu fin, y como realmente malo lo que te aparta del mismo. Para el auténtico sabio, lo próspero y lo adverso, la riqueza y la pobreza, la salud y la enfermedad, los honores y los desprecios, la vida y la muerte son cosas que, de por sí, no son ni deseables ni aborrecibles. Si contribuyen a la gloria de Dios y a tu felicidad eterna, son cosas buenas y deseable; de lo contrario, son malas y aborrecibles”.
San Roberto Belarmino, Tratado de la ascensión de la mente hacia Dios.

septiembre 16, 2020


Redacción

Cipriano, hijo de una rica familia pagana, estaba destinado por Dios para convertirse en director del joven cristianismo africano. Era profesor y orador de fama, y hombre con cargos y méritos, cuando Dios le envió al anciano sacerdote Cecilio, quien le enseñó el camino espiritual del Evangelio y de la Cruz.

Cipriano abandonó la creencia en los dioses de sus antepasados; dejó su noble carrera, regaló toda su fortuna a los pobres y fue bautizado a los 46 años. Luego se retiró a la soledad para leer la Sagrada Escritura, para rezar y meditar. Volvió a Cartago dos años después como sacerdote, y; con la elocuencia apasionada propia de su naturaleza, se convirtió en evangelizador de su patria.

Según costumbre de aquel tiempo, fue elegido obispo por aclamación del pueblo. De nada le sirvió huir, los sacerdotes y pastores de la Iglesia africana, conscientes de su propia limitación, pusieron el báculo pastoral en sus manos.

Poco después estalló repentinamente la persecución bajo el emperador Decio. Con el alma desgarrada tuvo que presenciar cómo cientos de cristianos, sin ser acusados, por miedo y cobardía ofrecieron incienso a los dioses estatales. El mismo Cipriano tuvo que ocultarse y gobernar su diócesis desde su escondite, por medio de cartas pastorales. Después de su regreso a la ciudad, dirigió con su acostumbrado vigor a los fieles en contra de los apóstatas.

Junto con todos los obispos de África del norte, San Cipriano se oponía a reconocer la validez del bautismo de los herejes, como lo hacía la Iglesia de Roma; incluso llegó a sostener una controversia con el Papa Esteban I a causa de esta cuestión. Más tarde, moderó su reglamento de penitencia y su actitud en contra de los herejes.

La Iglesia de África disfrutó de cinco años de paz, al cabo de los cuales se encontraba sólidamente unida en torno a su pastor. Pero después no les fue difícil a las autoridades municipales arrestar a Cipriano, cuando llegaron órdenes persecutorias de Valeriano.

Durante esta persecución, los que anteriormente habían renegado o vacilado en su fe eran ahora los primeros que ofrecían sus cabezas a la espada del verdugo.

Era lógico que también Cipriano tuviera que morir. Pocos días después del martirio del Papa Sixto II y del diácono Lorenzo, se formuló contra él la acusación de “alta traición”. Cipriano rehusó la oportunidad de escapar y tranquilamente permitió que lo condujeran ante el procónsul Galerio el 13 de septiembre del año 258.

Los cristianos fueron testigos del breve interrogatorio que concluyó con la sentencia de muerte, que aceptó el obispo con un “¡Gracias a Dios!” Luego pidió que se le entregaran al verdugo veinticinco monedas de oro y se arrodilló para hablar por última vez con Dios. A una señal del oficial, el mismo condenado a muerte se colocó la venda sobre los ojos y un diácono le sujetó las manos en la espalda. Luego la tierra bebió su sangre.

Llenos de veneración los cristianos pusieron a salvo su cadáver junto con los lienzos teñidos de sangre. En sus corazones había mucha tristeza; pero también sentían resonar su voz, la misma voz que aún hoy a través de 81 cartas, nos sigue hablando para mostrarnos los problemas de la fe católica y, sobre todo, el heroísmo de la Iglesia primitiva de África.



septiembre 15, 2020


Redacción

Los siete dolores de la Santísima Virgen que han suscitado mayor devoción son: la profecía de Simeón, la huida a Egipto, los tres días que Jesús estuvo perdido, el encuentro con Jesús llevando la Cruz, su Muerte en el Calvario, el Descendimiento, la colocación en el sepulcro.

Simeón había anunciado previamente a la Madre la oposición que iba a suscitar su Hijo, el Redentor. Cuando ella, a los cuarenta días de nacido ofreció a su Hijo a Dios en el Templo, dijo Simeón: "Este niño debe ser causa tanto de caída como de resurrección para la gente de Israel. Será puesto como una señal que muchos rechazarán y a ti misma una espada te atravesará el alma" (Lc 2,34).

El dolor de María en el Calvario fue más agudo que ningún otro en el mundo, pues no ha habido madre que haya tenido un corazón tan tierno como el de la Madre de Dios. Cómo no ha habido amor igual al suyo. Ella lo sufrió todo por nosotros para que disfrutemos de la gracia de la Redención. Sufrió voluntariamente para demostrarnos su amor, pues el amor se prueba con el sacrificio.

No por ser la Madre de Dios pudo María sobrellevar sus dolores sino por ver las cosas desde el plan de Dios y no del de sí misma, o mejor dicho, hizo suyo el plan de Dios. Nosotros debemos hacer lo mismo. La Madre Dolorosa nos echará una mano para ayudarnos.

La devoción a los Dolores de María es fuente de gracias sin número porque llega a lo profundo del Corazón de Cristo. Si pensamos con frecuencia en los falsos placeres de este mundo abrazaríamos con paciencia los dolores y sufrimientos de la vida. Nos traspasaría el dolor de los pecados.

La Iglesia nos exhorta a entregarnos sin reservas al amor de María y llevar con paciencia nuestra cruz acompañados de la Madre Dolorosa. Ella quiere de verdad ayudarnos a llevar nuestras cruces diarias, porque fue en le calvario que el Hijo moribundo nos confió el cuidado de su Madre. Fue su última voluntad que amemos a su Madre como la amó Él.


septiembre 13, 2020



Redacción

El cristianismo primitivo encontró a sus seguidores en las grandes ciudades más que en el campo. Pasó tanto tiempo antes de que los campesinos se convirtieran, que los conceptos de “campesino” y “pagano” quedaron íntimamente ligados. Los hombres cultivados de las grandes ciudades se pusieron más pronto al lado de la nueva religión.

Juan Crisóstomo era un habitante de la gran ciudad antigua de Antioquia, de Siria.

Después de un largo tiempo de preparación, fue bautizado a los 22 años de edad. Pasó varios años viviendo como ermitaño entregado a toda clase de austeridades, al sur de Antioquia.

El año 381 el obispo Melecio le confirió el diaconado, y en el 386 el obispo Flaviano lo ordenó sacerdote. Durante 12 años, del 386 hasta el 398, se dirigió desde el púlpito con fuerza extraordinaria a las lamas de sus oyentes. No fue orador de pláticas bonitas; fue más bien un hombre que decía verdades amargas al mundano pueblo sirio.

Sus demandas sonaban muy duras en lo oídos de los ciudadanos débiles. Después de su muerte le pusieron el sobrenombre de “Crisóstomo”, es decir, “boca de oro”.

En la cúspide de su tarea, Juan les fue arrebatado a sus compatriotas. El emperador Arcadio le otorgó la sede patriarcal en la ciudad de Constantinopla. Crisóstomo esquivó lo más que pudo el ceremonial de la corte; ordenó los asuntos eclesiásticos de la arquidiócesis, condujo nuevamente al clero a sus deberes, fundó nuevas comunidades cristianas en el campo y se ocupó de la instrucción religiosa de los soldados. Sus ingresos los repartía en su totalidad entre los pobres, para los cuales fundó también hospitales.

El pueblo veía en él al monje ascético y pobre y lo quería como a un padre. El ambiente de la corte se enfriaba cada vez más. La emperatriz Eudoxia lo persiguió, porque se sintió afectada por las críticas del valiente obispo contra la vanidad y las costumbres paganas.

En el año 403 se reunió en Calcedonia un conciliábulo, que, con pruebas falsas y bajo presión, destituyó al patriarca.

Un inocente fue desterrado, pero sus perseguidores no se conformaron con eso. La misma Eudoxia, asustada por un temblor de tierra y desmoralizada por la amenazadora posición del pueblo, insistió en su regreso. Juan Crisóstomo regresó con gran júbilo de la gente y se dedicó nuevamente a sus tareas, como si no hubiera ocurrido nada. Perdonó a sus enemigos, pero no disminuyó sus exigencias evangélicas. Al año siguiente, Eudoxia se encolerizó de nuevo contra él; por segunda vez fue destituido de su cargo y, para poder deshacerse definitivamente del amonestador, se le ordenó al débil emperador desterrarlo hasta la frontera más incomunicada y casi desértica del imperio, es decir, a la aldea de Cucuso, en Armenia.

Desde allá, el anciano fue deportado más tarde a un lugar todavía más abandonado, a orillas del mar Negro.

En el viaje, el prisionero se desplomó por agotamiento. Pidió un hábito limpio y blanco y recibió, el 14 de septiembre del 407, la comunión como Viático. Murió con las palabras que siempre pronunció en su vida con devoción: "Dios sea alabado por todo".

San Juan Crisóstomo fue uno de los padres griegos más devotos del Santísimo Sacramento.

“Cristo está conmigo, ¿qué puedo temer? Que vengan a asaltarme las olas del mar y la ira de los poderosos; todo eso no pesa más que una telaraña. Si no me hubiera retenido el amor que os tengo, no hubiera esperado a mañana para marcharme. En toda ocasión digo: “Señor, hágase tu voluntad: no lo que quiere éste o aquél, sino lo que tú quieres que haga”.
San Juan Crisóstomo, Homilía antes de partir para el destierro,
1-3; P.G. 52, 427-430.

septiembre 12, 2020


Redacción 

El hecho de que la Santísima Virgen lleve el nombre de María es el motivo de esta festividad, instituida con el objeto de que los fieles encomienden a Dios, a través de la intercesión de la Santa Madre, las necesidades de la iglesia, le den gracias por su omnipotente protección y sus innumerables beneficios, en especial los que reciben por las gracias y la mediación de la Virgen María.

Por primera vez, se autorizó la celebración de esta fiesta en 1513, en la ciudad española de Cuenca; desde ahí se extendió por toda España y en 1683, el Papa Inocencio XI la admitió en la iglesia de occidente como una acción de gracias por el levantamiento del sitio a Viena y la derrota de los turcos por las fuerzas de Juan Sobieski, rey de Polonia.

Esta conmemoración es probablemente algo más antigua que el año 1513, aunque no se tienen pruebas concretas sobre ello. Todo lo que podemos decir es que la gran devoción al Santo Nombre de Jesús, que se debe en parte a las predicaciones de San Bernardino de Siena, abrió naturalmente el camino para una conmemoración similar del Santo Nombre de María.


septiembre 11, 2020


Redacción

Mártires durante la persecución de Valeriano (257-9). El día de su conmemoración anual se menciona en el "Depositio Martyrum" en la cronografía del 354 (Ruinart, "Acta martyrum", ed.Tatisbon, 632) bajo el 11 de septiembre. La cronografía también menciona sus tumbas, en el Coemeterium de Basila en la Vía Salaria, después de la Catacumba de San Hermes. Los Itinerarios y otras autoridades primitivas dan este lugar de entierro (De Rossi, "Roma sotterranea", I, 176-7).

En 1845 el Padre Marchi descubrió la todavía imperturbada tumba de San Jacinto en una cripta de la antedicha catacumba. Era un nicho cuadrado y pequeño en el que estaban depositados las cenizas y fragmentos de huesos quemados, envueltos en restos de costosas telas (Marchi, "Monumenti primitivi: I, Architettura della Roma sotterranea cristina", Roma, 1844, 238 sqq., 264 sqq.).

Evidentemente el santo había sido quemado; probablemente, ambos mártires sufrieron muerte por el fuego. El nicho estaba cerrado por una plancha de mármol similar a la usada para cerrar un loculus, y llevaba la inscripción original que confirmaba la fecha en el martiriologio antiguo:

D P III IDUS SEPTEBR YACINTHUS MARTYR (Enterrado el 11 de septiembre, Jacinto Mártir)

En la misma cámara se encontraron los fragmentos de un arquitrabe perteneciente a una decoración posterior, con las palabras,: . . . S E P U L C R U M P R O T I M (artyris). . . (Sepulcro del Mártir Proto).

Así que ambos mártires fueron sepultados en la misma cripta. El Papa San Dámaso I escribió un epitafio en honor de los dos mártires, parte del cual todavía existe (Ihm, "Damasi epigrammata", 52, 49).

En el epitafio Dámaso llama hermanos a Proto y a Jacinto. Cuando el Papa San León IV (847-55) trasladó los huesos de un gran número de mártires romanos a las iglesias de Roma, las reliquias de estos dos santos también debían ser trasladadas; pero, probablemente, a causa de la devastación de la cámara sepulcral, sólo la tumba de San Proto fue encontrada. Sus huesos fueron transferidos a San Salvatore en el Palatino. Los restos de San Jacinto fueron ubicados (1849) en la capilla de la Propaganda. Más tarde las tumbas de los dos santos y una escalera construida al final del siglo IV fueron descubiertas y restauradas.

septiembre 10, 2020



Redacción

El nombre Nicolás significa: “Victorioso en el pueblo”.

El sobrenombre Tolentino le vino de la ciudad italiana donde trabajó y murió.

Sus padres después de muchos años de matrimonio no tenían hijos, y para conseguir del cielo la gracia de que les llegara algún heredero, hicieron una peregrinación al santuario de San Nicolás de Bari. Al año siguiente nació este niño y en agradecimiento al santo que les había consiguieron el regalo del cielo, le pusieron por nombre Nicolás.

Ya desde muy pequeño le gustaba alejarse del pueblo e irse a una cueva a orar. Cuando ya era joven, un día entró a un templo y allí estaba predicando un famoso fraile agustino, el Padre Reginaldo, el cual repetía aquellas palabras de San Juan: “No amen demasiado el mundo ni las cosas del mundo. Todo los que es del mundo pasará”. Estas palabras  lo conmovieron y se propuso hacerse religioso.  Pidió ser admitido como agustino, y bajo la dirección del Padre Reginaldo hizo su noviciado en esa comunidad.

Ya religioso lo enviaron a hacer sus estudios de teología y en el seminario le encargaron de repartir limosnas a los pobres en la puerta del convento. Y era tan exagerado en repartir que fue acusado ante sus superiores. Pero antes de que le llegara la orden de destitución de ese oficio, sucedió que impuso sus manos sobre la cabeza de un niño que estaba gravemente enfermo diciéndole:”Dios te sanará”, y el niño quedó instantáneamente curado. Desde entonces los superiores empezaron a pensar que sería de este joven religioso en el futuro.

Ordenado de sacerdote en el año 1270, se hizo famoso porque colocó sus manos sobre la cabeza de una mujer ciega y le dijo las mismas palabras que había dicho al niño, y la mujer recobró la vista inmediatamente.

Fue a visitar un convento de su comunidad y le pareció muy hermoso y muy confortable y dispuso pedir que lo dejaran allí, pero al llegar a la capilla oyó una voz que le decía: “A Tolentino, a Tolentino, allí perseverarás”. Comunicó esta noticia a sus superiores, y a esa ciudad lo mandaron.
Al llegar a Tolentino se dio cuenta de que la ciudad estaba arruinada moralmente por una especie de guerra civil entre dos partidos políticos, los güelfos y los gibelinos, que se odiaban a muerte. Y se propuso dedicarse a predicar como recomienda San Pablo. “Oportuna e inoportunamente”. Y a los que no iban al templo, les predicaba en las calles.

A Nicolás no le interesaba nada aparecer como sabio ni como gran orador, ni atraerse los aplausos de los oyentes. Lo que le interesaba era entusiasmarlos por Dios y obtener que cesaran las rivalidades y que reinara la paz. El Arzobispo San Antonino, al oírlo exclamó: “Este sacerdote habla como quien trae mensajes del cielo. Predica con dulzura y amabilidad, pero los oyentes estallan en lágrimas al oír sus palabras que penetraban en el corazón y parecen quedar escritas en el cerebro del que escucha. Sus oyentes suspiran emocionados y se arrepienten de su mala vida pasada”.
Los que no deseaban dejar su antigua vida de pecado hacían todo lo posible por no escuchar a este predicador que les traía remordimiento de conciencia.

Uno de esos señores se propuso irse a la puerta del templo con un grupo de sus amigotes a boicotearle con sus gritos y desórdenes un sermón al Padre Nicolás. Este siguió predicando como si nada especial estuviera sucediendo. Y de un momento a otro el jefe del desorden hizo una señal a sus seguidores y entró con ellos al templo y empezó a rezar llorando, de rodillas, muy arrepentido. Dios le había cambiado el corazón. La conversión de este antiguo escandaloso produjo una gran impresión en la ciudad, y pronto ya San Nicolás empezó a tener que pasar horas y horas en el confesionario, absolviendo a los que se arrepentían al escuchar sus sermones.

Nuestro santo recorría los barrios más pobres de la ciudad consolando a los afligidos, llevando los sacramentos a los moribundos, tratando de convertir a los pecadores, y llevando la paz a los hogares desunidos.

En las indagatorias para su beatificación, una mujer declaró bajo juramento que su esposo la golpeaba brutalmente, pero que desde que empezó a oír al Padre Nicolás, cambió totalmente y nunca la volvió a tratar mal. Y otros testigos confirmaron tres milagros obrados por el santo, el cual cuando conseguía una curación maravillosa les decía: “No digan nada a nadie”. “Den gracias a Dios, y no a mí. Yo no soy más que un poco de tierra. Un pobre pecador”.

Murió el 10 de septiembre de 1305, y cuarenta años después de su muerte fue encontrado su cuerpo incorrupto. En esa ocasión le quitaron los brazos y de la herida salió bastante sangre. De esos brazos, conservados en relicarios, ha salido periódicamente mucha sangre. Esto ha hecho más popular a nuestro santo.

San Nicolás de Tolentino vio en un sueño que un gran número de almas del purgatorio le suplicaban que ofreciera oraciones y misas por ellas. Desde entonces se dedicó a ofrecer muchas santas misas por el descanso de las benditas almas. Quizás a nosotros nos quieren pedir también ese mismo favor las almas de los difuntos.



septiembre 09, 2020


Redacción

Durante la reunión del CELAM en Puebla (1979), los obispos elegidos por sus compañeros de todos los países latinoamericanos hicieron una declaración colectiva de culpas de omisión en la historia de la Iglesia en América Latina.

En esta acusación, lamentaron no haber tratado con espíritu fraternal a los esclavos negros, arrastrados como bestias humanas por los negociantes a muchos países del continente.
A principios del siglo XVII, el joven español Pedro Claver, estudiante de teología y novicio de la Compañía de Jesús, rogó a sus superiores de Tarragona que le permitieran dedicar su vida al apostolado entre los esclavos negros.

En 1610 llegó a Cartagena (Colombia) y allí permaneció hasta su ordenación, a los 36 años, ayudando al cuidado espiritual de los hombres, mujeres y niños negros, que eran comprados para los trabajos más humildes y difíciles en los ranchos y minas de la provincia.

Ya sacerdote, confirmó su entrega a Dios con estas palabras: “Pedro Claver, esclavo de los negros para siempre”. Este voto solemne encierra un heroísmo increíble, ya que tuvo que luchar contra la incomprensión de los seglares y los clérigos.

Era, en verdad, una opción por los seres más pobres. Primeramente, Pedro Claver obtuvo de las autoridades que lo dejaran visitar todo barco que llegara a Cartagena con esclavos. Allí mismo atendía a los enfermos y moribundos, porque siempre había negros que, por las condiciones infrahumanas del viaje, morían antes de llegar a tierra.

En los campamentos, donde eran encerrados los que habían sobrevivido, Pedro Claver los visitaba, prodigándoles todo su cariño y toda clase de ayuda espiritual y material. No era fácil vencer la desconfianza de aquellos que, hasta ese momento, habían recibido un trato bestial por parte de los hombres y seguían inclinados hacia sus vicios atávicos: la embriaguez, los bailes sensuales y los cultos idolátricos.

Tanto en el convento de los jesuitas en Cartagena, como durante sus fatigosos viajes a las colonias de negros en el interior del país, Pedro Claver ofrecía continuamente a Dios, en reparación de los crímenes que cometían los traficantes de esclavos, muy rigurosas penitencias, como flagelaciones y ayunos voluntarios hasta sufrir de hambre y sed. Al ver que alguno castigaba a los negros con el látigo, él se interponía para rescatar al hermano negro de la ira de su dueño.

Las pruebas más difíciles durante sus 40 años de apostolado a favor de los esclavos eran sus continuas visitas a las cárceles y al Hospital de San Lázaro, donde se encontraban los contagiados de lepra. Muchos negros no católicos se convirtieron en estos lugares por la increíble caridad del padre Claver, el cual, ya anciano, era conducido en una silla portátil.

Fue canonizado junto con su maestro, Alonso Rodríguez, el 15 de enero de 1888, por su Santidad el Papa León XIII. El mismo Papa lo declaró “patrono de las misiones entre los negros”.
Precisamente en una fiesta de la Virgen, el 8 de septiembre de 1654, fue llamado a la gloria celestial, cuya luz había hecho vislumbrar a tantos hermanos pobres en este valle de lágrimas.

“El esclavo de los negros” se había consagrado también, desde el principio de su vida religiosa, como “el esclavo de María”. Celebraba con especial devoción las fiestas de la Virgen en compañía de sus hermanos.


“Cristo vino ante todo a “liberar” al hombre de la cárcel moral en que lo tenían preso sus pasiones. “Todo el que comete pecado es siervo del pecado”, afirma El en el Evangelio (Jn 8, 34); precisamente de esta esclavitud quiere liberar al hombre con su redención. A la esclavitud del pecado todo hombre está sujeto desde el nacimiento por descender todos de Adán, y es una esclavitud que cada uno aún agrava más desgraciadamente, por las culpas personales a las que está expuesto a lo largo de la vida por fragilidad o por voluntad… No existe hombre alguno que no necesite ser liberado por Cristo, pues no existe hombre alguno que no sea prisionero de sí y de sus pasiones de forma más o menos grave.
Por consiguiente, la liberación verdadera se obtiene con la conversión y purificación del corazón, es decir, con el cambio radical del espíritu, mente y vida que sólo la gracia de Cristo puede realizar…”
Discurso de Juan Pablo II, en la cárcel romana de Rebibbia,
27 de diciembre de 1983 (extracto).

septiembre 08, 2020


Redacción

La Iglesia nos invita hoy a celebrar el nacimiento de la Virgen María, con estas palabras:
Celebremos con júbilo el nacimiento de la Santísima Virgen María, de la cual nació Cristo, nuestro Dios y Salvador.”
No hay, en efecto, mejor manera de festejar a María que prosternarse ante su Hijo. Y la razón de ello es que el Hijo de María, sin dejar de ser verdadero hombre, es a la vez el Hijo del eterno Padre, y por tanto, Dios de Dios, luz de luz.

Los que no contemplan así al Hijo de María, no pueden captar los tesoros de gracia y  de amor que se encierran en esta fiesta mariana. Desgraciadamente, en nuestros días algunos cristianos han perdido la fe en la divinidad de Cristo y, precisamente por eso, no pueden alcanzar a comprender la altísima gracia que para el mundo significa el nacimiento de María, que para ellos es una mujer buena, pero no la más santa entre todos los santos. No habría razón, según ellos, para que el Espíritu Santo, por boca de Isabel, la hubiera saludado diciéndole: “Bendita tú entre todas mujeres y bendito el fruto de tu vientre.” (Sn Lc 1, 42).

Es muy justo, por tanto, que los cristianos auténticos nos alegremos por el nacimiento de Cristo, el fruto bendito de María; por eso mismo, esa alegría se proyecta hasta el nacimiento de aquella que le dio la naturaleza humana, para que, como perfecto Mediador, nos salvara de nuestros pecados y nos colmara de gracia y felicidad.

Hermosamente nos dice otro texto litúrgico del día de hoy: “Cuando nació la Virgen Sacratísima, se llenó de luz el mundo; pues María es de una estirpe bienaventurada, una raíz santa, y bendito es su fruto”.

En efecto, el nacimiento de María anuncia al mundo la dicha de la llegada del Redentor de todos y cada uno de nosotros. Pues así como el sol no sólo ilumina toda la tierra, sino también a cada uno de sus moradores, así la luz de la redención se anticipa a iluminar a la Virgen, que nació para hacer reverberar sobre el mundo las bendiciones de su redención anticipada, en cuanto “Madre del Redentor”, intercesora y medianera de todas las gracias.

Con estos sencillos pensamientos canta la liturgia de hoy el nacimiento de la Santísima Virgen:
Tu natividad, Virgen Madre de Dios, ha anunciado la alegría a todo el universo: pues de ti ha nacido el sol de justicia, Cristo nuestro Dios, quien, cancelando la maldición, nos ha inundado con bendiciones y, venciendo a la muerte, nos ha regalado la vida eterna.”
¡Qué atmósfera tan sobrenatural de paz y de luz, de gracia y bendición, envuelve esta gloriosa festividad del nacimiento de María! Realmente ella es, para los hijos e hijas de Adán, la aurora de nuestra redención y de nuestra elevación al plano sobrenatural. La alegría se desborda en el alma cristiana que vislumbra, a través de la fe, la gloria del Señor en el nacimiento de la Virgen y los beneficios innumerables que recibimos sin cesar de la Virgen Madre de Dios.

Cantemos pues con la Iglesia: “Celebremos con alegría la natividad de la bienaventurada Virgen María, para que ella interceda por nosotros ante Jesucristo, el Señor."

“En la celebración de este círculo anual de los misterios de Cristo, la Santa Iglesia venera con amor especial a la bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María, unida con lazo indisoluble a la obra salvífica de su Hijo; en ella, la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la redención y la contempla gozosamente como una purísima imagen de lo que ella misma, toda entera, ansía y espera ser.” 
Constitución Sacrosanctum Concilium, n. 103.

septiembre 07, 2020


Redacción

Santa Regina es una virgen mártir gala (hoy Francia) que, pese a no ser muy conocida fuera de su culto particular, está presente en muchas representaciones artísticas.

El nombre Regina significa “reina” en latín, por ello es llamada por los franceses Sainte Reine. Fue hija de un ciudadano pagano de Alise llamado Clemente, en el Condado de Borgoña. Su madre falleció al dar la luz y por ello Regina fue entregada a una nodriza cristiana que la educó en la fe y la bautizó.

Cuando creció su belleza atrajo las miradas de un prefecto llamado Olibrio, que al saber que era de alcurnia, quiso casarse con ella. Ella se negó pese a que su padre intentó convencerla.


El prefecto, al enterarse que era cristiana mandó a encerrarla en una prisión. La interrogó un par de veces y descubrió que la muchacha no renunciaría a Cristo, a quien había consagrado su virginidad.

Una de aquellas noches, recibió en su calabozo el consuelo de una visión de la cruz al tiempo que una voz le decía que su liberación estaba próxima. Al otro día, Olibrio ordenó que fuera torturada de nuevo y que fuera decapitada después.

Según las Actas, el 7 de septiembre del año 251 fue ejecutada. La tradición detalla que en aquel momento apareció una paloma blanquísima que causó la conversión de muchos de los presentes.

La iconografía de la mártir la representa con la palma de triunfo en las manos, el hacha o espada con que fue decapitada y, más a menudo, portando las cadenas que la aprisionaron y que son veneradas en Flavigny.

A veces aparece una paloma suspendida sobre su cabeza en alusión al Espíritu Santo que descendió sobre ella o con una oveja a su lado, aludiendo a su oficio de pastora.


septiembre 05, 2020


Redacción

“De sangre soy albanesa. De ciudadanía, India. En lo referente a la fe, soy una monja Católica. Por mi vocación, pertenezco al mundo. En lo que se refiere a mi corazón, pertenezco totalmente al Corazón de Jesús”. De pequeña estatura, firme como una roca en su fe, a Madre Teresa de Calcuta le fue confiada la misión de proclamar la sed de amor de Dios por la humanidad, especialmente por los más pobres entre los pobres. “Dios ama todavía al mundo y nos envía a ti y a mi para que seamos su amor y su compasión por los pobres”. Fue un alma llena de la luz de Cristo, inflamada de amor por Él y ardiendo con un único deseo:“saciar su sed de amor y de almas”.

Esta mensajera luminosa del amor de Dios nació el 26 de agosto de 1910 en Skopje, una ciudad situada en el cruce de la historia de los Balcanes. Era la menor de los hijos de Nikola y Drane Bojaxhiu, recibió en el bautismo el nombre de Gonxha Agnes, hizo su Primera Comunión a la edad de cinco años y medio y recibió la Confirmación en noviembre de 1916. Desde el día de su Primera Comunión, llevaba en su interior el amor por las almas. La repentina muerte de su padre, cuando Gonxha tenía unos ocho años de edad, dejó a la familia en una gran estrechez financiera. Drane crió a sus hijos con firmeza y amor, influyendo grandemente en el carácter y la vocación de si hija. En su formación religiosa, Gonxha fue asistida además por la vibrante Parroquia Jesuita del Sagrado Corazón, en la que ella estaba muy integrada.

Cuando tenía dieciocho años, animada por el deseo de hacerse misionera, Gonxha dejó su casa en septiembre de 1928 para ingresar en el Instituto de la Bienaventurada Virgen María, conocido como Hermanas de Loreto, en Irlanda. Allí recibió el nombre de Hermana María Teresa (por Santa Teresa de Lisieux). En el mes de diciembre inició su viaje hacia India, llegando a Calcuta el 6 de enero de 1929. Después de profesar sus primeros votos en mayo de 1931, la Hermana Teresa fue destinada a la comunidad de Loreto Entally en Calcuta, donde enseñó en la Escuela para chicas St. Mary. El 24 de mayo de 1937, la Hermana Teresa hizo su profesión perpétua convirtiéndose entonces, como ella misma dijo, en “esposa de Jesús” para “toda la eternidad”.

Desde ese momento se la llamó Madre Teresa. Continuó a enseñar en St. Mary convirtiéndose en directora del centro en 1944. Al ser una persona de profunda oración y de arraigado amor por sus hermanas religiosas y por sus estudiantes, los veinte años que Madre Teresa transcurrió en Loreto estuvieron impregnados de profunda alegría. Caracterizada por su caridad, altruismo y coraje, por su capacidad para el trabajo duro y por un talento natural de organizadora, vivió su consagración a Jesús entre sus compañeras con fidelidad y alegría.

El 10 de septiembre de 1946, durante un viaje de Calcuta a Darjeeling para realizar su retiro anual, Madre Teresa recibió su “inspiración,” su “llamada dentro de la llamada”. Ese día, de una manera que nunca explicaría, la sed de amor y de almas se apoderó de su corazón y el deseo de saciar la sed de Jesús se convirtió en la fuerza motriz de toda su vida. Durante las sucesivas semanas y meses, mediante locuciones interiores y visiones, Jesús le reveló el deseo de su corazón de encontrar “víctimas de amor” que “irradiasen a las almas su amor”.“Ven y sé mi luz”, Jesús le suplicó. “No puedo ir solo”. Le reveló su dolor por el olvido de los pobres, su pena por la ignorancia que tenían de Él y el deseo de ser amado por ellos. Le pidió a Madre Teresa que fundase una congregación religiosa, Misioneras de la Caridad, dedicadas al servicio de los más pobres entre los pobres. Pasaron casi dos años de pruebas y discernimiento antes de que Madre Teresa recibiese el permiso para comenzar. El 17 de agosto de 1948 se vistió por primera vez con el sari blanco orlado de azul y atravesó las puertas de su amado convento de Loreto para entrar en el mundo de los pobres.

Después de un breve curso con las Hermanas Médicas Misioneras en Patna, Madre Teresa volvió a Calcuta donde encontró alojamiento temporal con las Hermanitas de los Pobres. El 21 de diciembre va por vez primera a los barrios pobres. Visitó a las familias, lavó las heridas de algunos niños, se ocupó de un anciano enfermo que estaba extendido en la calle y cuidó a una mujer que se estaba muriendo de hambre y de tuberculosis. Comenzaba cada día entrando en comunión con Jesús en la Eucaristía y salía de casa, con el rosario en la mano, para encontrar y servir a Jesús en “los no deseados, los no amados, aquellos de los que nadie se ocupaba”. Después de algunos meses comenzaron a unirse a ella, una a una, sus antiguas alumnas.

El 7 de octubre de 1950 fue establecida oficialmente en la Arquidiócesis de Calcuta la nueva congregación de las Misioneras de la Caridad. Al inicio de los años sesenta, Madre Teresa comenzó a enviar a sus Hermanas a otras partes de India. El Decreto de Alabanza, concedido por el Papa Pablo VI a la Congregación en febrero de 1965, animó a Madre Teresa a abrir una casa en Venezuela. Ésta fue seguida rápidamente por las fundaciones de Roma, Tanzania y, sucesivamente, en todos los continentes. Comenzando en 1980 y continuando durante la década de los años noventa, Madre Teresa abrió casas en casi todos los países comunistas, incluyendo la antigua Unión Soviética, Albania y Cuba.

Para mejor responder a las necesidades físicas y espirituales de los pobres, Madre Teresa fundó los Hermanos Misioneros de la Caridad en 1963, en 1976 la rama contemplativa de las Hermanas, en 1979 los Hermanos Contemplativos y en 1984 los Padres Misioneros de la Caridad. Sin embargo, su inspiración no se limitó solamente a aquellos que sentían la vocación a la vida religiosa. Creó los Colaboradores de Madre Teresa y los Colaboradores Enfermos y Sufrientes, personas de distintas creencias y nacionalidades con los cuales compartió su espíritu de oración, sencillez, sacrificio y su apostolado basado en humildes obras de amor. Este espíritu inspiró posteriormente a los Misioneros de la Caridad Laicos. En respuesta a las peticiones de muchos sacerdotes, Madre Teresa inició también en 1981 elMovimiento Sacerdotal Corpus Christi como un“pequeño camino de santidad” para aquellos sacerdotes que deseasen compartir su carisma y espíritu.

Durante estos años de rápido desarrollo, el mundo comenzó a fijarse en Madre Teresa y en la obra que ella había iniciado. Numerosos premios, comenzando por el Premio Indio Padmashri en 1962 y de modo mucho más notorio el Premio Nobel de la Paz en 1979, hicieron honra a su obra. Al mismo tiempo, los medios de comunicación comenzaron a seguir sus actividades con un interés cada vez mayor. Ella recibió, tanto los premios como la creciente atención “para gloria de Dios y en nombre de los pobres”.

Toda la vida y el trabajo de Madre Teresa fue un testimonio de la alegría de amar, de la grandeza y de la dignidad de cada persona humana, del valor de las cosas pequeñas hechas con fidelidad y amor, y del valor incomparable de la amistad con Dios. Pero, existía otro lado heroico de esta mujer que salió a la luz solo después de su muerte. Oculta a todas las miradas, oculta incluso a los más cercanos a ella, su vida interior estuvo marcada por la experiencia de un profundo, doloroso y constante sentimiento de separación de Dios, incluso de sentirse rechazada por Él, unido a un deseo cada vez mayor de su amor.

Ella misma llamó“oscuridad” a su experiencia interior. La “dolorosa noche” de su alma, que comenzó más o menos cuando dio inicio a su trabajo con los pobres y continuó hasta el final de su vida, condujo a Madre Teresa a una siempre más profunda unión con Dios. Mediante la oscuridad, ella participó de la sed de Jesús (el doloroso y ardiente deseo de amor de Jesús) y compartió la desolación interior de los pobres.

Durante los últimos años de su vida, a pesar de los cada vez más graves problemas de salud, Madre Teresa continuó dirigiendo su Instituto y respondiendo a las necesidades de los pobres y de la Iglesia. En 1997 las Hermanas de Madre Teresa contaban casi con 4.000 miembros y se habían establecido en 610 fundaciones en 123 países del mundo. En marzo de 1997, Madre Teresa bendijo a su recién elegida sucesora como Superiora General de las Misioneras de la Caridad, llevando a cabo sucesivamente un nuevo viaje al extranjero.

Después de encontrarse por última vez con el Papa Juan Pablo II, volvió a Calcuta donde transcurrió las últimas semanas de su vida recibiendo a las personas que acudían a visitarla e instruyendo a sus Hermanas. El 5 de septiembre, la vida terrena de Madre Teresa llegó a su fin.

El Gobierno de India le concedió el honor de celebrar un funeral de estado y su cuerpo fue enterrado en la Casa Madre de las Misioneras de la Caridad. Su tumba se convirtió rápidamente en un lugar de peregrinación y oración para gente de fe y de extracción social diversa (ricos y pobres indistintamente). Madre Teresa nos dejó el ejemplo de una fe sólida, de una esperanza invencible y de una caridad extraordinaria. Su respuesta a la llamada de Jesús, “Ven y sé mi luz”, hizo de ella una Misionera de la Caridad, una “madre para los pobres”, un símbolo de compasión para el mundo y un testigo viviente de la sed de amor de Dios.

Menos de dos años después de su muerte, a causa de lo extendido de la fama de santidad de Madre Teresa y de los favores que se le atribuían, el Papa Juan Pablo II permitió la apertura de su Causa de Canonización. El 20 de diciembre del 2002 el mismo Papa aprobó los decretos sobre la heroicidad de las virtudes y sobre el milagro obtenido por intercesión de Madre Teresa.

Fue beatificada por San Juan Pablo II el 19 de octubre del 2003. Y canonizada 13 años después por el Papa Francisco en la Plaza de San Pedro el 04 de septiembre del 2016 dentro de la celebración del Jubileo de los voluntarios y operarios de la misericordia.

septiembre 04, 2020


Redacción

Rosalía quiere decir: hermosa como una rosa.

Esta santa es la patrona de Palermo (Italia) y abogada estimadísima para librarse de la peste y de las epidemias.

Nace hacia el año 1130, hija de un empleado del rey de Sicilia.

Desde muy niña siente una inclinación invencible a vivir en soledad, dedicada únicamente a la oración, a la meditación y a la penitencia. Huye de su casa y se va a vivir a cuna cueva, en un monte a 5 kilómetros de Palermo. Sobre la roca escribió ella misma esta inscripción: “Yo, Rosalía, por amor de nuestro Señor Jesucristo, he resuelto habitar en esta caverna”.

Dicen que murió allí el 4 de septiembre del año 1160. La nieve cubrió su cuerpo y por muchos años nadie supo dónde estaban sus restos.

Pero en año 1624, la peste invadió a la ciudad de Palermo y morían centenares y miles de personas. Un moribundo le dijo a un sacerdote que en sus sueños había visto dónde estaban los restos de la Santa y que ella le había avisado que tan pronto los llevaran en devota procesión por la ciudad, se acabaría la peste.

Fueron al sitio señalado por el moribundo, y excavando entre la nieve encontraron los restos. Los llevaron en la famosa procesión por toda la ciudad, rezando y cantando, y desde ese día se acabó la peste en Palermo. Desde entonces esa ciudad le ha tenido una inmensa devoción a Santa Rosalía. Le construyeron un bello templo, y la proclamaron Patrona de la ciudad. El 4 de septiembre es fiesta para todos allá.

En varias ciudades de Europa ha sucedido en diversas épocas que cuando les ha llegado la espantosa peste del cólera o la del tifo negro, han invocado con mucha fe a Santa Rosalía y han conseguido que cese tan terrible mal.

De la peste dañosa que es el vivir en el pecado y el dejarnos esclavizar por los vicios, nos libre Santa Rosalía bendita, ahora y por siempre.


septiembre 03, 2020


Redacción

Gregorio resultó Papa providencialmente en una de las difíciles épocas de la Iglesia, a fines del reino político de los romanos, cuyo resquebrajamiento parecía también la ruina general del mundo occidental.

Los ejércitos bárbaros y las tropas bizantinas, invadieron Italia y saquearon el campo y las ciudades. El mismo Gregorio, nacido en Roma en 540, debe haber sufrido de niños los horrores de los sitios de la capital, con el pillaje, el hambre y el relajamiento general.

El joven cuyo padre era gobernador romano, estaba también destinado a participar en el gobierno tan difícil de aquellos tiempos. Con gran capacidad logró restablecer el orden en Roma cuando, a los 30 años, fue nombrado alcalde. Nutría su inteligencia con los escritos de los grandes doctores de la Iglesia occidental: San Agustín, San Ambrosio y San Jerónimo. Él mismo llegaría a ser el cuarto representante más notable de la teología de aquella época.

A los 35 años empezó a dedicarse al servicio de Dios. En su propia casa del monte Celio fundó un convento en honor de San Andrés, al estilo de la vida de San Benito, y se sometió a la comunidad como sencillo fraile. Por su capacidad y honradez, ya entonces conocida, el Papa Pelagio II lo envió, en 579, como nuncio apostólico a la corte del emperador de Constantinopla. Su misión era pedir ayuda militar a favor de Italia y mitigar las tensiones con la Iglesia oriental. Al regresar 6 años después, sin haber logrado gran cosa, fue elegido abad de San Andrés.

A la muerte del Papa, el clero y el pueblo lo eligieron Sumo Pontífice el 3 de septiembre de 590. Su pontificado sólo duró 13 años, pero fue grande en varios aspectos. Dentro de la Iglesia de Roma promovió la gloria de Dios a través de normas litúrgicas de mucha importancia. La Santa Misa se enriqueció con cantos, himnos y antífonas, con un nuevo calendario festivo y con las solemnes procesiones según la costumbre del rito local. San Gregorio le dio mucha importancia a la homilía diaria sobre el Evangelio.

Como verdadero pastor, se interesó también de aliviar la miseria del pueblo. Mandó revisar el patrimonio de San Pedro, es decir las finanzas pontificias. Ordenó comprar grano de Sicilia y Egipto para los indigentes, concedió préstamos sin intereses a los campesinos y erogó fuertes sumas para rescatar a sus compatriotas presos por los lombardos. También los muros de Roma fueron reforzados contra nuevos asaltos de los bárbaros.

Brilló como un gran Papa misionero, pues logró llevar la fe a Inglaterra al enviar al abad San Agustín con 40 frailes benedictinos a la isla, todavía pagana. Más tarde fueron los benedictinos de Inglaterra los que convirtieron a Holanda y Alemania y formaron la esencia de la cultura cristiana europea.
A pesar de todo este celo, respetaba San Gregorio las otras religiones. En cierta ocasión, al enterarse de que se había usado la violencia en contra de los judíos de Cerdeña, ordenó devolver la sinagoga tomada a los judíos, y respetar su libertad religiosa. Hay muchos rasgos de este papado que recuerdan el Concilio Vaticano II.

La cruz de su pontificado fue doble: por una parte la arrogancia del patriarca Juan del Abstemio, de Constantinopla, que se llamó “patriarca universal”, mientras que Gregorio, el verdadero pastor universal, utilizó el humilde título de “Siervo de los siervos de Dios”. Por otro lado, padeció las continuas agresiones del ejército lombardo bajo el rey Aguilulfo. Finalmente, la católica esposa del rey logró la conversión de los lombardos del arrianismo a la fe católica y una paz estable con el Papa.

Se conservan más de 800 cartas y varios importantes libros pastorales de San Gregorio, quien se manifestó grande no sólo en sus actividades, sino también en el sufrimiento continuo de una artritis que sobrellevó durante largos años con su suma paciencia.

Murió el 12 de marzo de 604.

“Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la Santa Misa, memorial de su muerte y resurrección gloriosa”.
E.N., n. 14.Testigos de Cristo en México:

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